Paseo de s'Arenal de Sant Antoni, domingo de agosto a las once de la noche. Está muy transitado por todo tipo de personas: familias con niños, grupos de jóvenes dispuestos a comerse la noche (más bien a bebérsela; algunos con suma aplicación, a juzgar por sus erráticos e inestables movimientos), mayores, turistas y vecinos pasean junto a la hermosa bahía que refleja las luces de los barcos. Cada pocos metros hay africanos que venden baratijas y agitan globos de colores. Algunos los llenan de 'gas de la risa' y los venden a chavales británicos. Una pareja está inmóvil en un banco, con la mirada perdida, más muerta que viva, mientras a su alrededor revolotean varios 'camellos'. Un joven africano sonriente se acerca a dos mujeres españolas que pasean, de 47 y 60 años, con aspecto juvenil, sí, pero sin pinta de tener ningún interés en colocarse inhalando óxido nitroso de un globo. Al lado, otros dos 'camellos' buscan compradores, mientras a unos metros cuatro vigilantes y empleados de un local charlan ajenos al trapicheo.

-¿Balloons?-, ofrece el joven.

-¿Qué es eso?, pregunta una de las mujeres, para comprobar hasta dónde puede llegar la confusión del 'camello' en su afán por encontrar nuevos clientes; posiblemente alguna sustancia tiene algo que ver con su distorsionada percepción de la realidad.

-Emborracha-, responde con una gran sonrisa.

-¿Es como alcohol?

-Mejor, mejor.

-¿Es droga?

-Sí, un poco droga. Buena.

-¿Pero es malo para la salud?

-Noooo, nooooo, buena, buena.

-¿Cuánto cuesta?

-Dos [globos], cinco euros. Barato.

-Otro día-, contesta ella con estupor, antes de seguir su paseo nocturno entre abuelas, personas que sacan a sus perros, jovenzuelos desatados y niños que sorben helados.