En Ibiza ya resulta más fácil contar a los turistas sobrios que a los ebrios. Sólo hay que pasear por el West End o ses Variades, en Sant Antoni, por Platja d'en Bossa o el puerto, en Vila, o por es Pujols, en Formentera, para darse cuenta de que hace mucho tiempo que el alcohol reina en el verano isleño sin que a nadie le importe, más allá de a los empresarios sin escrúpulos que se llenan los bolsillos con la misma rapidez con la que muchos jóvenes galopan hacia la cirrosis. La consecuencia extrema del consumo desaforado de alcohol en los veranos locos de Ibiza es la muerte. En ocasiones por un coma etílico del que no consiguen salir, otras veces al volante de un coche o de una moto y en demasiadas por las caídas desde balcones. Un británico de 28 años ha sido el último (por el momento) en morir estrellado contra el suelo. Los únicos testigos del mortal accidente son un amigo borracho, que dio a los agentes un balbuceante informe de lo que había ocurrido, y unas cuantas botellas de alcohol vacías en su habitación. Y también, en una macabra muestra de humor, varios globitos de óxido nitroso, el tan de moda este año entre los descerebrados 'gas de la risa'. Aunque maldita la gracia que tiene. Como dudo que los políticos pongan coto al turismo de borrachera, ¿qué tal si obligan a tapiar balcones y ventanas en los apartamentos?