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Si bebes, no conduzcas

Quién no ha escuchado la historia de fulanita, a la que el marido pegaba cada vez que llegaba a casa borracho. Un cuento con final fatal que pensábamos que había quedado en el contenedor verde, pero que ahora hemos visto desempolvar en campaña. Ortega Smith se hace el fusil un lío y pide que en los asesinatos por violencia machista se distinga cuándo se producen «porque el hombre es machista y odia a las mujeres» o cuándo el agresor «a lo mejor tiene esquizofrenia o a lo mejor tiene alcoholismo». Eso sí, recordando que la violencia machista que cita, «no existe», sino que «es una invención política» y que estos asesinatos «pueden ser por situaciones de alcoholismo en hombres contra mujeres y mujeres contra hombres».

Este discurso del alcohol es especialmente inoportuno cuando se produce apenas días después de que la sentencia del juicio de la Manada de Manresa determinara que fue agresión sexual y no violación, argumentando que los acusados (seis adultos atacando a una niña de catorce años) «pudieron realizar los actos sexuales sin utilizar ningún tipo de violencia ni intimidación porque la víctima iba bebida y drogada». Es decir: si el agresor bebe, que sirva de atenuante para él; si la víctima está borracha, que también sirva de atenuante para él.

No es ningún secreto que la ingesta de alcohol aumenta los niveles de agresividad en algunos individuos -a otros les pone graciosos-. Lo que parece que desconocen algunos políticos antes de lanzar teoremas, son los motivos por los que esto sucede. El alcohol afecta la corteza prefrontal, la región del cerebro asociada con la expresión de la personalidad, las relaciones sociales y la empatía. Un experimento realizado por la Universidad Estatal de Ohio probó esta relación entre consumo de alcohol y agresividad en 500 voluntarios, mitad hombres y mitad mujeres. Se calcularon los niveles de ira previos de los participantes y después, se repartió una bebida con alcohol en la mitad de los casos, y con placebo en el resto. Competían en lo que parecía un juego de destreza y velocidad de apretar botones, sin embargo, los ganadores eran elegidos de manera aleatoria. Quien ganaba tenía derecho a propinar una descarga eléctrica al perdedor de intensidad y duración libre. Esta intensidad de las descargas no solo fue siempre mayor por los hombres, ebrios, que habían mostrado niveles superiores de ira en comparación a los candidatos menos irascibles, hombres o mujeres -aunque estos hubieran bebido-, sino que llamó la atención el elevado índice de agresividad que sobrepasó la escala creada para el estudio. Se demostró que ser hombre, sin control de las emociones y consumir alcohol, suman un cóctel peligroso.

Otro estudio, esta vez en Sevilla, en la Unidad de Valoración Integral de Violencia de Género (Uvivg), mostró la relación entre el consumo abusivo de alcohol y la violencia ejercida por el hombre contra su pareja. Esta violencia era mayor en proporción en estado sobrio que estando ebrio. No obstante, el consumo de alcohol incrementaba la frecuencia de la violencia ejercida, añadiendo a esto, además, dos teorías: la Teoría de la desinhibición, la cual propone que cuando un sujeto ingiere alcohol, se ocasiona desinhibición de la conducta y elimina cualquier control sobre los impulsos. Y la Teoría del aprendizaje social, que aboga que la relación entre la agresividad y la ingesta de alcohol viene dada por la influencia del entorno sociocultural, el cual espera que se produzca dicha agresividad, sumada a las propias expectativas del sujeto que lo consume. En este caso se percibe como una excusa para forzar y justificar su conducta, tanto por parte del agresor como, en ocasiones, por la propia víctima. Lo recogen los Cuadernos de Medicina Forense de Andalucía de 2014, donde se determina el consumo de alcohol como un factor de riesgo, pero no en sí mismo la causa directa de violencia.

El comportamiento o conducta de un individuo bajo los efectos del alcohol va a ser similar al comportamiento del mismo individuo en estado sobrio. Es decir: una persona que no es violenta no se transformará en violenta por beber y, al contrario, el que es violento sin haber bebido, seguirá siéndolo, o aumentará su violencia cuando beba.

En cambio, las investigaciones sobre la posible relación entre el consumo de alcohol y la conducta violenta de la mujer hacia su pareja, muestran datos irrelevantes o directamente negativos. En el caso de que sea la mujer la que beba no se muestra empleo de agresividad contra el hombre y sí reafirman que el consumo de alcohol por parte de las mujeres víctimas de violencia ejercida por los hombres (sean o no consumidores), supone a su vez un aumento de violencia hacia ellas por parte de la pareja.

Así pues, si bebes, no conduzcas ni manejes maquinaria pesada; si no sabes gestionar las emociones, no bebas, y si te dedicas a la política, por favor, cuida tus palabras. Hay mucho en juego.

@otropostdata

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