Joan Amorós, un maestro en Ibiza, describía hace unos días en su cuenta de Facebook el contraste de ver subir al ferry rumbo a Valencia a una quincena de migrantes -los últimos capturados tras llegar en patera a la isla-, esposados, acompañados de una treintena de policías y, a escasos metros, centenares de turistas bajando de macrocruceros: «Brutal. Doloroso».

Para cuando escribo estas líneas un centenar de personas permanece a bordo del barco de Proactiva 'Open Arms' (tras varios desembarcos por emergencias médicas y quienes han optado por lanzarse al agua) y 354 en el 'Ocean Viking', propiedad de Médicos sin Fronteras y SOS Mediterranée. En paralelo, en el mismo período, han llegado pateras a Baleares, Canarias, Ceuta, Melilla, Valencia, Algeciras y Cartagena y la central de alertas de migrantes, Alarm Phone acaba de anunciar un naufragio con más de cien ahogados frente la costa de Libia. Son parte de los cerca de quince mil migrantes contabilizados solo en España en lo que llevamos de año y de los cerca de mil que no lo lograron. Las cifras, escalofriantes, son sin embargo un 42% menos que hace un año por estas fechas. Los números los hace la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que estima en más de dieciocho mil las víctimas mortales intentando cruzar el Mediterráneo, más Mare Nostrum que nunca, desde 2015. La más letal de las rutas del planeta para quien viaja sin papeles, para quien viaja sin dinero.

'Náufragos sin rostro', ese es el título del libro publicado por la médico forense Cristina Cattaneo (Naufraghi senza volto) responsable del equipo del Laboratorio de Antropología y Odontología Forense de Milán (Labanof) que, junto a otros colegas y numerosos voluntarios, trata de identificar a las personas que hay detrás de los cadáveres del fondo del mar. Ardua tarea. De los más de 1.800 cadáveres recuperados de naufragios, han logrado ponerles un nombre a 50.

Uno de tantos muertos anónimos que pasaron por sus manos fue un niño de 14 años. Era uno de los ocupantes del pesquero naufragado el 18 de abril de 2015 en el Canal de Sicilia, en el que se conoce ya como el naufragio más voraz de la historia del Mediterráneo. Aunque preparada para acoger a una veintena de pescadores, cerca de mil personas viajaban hacinadas en la barcaza desde Egipto. Cuando se encontraba a 70 millas de Lampedusa, un carguero con bandera portuguesa alertó al Centro Nacional de la Guardia Costera y acudió en su auxilio. Al acercarse, la desesperación hizo que todos los ocupantes se agolparan en el mismo lado de la embarcación que volcó ante sus ojos. Solo 28 personas lograron ser rescatadas con vida. Casi un año después, descubrieron a 370 metros de profundidad lo poco que quedaba de aquel niño huyendo de Mali. A falta de visado, quizá la madre, le había cosido en el interior de la ropa -para evitar que lo perdiera o, a saber, que alguien se lo robara-, casi ilegible, el boletín con sus notas. Muy buenas notas. Destacaba en matemáticas y ciencias. Es fácil deducir que esperaba demostrar a quien hiciera falta que era un niño inteligente y aplicado y eso, cómo no, le abriría las puertas de las tierras del Mare Nostrum. En algún lugar, alguien, una madre, ansía noticias. Por eso, para Cattaneo, identificar un cadáver es un derecho para la persona que ha muerto, pero sobre todo, es una obligación con quien espera.

Aún con la imagen de Aylan Kurdi boca abajo en una orilla en la retina, sabemos que un rostro, un nombre o una historia, son la diferencia entre un número de muerto y una persona. Una historia dignifica. Y a nosotros, simples espectadores al otro lado de una pantalla de televisión o de móvil, nos mantiene humanos.

Por eso, mientras nuestros gobernantes se ponen de acuerdo en cómo evitar o regular la inmigración y tras esta, también la asignatura pendiente de la integración; mientras debaten sobre derechos, obligaciones, convenios; sobre dónde termina la ayuda humanitaria y empieza el tráfico de personas, dónde termina una oenegé y empiezan las mafias; mientras llevan muy cortas a las unas y acaban con las otras; mientras retienen, detienen, sancionan, legislan y se saltan lo ya legislado; mientras nuestros políticos cambian el modo de mirar al mar si están o no en campaña, y dicen y desdicen si después se les da asilo, refugio, residencia, vista gorda, carretera y manta, o se les retorna en frío o en caliente? mientras la elección, hoy, ahora, sea dejarlos morir en el agua o llevarlos a tierra, yo, humildemente, sé cuál elijo.

Una de las cosas que más impresionaron al equipo de Labanof en sus primeras autopsias fueron los pequeños paquetitos que algunos traían cosidos a la ropa. Al principio, por supuesto, pensaron que serían drogas o alguna mercancía para traficar. En realidad, era un tesoro: tierra. Llevan consigo, agarrada como quien se agarra a la memoria, la tierra que no saben si volverán a pisar.

@otropostdata