La semana pasada supimos de un nuevo golpe judicial contra esta lacra estética que son las vallas publicitarias -utilizadas mayoritariamente por discotecas y beach clubs-, que prostituyen el paisaje y devalúan la atmósfera natural que se le presupone a una isla paradisíaca. En esta ocasión, la decisión la ha tomado el Tribunal Superior de Justicia de Balears, que ha confirmado la legalidad de la normativa de publicidad del Ayuntamiento de Ibiza, que pretende, entre otras actuaciones, eliminar las vallas ilegales.

La sentencia tumba por tierra, así, el objetivo de la empresa que explota casi todos estos soportes en la isla, que aspiraba a anular estas ordenanzas en base a que el Consistorio, según su punto de vista, no es competente para regular y establecer normas más rigurosas que las estatales o las autonómicas.

Las instituciones pitiusas, desde hace ya algunos años, pretenden acabar con más de 200 vallas distribuidas junto a las principales arterias de Ibiza, casi siempre en suelo rústico y sin una licencia que las ampare. Esta cifra, en todo caso, es probable que se haya agrandado considerablemente, dado que todos los años se instalan nuevos soportes incluso en las mismas zonas que ya se encontraban saturadas. Para evitarlo, los impulsores de estos formatos, que generan un negocio millonario, han emprendido una batalla legal que, a tenor de esta última sentencia y otras precedentes, van perdiendo poco a poco. Se tardará algunos años, pero cabe mantener la esperanza de que algún día disfrutemos de una Ibiza libre de vallas publicitarias.

Los ibicencos ya nos hemos acostumbrado a este despropósito y, al igual que con la otra ristra de abusos que se cometen sobre nuestro territorio, tragamos con todo. Sin embargo, imaginen la sensación que experimenta un turista que acaba de aterrizar, después de estar hojeando en el avión la guía turística con esas fotos maravillosas de la isla, mientras se traslada hacia la ciudad por la carretera del aeropuerto. Esa concatenación inverosímil de carteles colosales, que engullen el campo y silencian cualquier otra visión de Ibiza que no sea la de la fiesta, es algo que probablemente nunca haya visto en otro enclave. Ni tan siquiera en las grandes urbes.

Resulta imposible sentir orgullo por una Ibiza tan saturada como ésta. Hay puntos kilométricos de la carretera del aeropuerto que exhiben hasta ocho vallas de la misma sala de fiestas, alineadas a un solo lado de la carretera. Antaño, esta vía de comunicación, con sus molinos, la perspectiva de la costa a un lado y los montes cubiertos de pinos a otro, incluso resultaba pintoresca. Hoy no es más que una concatenación de anuncios descomunales -a veces de dudoso gusto- y naves industriales erigidas y organizadas sin orden ni sentido estético. Menuda carta de presentación ofrecemos.

No se me ocurre una definición más precisa del término 'avasallar' que esta política de saturación comercial mediante vallas que ejecutan las empresas publicitarias y las del sector del ocio. Las primeras nunca renunciarán a unos soportes que les reportan entre 8.000 y 12.000 euros anuales por unidad, salvo cuando ya no les quede más alternativa. Las segundas, sin embargo, deberían de plantearse seriamente abandonar esta espiral de competencia por ver quién tiene más metros de Ibiza empapelada con su marca.

Si es cierto que el sector del ocio quiere mejorar la convivencia con la sociedad ibicenca y encontrar nuevas fórmulas que minimicen el impacto de su actividad, tal y como predican cada vez que alguien les pone un micrófono o una cámara delante, ya tienen por dónde empezar. Renunciar a los anuncios en vallas publicitarias constituiría un notable gesto que, además, no supondría ningún contratiempo en sus ventas, pues el dineral que invierten en estos soportes físicos lo rentabilizarían mucho mejor a través de los canales digitales y las redes sociales, que ya gestionan con considerable éxito.

Discotecas y beach clubs, en todo caso, no son los únicos que deberían renunciar por pura estética a anunciarse en las carreteras. Ahora que se aproximan las elecciones, estaremos bien atentos a los partidos políticos que aceptan aparecer en estas vallas. Dichos espacios les son cedidos por los anunciantes que habitualmente aparecen en ellos, ya que suelen alquilarlos por años completos. Que haya partidos de distintos colores, que en esta legislatura y en anteriores hayan apostado por derribar las vallas ilegales, y que ahora puedan sonreírnos desde ellas junto a su eslogan nos parece, simplemente, una incoherencia y una tomadura de pelo.