En su momento, imaginamos que pasaría una eternidad antes de que la política balear experimentase otro episodio tan truculento e inmoral como la famosa crisis de los WhatsApp del Ayuntamiento de Vila. Recordarán que terminó con la alcaldesa del PP, Pilar Marí, dimitida y su partido sufriendo un vía crucis interminable hasta lograr sustituirla por Virginia Marí, número catorce de la lista y sin experiencia política.

Sin embargo, aunque los populares dejaron el listón muy alto, sólo ha tenido que pasar un año y medio para que el esperpento político vuelva a alcanzar cotas delirantes. En el marco de los acuerdos con el PSOE y MES para el pacto de gobierno en Balears, Podemos eligió como presidenta del Parlament -segunda autoridad del archipiélago-, a su secretaria de Democracia y Transparencia y antigua militante del PSOE, María Consuelo Huerta, Xelo para los amigos (y los enemigos).

En sus primeras palabras al frente de la institución, Xelo prometió que ejercería el cargo con «humildad y compromiso de absoluta imparcialidad». Añadió que «otra política es posible» y que «la soberanía del pueblo no puede estar supeditada a los intereses de unas minorías». Enternecedor.

La siguiente vez que supimos de ella, meses más tarde, fue para enterarnos de que Podemos la había suspendido de militancia, junto a la diputada Montse Seijas. Según su partido, ambas amenazaron con boicotear la aprobación de los presupuestos de Balears si el Govern no renovaba un contrato de investigación de 175.000 euros con un laboratorio vinculado a otro miembro de su partido. Bochornoso.

El día en que Podemos, desde Madrid, anunció su suspensión de militancia, ella ya manifestó que de diputada no la echaban ni con salfumán, pero que no se aferraría al cargo de presidenta: «No se me caen los anillos por irme. No le tengo ningún apego a este puesto. Si Podemos me pide que deje la presidencia, me quitan un peso de encima», dijo. Desde luego, ´pa´ chula, Xelo.

Mientras la crisis institucional se cernía sobre el Parlament, el PSOE y MES presionaban para que la presidenta emigrara lo antes posible y enrojecían de ira al ver que los fregados internos de Podemos eclipsaban el intrincado acuerdo presupuestario, que iba a venderse como el primer gran éxito de la legislatura.

Xelo y Seijas siguieron avivando la crisis al apoyar con su voto, al más puro estilo tránsfuga, varias iniciativas del PP, con el que la presidenta del Parlament ya compartía públicamente sonrisas, confidencias, almuerzos y estrategias. Incluso llegó a permitir que la bancada popular se saltara a la torera la normativa de la institución, con ataques furibundos a la presidenta del Govern y otros miembros de su gabinete en momentos en que claramente no procedía, según el reglamento.

Aunque al principio de esta historia rocambolesca Xelo ninguneó la trascendencia de su cargo, en cuanto Podemos confirmó su expulsión, a las puertas de las fiestas, se negó a abandonar el puente de mando. Echó el tradicional brindis navideño con la prensa y, con su arrogancia habitual, anunció que se marchaba, pero «de vacaciones». Una vez retomada la actividad parlamentaria, un PP sin el menor escrúpulo ni elegancia, se inmiscuyó de lleno en la bronca y acabó permitiendo -se desconoce con qué propósito que no sea enfangar aún más la política-, la continuidad por unos días o semanas de una presidenta a la que han echado los suyos por exigir tratos de favor para un amiguete con dinero público.

En paralelo, Xelo y Seijas contraatacaron insinuando corruptelas en torno al máximo dirigente de su ya expartido, Alberto Jarabo, por el notable incremento de los contratos logrados en IB3 por parte de la que fuera su productora de televisión hasta poco antes de ocupar el escaño en el Parlament. El asunto coincidió con la dimisión del secretario de la Comisión de Garantías del partido, Joan Canyelles, que quiso silenciar a una compañera díscola ofreciéndole un puesto de trabajo si era «buena niña»; estrategia de lo más rancia y con un claro tufo a «casta».

Ya para colmo, mientras se dirimía el sustituto de Xelo, la ibicenca Marta Maicas, aspirante al puesto, era imputada por la Justicia por un penoso asunto de firmas falsificadas de la tránsfuga Seijas, con el objetivo de retirar unas preguntas parlamentarias que esta última había presentado. Maicas fue acusada por su condición de coordinadora técnica del grupo.

Una auténtica orgía de patetismo, que lleva semanas azotando la imagen del Parlament balear y que hace que nos preguntemos dónde queda esa nueva política que nos prometieron a la ciudadanía. Esperemos que nuestra condición de isla contenga la epidemia y no tengamos que revivir en Ibiza episodios tan vergonzosos y reprobables como éste.