Las predicciones lo afirmaban, los medios nos hacíamos eco machaconamente, los ciudadanos lo daban por hecho: la nevada en Ibiza era, por tanto, incuestionable. Iba a pasar. Así de simple. Todos los facebookeros e instagrameros compulsivos estaban ya impacientes con el dedo sobre la pantalla de su smartphone, a punto no para disfrutar de la caída gélida y silenciosa de los copos, sino del inmenso gozo de ver cómo sus fotos se mezclan con millones de imágenes idénticas. Pero ni la Meteorología es una ciencia exacta, ni los medios tenemos siempre la razón ni nada se puede dar por hecho. Así que, en Ibiza y Formentera, la ciudadanía ha experimentado algo así como una especie de nievus interruptus. En lugar de copos de blanca nieve (se la han quedado toda los pérfidos mallorquines, como hacen siempre), flota en el ambiente una gran decepción, una sensación de inmensa estafa. ¡Queremos nuestra nieve! La misma que nos anunciaron con profusión, esa cuyo gélido sabor ya estábamos paladeando en nuestra imaginación...Sí, la nevada que nos ha dado esquinazo, la que nos ha dejado por otros parajes cercanos (Alicante, Mallorca, Murcia), la que nos ha fallado. ¿Qué vamos a fotografiar ahora?, ¿qué colgaremos en las redes? ¡Ya lo tengo! Muy pronto, en todas las pantallas, los almendros en flor.