Mañana, 28 de diciembre, es el 'Día de los Inocentes', fiesta que hoy se diluye pero que en otros tiempos celebraba especialmente la chiquillería con ingenuas gamberradas en las que la víctima propicia era el prójimo despistado. La trapacería más común era colgarle en la trasera al viandante un monigote de papel. O dejar en el suelo un billete de 5 pesetas „el euro no había llegado„ sujeto con un hilo invisible que estirábamos cuando alguien se inclinaba a recogerlo. O colocábamos sal en el azucarero y azúcar en el salero. Recuerdo un año en que el reloj de la Catedral cambió las horas y a las 10 eran las 12. Y el Diario de Ibiza, puntual a la cita, 'colaba' una noticia falsa para que la descubriera el lector avispado: se anunciaba la construcción de un aeropuerto en Formentera o que se había expuesto en la plaça de sa Riba un calamar de 12 metros, pescado por una barca de arrastre. Y no era fácil destapar el entuerto. Dimos por falsa, por ejemplo, la noticia de que se construiría un Casino en la Isla de las Ratas, cuando era cierta. Al final no se hizo, pero la iniciativa existió.

Lo chocante de esta inveterada costumbre de tomarle el pelo al vecino es que la fiesta conmemora la matanza de cientos de niños por mandato de Herodes que, temeroso de perder poder, quiso matar a Jesús, al que los profetas anunciaban como Rey de Israel. Jesús escapó con su familia, pero Herodes creyó que lo había matado y fue ese engaño que sufrió el monarca el que dio lugar a la tradición de conmemorar el engaño con un tono festivo. Aquella celebración se mezcló luego con la medieval 'fiesta de los locos', en la que, por un día, todo estaba permitido.

Fue entonces cuando la Iglesia, que no da puntada sin hilo, para romper la excentricidad de aquella celebración „mitad religiosa, mitad pagana„ metió con calzador en su santoral la festividad de los Santos Inocentes. Hasta hoy. Y si hoy lo del engaño pierde fuelle es porque en este desquiciado mundo que vivimos desconfiamos de todo y nada nos sorprende. Vimos el derrumbe de las torres gemelas neoyorquinas y creímos que era ficción. Y hay quien cree todavía que la llegada del hombre a la Luna fue un montaje. El problema es que las aberraciones y despropósitos no son siempre ficción. El pasado domingo, por ejemplo, leíamos en estos papeles que la depuradora de Ibiza que ha vertido al mar 22 millones de metros cúbicos de mierda, seguirá haciéndolo. Me pareció una broma, pero no lo era. En este caso, más que por 'inocentes', nos toman por tontos. ¡Felices fiestas!