Cultivos abandonados que hoy son barbechos y rastrojeras. Muros de piedra seca que han vertebrado tradicionalmente nuestra geografía interior, humanizaban el paisaje y son parte de nuestro patrimonio que, abandonados, hoy se desmoronan y pueden acabar desapareciendo.

Árboles centenarios que se mueren, olivos, higueras, almendros y algarrobos. Bosques que son una amenaza porque no se aprovechan ni se cuidan. Abejas que han reducen drásticamente su población y dejan de polemizar los escasos cultivos que tenemos. Una fauna autóctona en regresión en la que ver erizos, jinetas o tortugas de tierra es casi un milagro. Una entrada descontrolada de especies invasoras como los ofidios y el picudo rojo que se multiplican imparables y amenazan con acabar con las palmeras y las lagartijas. Vertidos al mar de aguas negras desde emisarios defectuosos y desde los barcos que limpian irresponsablemente sus sentinas. Anclajes indiscriminados y masivos sobre praderas de posidonia milenarias que son Patrimonio de la Humanidad y nos aseguran el oxígeno que respiramos. Un Parque Natural que, por descuidado, no nos mereceremos. Un sector pesquero que ya es sólo testimonial porque nuestros esquilmados y maltratados litorales se vacían de peces.

Acuíferos secos por un mal uso del agua que a los grifos ya llega salobre, imbebible. Paisajes destrozados por una construcción y un mercado inmobiliario enfebrecido. Caminos rurales que desaparecen bajo el asfalto. Playas que se subastan y que, perdida su calma, van camino de convertirse en espacios discotequeros. Una ciudad que hemos hecho caótica, impersonal e invertebrada. Un barrio marinero convertido en un gueto y una ciudadela convertida en un mero escenario para turistas. Un transporte público nefasto. Una ciudad sucia. Una marca, ´Ibiza´, que de puertas afuera se identifica por la droga, el alcohol y el famoseo. ¿Seguimos?