Mientras desayuno, Jorge aporrea la puerta. Se comporta como un niño malhumorado y caprichoso. Da vueltas a la casa golpeando los cristales y empujando las ramas de los árboles. Seguro que ya ha tirado y roto alguna maceta. Cuando termine el café saldré a mirar qué está haciendo. Ojalá pudiera regañarle.

Anda la mañana nublada y gris. Se me hace raro no ver el sol después de una tregua de días soleados. Pero es que el invierno no ha acabado y sigue trayendo tormentas con nombre propio y sin apellido. Ya nos trajo a Gloria, que entró tan campante por las rendijas de alguna que otra ventana y empapó alfombras y muebles y todo lo que encontró a mano. Gloria, no era gloria bendita. Menudo lío me montó en casa.

También pasó por aquí Dana. Dana, tan pizpireta ella, venía acompañada de un cap de fibló o un tornado o yo qué sé. Qué más da lo que fuera, lo importante es todo lo que arrasó. Destrozó almendros, olivos y kilómetros de bosque. Rompió todo lo que pilló por el camino. Dana, con ese nombre de chiquilla adolescente, consiguió atemorizarnos a todos.

Dicen que ya podemos ir acostumbrándonos a recibir estas visitas tan avasalladoras e irrespetuosas. Pero qué difícil es acostumbrarse a lo malo. Cada vez que escucho que se acerca una borrasca me pongo a temblar. Como tiemblan ahora los cristales, con Jorge soplando ahí fuera, haciéndose el niño rebelde que sólo quiere incordiar para llamar la atención. A ratos el sol se asoma como queriendo poner orden en la mañana. Una mañana que empieza revuelta de hojas que vuelan en remolino y árboles que se doblan, ahora hacia aquí, luego hacia allá. Y callan los pájaros, escondidos, dejando que sólo se escuche el rugir del viento.

Hoy no se ve el mar desde casa, pero lo intuyo con olas violentas. Olas encrespadas y espumosas. Desordenadas también. Y el mar desordenado asusta. Alerta naranja, dicen. Prohibido pescar en barca y prohibido pescar desde la costa. Las olas rompen contra las rocas y arrastran mar adentro cualquier cosa que encuentran. No son bromas. Un mar embravecido es algo muy serio. Con Gloria también hubo alerta, se cerraron los puertos y no venían barcos. Se empezó a notar el desabastecimiento en los supermercados. Estantes vacíos. «No nos queda», se escuchaba decir.

Tantas borrascas con nombre, tantos fenómenos atmosféricos, tantas tormentas descontroladas, tanto viento. Y dicen que habrá que acostumbrarse, pero qué largo se me hace a veces el invierno.

Leo que Jorge se fue y que quien ronda ahora la casa es Karine. Karine también nos ha cerrado el puerto. También juega alocada a ser viento, a remover sin sentido las olas, a empujar las ramas sin ningún miramiento. Sopla fuerte y esparce el polen de los pinos. Un polvo fino que se cuela por debajo de las puertas, que revolotea y se posa cubriendo todo de color amarillo.

Y me viene a la cabeza Holi, la fiesta de colores que se celebra en la India para recibir a la primavera. Y quiero pensar que Karine y Jorge lo hacen por eso. Que quizás estos vientos indomables, como niños revoltosos, realmente lo que están es contentos. Quizás vienen a avisarnos de que pronto, muy pronto, se acaba este extraño invierno.