Una de las cosas más extrañas de la larga vida de Leonard Cohen es que nunca supimos qué ideas políticas tenía. He leído montones de entrevistas y he repasado con atención las letras de sus canciones, y nunca he podido encontrar una sola referencia que pudiera tomarse como un pronunciamiento ideológico o como un comentario más o menos inspirado en la actualidad política. Y cuando se trata de alguien que empezó a publicar discos a mediados de los años 60, y que no ha dejado de hacerlo en todos estos años (el último disco, el escalofriante ´You want it darker´, salió hace apenas un mes), esta aparente falta de interés en la actualidad resulta sorprendente.

En sus canciones hay referencias circunstanciales al aborto (en contra) o enigmáticos comentarios sobre la democracia americana. También hay referencias a los ricos «que tienen sus canales en los dormitorios de los pobres». ¿De qué canales hablaba Cohen? ¿De los canales de televisión? ¿De los anuncios? ¿De otra cosa que no quiso nombrar? No lo sabemos. En internet hay un foro de fans de Leonard Cohen y hay un animado debate sobre el significado último de esta frase. La única conclusión evidente es que los ricos controlan la vida de los pobres, pero esa enseñanza -si es que Cohen quería que lo fuera- ya estaba en la Biblia y en muchas coplas medievales. Si ésa es toda la información que Cohen iba a darnos, se quedó en muy poca cosa.

Pero ésa es justamente la gracia de Cohen, eso que nunca podremos agradecerle del todo. Cohen pasó por su época -y fue una época muy larga: nació cuando aún no había empezado la Segunda Guerra Mundial ni se había iniciado el Holocausto- como la Juana de Arco de su canción, que tampoco sabíamos muy bien quién era, ni qué hacía en la hoguera, pero que parecía atravesar las llamas como si no pudieran consumirla.

He leído un montón de veces la letra de esa canción y todavía no sé muy bien de qué habla. ¿Es una canción de amor? Sí, desde luego, pero también parece la canción de un amor que se ha acabado, o que está a punto de acabar, y que tan sólo ha dejado un puñado de cenizas, como todas las historias de amor. Hasta ahora nadie ha sabido averiguar qué mujer real -si es que había alguna- se escondía detrás del nombre Juana de Arco. Unos dicen que era Nico, la cantante de la Velvet, pero tampoco está nada claro. «Amo tu soledad, amo tu orgullo», cantaba Cohen, y eso sí que estaba claro. ¿Hay alguien a quien no pueda gustarle esa canción?

La música de Leonard Cohen nunca fue moderna ni clásica ni contemporánea, sino otra cosa que sólo podríamos definir con el adjetivo «coheniano», un adjetivo que todavía no se ha hecho popular a pesar de que merecería ser tan usado como «dylaniano» y tantos otros que ya son de uso habitual.

¿Por qué nos gustaba tanto Leonard Cohen? Por muchas razones. Porque muchos quisimos escribir poesía cuando leímos las notas de contracubierta de ´The best of Leonard Cohen´, aquel disco en el que se le veía ajustándose el nudo de la corbata en una habitación de hotel. Y porque se atrevió a decir que Hank Williams -que no habría entendido una sola letra de una canción suya- vivía cien pisos por encima de él en la Torre de la Canción.

Y porque Kris Kristofferson le dijo que pondría el estribillo de ´Bird on a wire´ como epitafio sobre su lápida, y porque muchos hemos cantando ese estribillo por el paseo marítimo de Palma, soñando no con un epitafio, sino en una poema: «Como un pájaro en los hilos del telégrafo,/ como un borracho en un coro de medianoche,/ he intentado, a mi manera, ser libre». Y Cohen nos gustaba por la foto que le hicieron en un aeropuerto con Marianne Ihlsen, la chica noruega que le inspiró ´So long, Marianne´, cuando los dos viajaban a la isla griega de Hydra. Y porque él llevaba un largo bigote negro y una máquina de escribir portátil, y ella un traje sastre más bien formal, y era atractiva, sí, pero no tan guapa como la imaginábamos en la canción. Y porque encontré esa foto en la biblioteca del Centro Pompidou, en París, un aburrido domingo de primavera, y entonces me di cuenta de que había domingos aburridos, incluso en París, incluso en primavera, e incluso cuando uno era tan joven como lo era Leonard Cohen cuando iba con Marianne camino de la isla griega de Hydra.

Y sobre todo, nos gusta porque su último disco está compuesto a las puertas de la muerte, pero Cohen cantaba sin miedo y sin rabia, así que también parecía cantarle «amo tu soledad, amo tu orgullo», sólo que esta vez lo hacía con un coro de sinagoga y un cantor litúrgico judío. Y porque ese disco, el último, es quizá el mejor de los suyos.