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Más que un juego de mesa

El go, el tablero que puso en su sitio a los humanos

Se trata de ese juego de piedras y blancas que se desarrolla en un tablero de 19 X 19 casillas y en el que solo hay que poner en sus intersecciones piezas blancas o negras para intentar ocupar el mayor terreno en ese pequeño campo de batalla de madera y ganar la partida

El juego del Go. Shutterstock

En una escena de la película ‘Una mente maravillosa’, el biopic que sigue la vida azarosa del brillante y esquizofrénico matemático John Forbes Nash, encarnado por Russell Crowe, un compañero de Princeton le reta a jugar al go, ese juego de piedras y blancas que se desarrolla en un tablero de 19 X 19 casillas y en el que solo hay que poner en sus intersecciones piezas blancas o negras para intentar ocupar el mayor terreno en ese pequeño campo de batalla de madera y ganar la partida. En un principio, el juego puede parecer muy fácil y de hecho la reglas que lo rigen lo son, pero es tal el número de posibilidades matemáticas abiertas al colocar una piedra que la cifra resultante resulta inconcebible para un humano. A eso se añade que al go no suele ganar quien calcula más sino quien tiene la mejor intuición, por eso el genio matemático puro y duro de Nash se estrella contra el juego en ese momento de la película.

El go, de origen chino pero practicado también en Japón y Corea, nació hace más de 2.500 años al mismo tiempo que la silla, el ábaco, el rollo de papiro impreso y las pirámides de Giza y es el juego más antiguo que existe, mucho más incluso que el ajedrez y aunque periódicamente se tienen noticias de él en Occidente, donde no es tan popular, acompañando a alguna película o novela como sinónimo de complejidad matemática, todavía es un gran desconocido por aquí. Los nobles de la antigüedad china consideraban el go como una de las cuatro artes esenciales junto a la música, la caligrafía y el dibujo.

Lee Sedol, el campeón coreano

La última visita del juego a nuestro imaginario ha venido de la mano del que es uno de los libros estrella de este inicio de año, ‘MANIAC’, la novela en la que el escritor chileno Benjamín Labatut ha descrito el tránsito de la ciencia desde los albores de una Física y una Matemática puestas al servicio del poder destructivo nazi que desembocó en otra destrucción no menos impactante en el caso de la bomba atómica, fruto del Proyecto Manhattan. Labatut sigue entonces en su novela la trayectoria del matemático húngaro John Von Neumann -hay lectores en las redes que aseguran preferir el libro de Labatut a la oscarizable película ‘Oppenheimer’-, padre de la computación y creador de una máquina seminal que con los años acabaría concretándose en Alpha Go, la Inteligencia Artificial creada por la compañía británica Deep Mind que en el 2016 venció al campeón coreano de go Lee Sedol.

Fue el último y definitivo gran pulso de la máquina contra el ser humano a través de un juego que hasta aquel momento se consideraba imbatible para un ordenador -al ajedrez ya había vencido en 1996, es decir 20 años antes, frente a Kaspárov-. El duelo fue mayúsculo y vertiginoso como muestra la clarificadora exposición 'IA: Inteligencia Artificial' en el CCCB, abierta hasta marzo, y que recoge imágenes de ‘Alpha Go’, de Greg Kohs, el documental canónico sobre aquel hito que también puede verse en Youtube. El certificado que otorgó la más alta distinción a la IA aseguraba que Alpha Go “se había esforzado por dominar los fundamentos taoístas del juego” y había alcanzado un nivel “cercano a la divinidad”. Llevábamos miles de años jugando al go y solo entonces, gracias a una máquina, nos dimos cuenta de la insondabilidad del juego. Apenas sabíamos nada de él.

Al igual que los programadores de Alpha Go, jugadores amateurs, que apenas conocían las reglas básicas del juego, Labatut confiesa que no sabe jugar al go, pero eso no le exime de detectar dónde está el “milagro”, como él lo califica: “Tú a un software le puedes enseñar las reglas del ajedrez y por mero calculo matemático este puede llegar a vencer al mejor jugador. Pero en el go, donde los contrincantes aseguran colocar la piedra dejándose llevar por el sentimiento, había que actuar de forma radicalmente distinta. Así que se enseñó a la máquina a jugar a base de introducir 500.000 partidas de amateurs lo que le proporcionó una especie de sentido común y luego le pusieron a jugar contra sí misma. El resultado es un algoritmo de nuestro inconsciente. Más tarde eliminaron el sentido común, es decir le quitaron la humanidad y los sistemas derivados de Alpha Go se volvieron sobrehumanos, nivel Dios”. 

Tan complejo como confuso

No es extraño que el go sea fuente inagotable de metáforas. Sirve para ilustrar el carácter del jugador, y los especialistas son capaces de interpretar un sentido estético y poético en cada jugada. Y como se ha visto, también se ha utilizado, como instrumento para buscar a Dios. Hacerlo mediante el cálculo matemático es ya un tropo literario de primer orden. Ordenar el caos como forma de atisbar la divinidad es lo que busca el matemático protagonista de la película ‘Pi’ (1998), la ópera prima de Darren Aronofsky, a quien su profesor intenta desanimar en ese empeño gracias a un tablero de go, al que define como “un microsistema del universo” que parece sencillo y ordenado pero que en realidad, con partidas que son como copos de nieve “no hay dos iguales”, es un sistema complejo y confuso.

También puede ser un juego para extraterrestes. Edward Lasker, maestro de ajedrez alemán emigrado a Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial y uno de los pocos practicantes occidentales del go de principios del siglo XX, comparó las reglas barrocas del ajedrez, que “solo podían haber sido creadas por humanos”, con las del go, “tan elegantes, orgánicas y rigurosamente lógicas que si existieran otras formas de vida en otra parte del universo seguro que jugarían al go”. Algo de eso debió pensar Ursula K. Le Guin cuando en su imaginario planeta Invierno, poblado por hermafroditas mutantes de su imprescindible novela ‘La mano izquierda de la oscuridad’, trasladó allí el juego. Un juego, que por otra parte, ha sido una presencia continuada en el género de ciencia ficción, por su cualidad extremadamente especulativa y así lo encontramos en ‘El atlas de las nubes’ de David Mitchell y en ‘El zoo de papel’ del sino-estadounidense Ken Liu, sin olvidarnos de la saga ‘La rueda del tiempo’ iniciada por Robert Jordan y culminada por Brandon Sanderson.

Japón y Borges

Naturalmente, el go aparece como un entretenimiento cotidiano y habitual en la toda la literatura oriental. Pero quizá el libro que más atención le ha prestado sea ‘El maestro de go’, del premio Nobel japonés Yasunari Kawabata, crónica novelada de 1951 que sigue la agónica partida a lo largo de medio año en la que el veterano jugador Honinbo Shusai perdió frente al joven aspirante Kitani Minoru en 1938 y que el propio Kawabata había cubierto como periodista. El libro sigue todos los movimientos de la partida, aunque en realidad lo que se quiere contar es la muerte de una visión tradicional de la cultura japonesa y la aparición de un nuevo estilo más pragmático aún por descubrir.

Tampoco se puede olvidar a Jorge Luis Borges. Gran amante de la literatura nipona, no es ajeno que su pareja María Kodama fuera de origen japonés. El argentino visitó por primera vez en los 70 el país admirado desde que de niño, aseguraba, se había enamorado de una pantalla japonesa que había en la casa familiar. De aquel viaje surgió, ‘El go’, uno de los poemas que integran ‘La cifra’ libro en el que el autor supo captar su trascendencia. “Hoy, nueve de setiembre de 1978, / tuve en la palma de la mano un pequeño disco / de los trescientos sesenta y uno que se requieren / para el juego astrológico del go, / ese otro ajedrez del Oriente. / Es más antiguo que la más antigua escritura / y el tablero es un mapa del universo. / Sus variaciones negras y blancas / agotarán el tiempo".

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