Una de las obsesiones de Trump es retirar la asistencia sanitaria que han conseguido las clases americanas más humildes gracias al Obamacare, que permitió el acceso al bienestar de los más desfavorecidos. La otra obsesión es la limpieza étnica, la expulsión de los inmigrantes que han acudido en estado de necesidad en busca de oportunidades, sin recordar que la propia nación norteamericana es un melting pot en el que se han fusionado gentes de las más diversas procedencias.

Y en esta «especialidad» racista, Trump acaba de dejar caer a los dreamers, los jóvenes sin papeles que llegaron al país siendo menores de edad, y que lógicamente se han aclimatado e integrado con facilidad y hoy se consideran ellos mismos norteamericanos. Obama elaboró un plan para protegerlos, pero ahora Trump ha dado seis meses al Congreso para que «resuelva el problema».

Los propios correligionarios de Trump son conscientes de la brutalidad obscena de su jefe de filas y están tratando de parar sus mayores dislates. Pero el mero hecho de que este patán misógino y primario esté en la casa Blanca produce una gran alarma.

Los norteamericanos han de hacer un gran esfuerzo introspectivo para entender cómo ha sido posible esta elección presidencial y para averiguar cómo se puede poner remedio a esta deriva de decadencia y miedo.