«Ningún hombre es una isla», dejó escrito el gran poeta isabelino John Donne. No lo es tampoco ningún país, sobre todo el que lleva tanto tiempo colonizando nuestras economías y nuestras mentes.

Su nuevo presidente, Donald Trump, no parece, sin embargo, pensar así, al menos en lo que se refiere a las estratagemas de la industria para aumentar sus beneficios. Y se ha propuesto repatriar los empleos exportados por las empresas multinacionales y aplicar elevados aranceles a quienes fabrican fuera para abaratar costes y venden luego en EE UU.

Como las de otros países, las empresas estadounidenses han recurrido una y otra vez a la fuerza de trabajo extranjera, más barata que la nacional, para aumentar sus márgenes en beneficio del accionariado. Y lo han hecho sin que les importase para nada la eliminación dentro del país de cientos de miles de puestos de trabajo y la paulatina destrucción de su tejido social. Es algo que lleva tiempo denunciando la izquierda sin que la socialdemocracia, ganada al neoliberalismo imperante, haya hecho más que limitarse a poner algún parche.

Y ha tenido que venir un personaje como Trump, racista, sexista, xenófobo y manipulador, para decir «basta» a esas prácticas.

Como ha escrito el sociólogo William Robinson, de la Universidad de California, «la negativa de la elite liberal a enfrentarse a la rapacidad del capital financiero y a su política de identidad ha propiciado el eclipse del lenguaje propio de las clases trabajadoras y populares» en EE UU.

Y eso ha llevado a su vez a millones de trabajadores blancos, frustrados porque nadie se ocupaba de sus problemas y sí en cambio de las reivindicaciones de las minorías sexuales o culturales, a «identificarse con el nacionalismo ´blanco´, ayudando así al neofacismo a organizarlos». Es lo que ocurrió ya con los fascismos europeos a raíz de la Gran Crisis de 1929 y es también lo que comenzó a fraguarse a ambos lados del Atlántico a raíz de la crisis financiera de 2008.

¿No es lo que vemos que está pasando ahora también en Francia, con el Frente Nacional de Marine Le Pen, en Holanda, con el Partido por la Libertad de Geert Wilders, o con Alternativa por Alemania en este último país?

El triunfo en EE UU de un demagogo ególatra como Trump, al que ven como modelo esos y otros partidos europeos, debe servir de toque de atención para todos los demócratas.

La izquierda debe sobre todo proponer un nuevo modelo económico porque, como explica la politóloga Chantal Mouffe, «no se puede estar simplemente contra la globalización y las privatizaciones sin ofrecer una clara alternativa».