Hay contradicciones intrínsecamente isleñas que, al echar la vista atrás, producen sonrojo y tristeza. ¿Qué pensarían, por ejemplo, esos grandes artistas que se enamoraron de las líneas puras de la arquitectura ibicenca si hoy exploraran nuestra devaluada geografía? Genios como Josep Lluís Sert, Raoul Hausmann, Walter Benjamin, Erwin Bronner o Le Corbusier, que dedicaron parte de su obra a elogiar la sabiduría innata de los ibicencos a la hora de construir en su entorno de forma creativa, sostenible y estética.

La pasada primavera, Miguel Ángel González relataba en su imprescindible 'Memoria de la isla' que Le Corbusier incluso enviaba a Ibiza a sus alumnos de la Escuela de Arquitectura de París para estudiar sobre el terreno la tradición constructiva de la isla. Él mismo la describía como la más fecunda en soluciones de toda la cuenca mediterránea. Fuimos herederos de un buen gusto milenario que, pese a la acuciante miseria, siempre ponía la belleza por delante. Con la llegada de la abundancia, hemos finiquitado este legado en un par de generaciones.

Ibiza era la joya mediterránea de las casas encaladas que se adaptaban a la morfología del terreno, mejorando un paisaje ya de por sí paradisíaco. ¿Quién osaría definirnos ahora con semejantes términos? La isla se ha urbanizado sin orden ni sentido estético. El brutal crecimiento experimentado en los primeros años del turismo tal vez se justificara en el caos inicial. Sin embargo, incluso cuando la sociedad ibicenca ha tomado conciencia del penoso lastre que va a dejar a sus hijos, se ha continuado por la misma senda.

No solo resulta inconcebible que Ibiza siga sembrada de grúas, como ocurre, por ejemplo, en Portinatx, Comte o Cala Molí. La mayor parte de lo que se edifica, asimismo, sigue los mismos trazos anárquicos que han convertido la isla un batiburrillo inconexo donde cualquier estilo tiene cabida, por contradictorio que resulte con el entorno. ¿Por qué hay tantos municipios en nuestro país que establecen limitaciones arquitectónicas para preservar su estética y nosotros hemos sido incapaces de plantearlo siquiera?

El colmo de esta progresiva deriva hacia la fealdad son las estructuras inacabadas que deprecian el paisaje y provocan la impresión de territorio tercermundista. En este sentido, desconozco, por ejemplo, si el Ayuntamiento de Sant Josep ha agotado todas las vías jurídicas, pero cuesta asimilar su renuncia a seguir luchando para extinguir la licencia de ese mamotreto colosal de Punta Xinxó. ¿Permanecerá dicha estructura allí in aeternum como ha ocurrido con tantos otros edificios abandonados? ¿Por qué las instituciones, vistos los precedentes, no han creado mecanismos más contundentes para evitar esta sensación permanente de chapuza y podredumbre? ¿Cómo es posible que sigan en pie ruinas como Cala d'en Serra, el Festival Club, el delfinario o la urbanización de Port des Torrent?

Hace años que en Ibiza se han incrementado las dificultades para construir. Ahora únicamente lo logran con cierta agilidad las grandes constructoras, a menudo llegadas de fuera, con su ejército de abogados, ingenieros y conseguidores. Solo ellas son capaces de estirar la legislación hasta más allá de los límites y superar la maraña burocrática que han tejido las administraciones, solapándose en sus competencias. El aluvión de leyes y ordenanzas dictaminadas en las últimas décadas ha servido de poco. En la isla se sigue edificando a lo bestia y haciendo negocio a discreción, mientras son solo las familias las que se ven incapaces de escalar dicho Everest.

Y en paralelo al fenómeno constructivo de nueva planta, otra oleada de remodelaciones de hoteles y apartamentos que tampoco está mejorando sustancialmente la estética de Ibiza. ¿Por qué no se han establecido medidas que obliguen a una mínima uniformidad y reduzcan alturas e impactos? A pesar de tantas décadas de desgobierno urbanístico, seguimos abonados al cortoplacismo.

La fealdad arquitectónica se amplifica con la anarquía de las vallas publicitarias -que en cada legislatura supuestamente se retirarán pero acaban multiplicándose-, la contaminación de la costa, los vertidos incontrolados, la congestión, el ruido? La BBC, la cadena británica más importante, ya ha emitido un documental sobre Ibiza titulado '¿Estamos matando una isla paradisíaca?', que versa sobre la saturación. Hasta ahora, los reportajes televisivos sobre drogas y desmadre apenas han hecho mella en los balances del sector turístico. De hecho, han constituido una publicidad impagable para los cientos de negocios que se dedican al segmento del desfase. Sin embargo, que sepamos, no existe ningún nicho turístico atraído por la contaminación, el agobio y la desproporción.

Para nuestra economía, no hay peor noticia que este documental. Saca a la superficie los trapos sucios que teníamos escondidos bajo la alfombra y me temo que solo es el principio. En este proceso de renuncia al buen gusto y equilibrio que siempre caracterizó a nuestros antepasados, también nos estamos dejando el alma.

@xescuprats