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Territori Abel Azcona Artista 'performer'

El artista Abel Azcona: «Si no hubiera encontrado la ‘performance’ en mi camino, seguro que estaría muerto»

Abel Azcona, uno de los artistas más prolíficos del arte contemporáneo europeo, estará este sábado en Ibiza para hablar de su trabajo y realizar una ‘performance’ que ha creado exprofeso para Territori

Abel Azcona, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Foto cedida por Abel Azcona a Territori

Abel Azcona tiene muy claro que «el arte tiene que ser una experiencia transformadora» para el creador y para el espectador y eso es lo que persigue con sus acciones performativas, siempre críticas, políticas y sociales y con un marcado componente autobiográfico. Lo explica en una entrevista telefónica concedida a Diario de Ibiza con motivo de su partipación en el festival Territori. La cita será este sábado, 23 de septiembre, en Hangar 8289, en Ibiza. El reconocido performer ofrecerá una conferencia y una clase magistral entre las 10 y las 14 horas y una performance a partir de las 21.30 horas.

¿Cuál es el estado de salud actual del arte performativo?

Yo creo que ahora está en un momento bastante mainstream. En las últimas nueve ediciones de la Bienal de Venecia, que equivale a los Óscar del arte contemporáneo, las piezas que han ganado son performances. Y las mayores retrospectivas que ha habido últimamente tanto en el Moma como en otros museos han sido de performances también. Sí que es verdad que una cosa es cómo trata estas creaciones la institución o el mercado del arte y otra, cómo lo hace el espectador o el visitante, porque es cierto que hay mucho público que todavía no ve las acciones performativas como una sublimación del arte, o como una disciplina donde el artista realmente tiene un valor. A pesar de ello, yo creo que en estos momentos la performance está ocupando los espacios al mismo nivel que otras expresiones artísticas.

¿Por qué decidió decantarse por esta disciplina artística?

Mi encuentro con la performance fue muy accidental. A los 16 años me intenté suicidar y me ingresaron en psiquiatría un mes. Al salir, paré el tráfico en Pamplona totalmente desnudo sentado en una silla y pegando gritos al aire. El psiquiatra me dijo que era un brote y mi profesora de la escuela de arte, que eso era una performance. Fue a partir de ahí cuando empecé a explorar el campo performativo y a salir a la calle prácticamente todas las semanas, hasta hoy. A partir de 2010 ya pude entrar en la institución, tuve mi primera exposición importante en el Museo de Arte Moderno de Bogotá y empecé a viajar y a trabajar con mi propia experiencia, hasta estos días, que he inaugurado ya otro nivel con una retrospectiva en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sobre historia de la performance. A lo largo de los años, ha habido una evolución en mi trabajo, pero siendo siempre lo mismo: una persona que trata con el cuerpo su propia experiencia vital, llena de historias de trauma y dolor.

«Cuando uno trabaja con el dolor interno, de alguna manera lo sublima y hace que se mitigue»

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¿Qué busca abordando su propia experiencia vital a través de la performance? ¿Una catarsis, entenderse, que le entiendan...?

Hay una mezcla de varias cosas. Por un lado, cuando uno trabaja con el dolor en primera persona, de alguna manera sublima este sentimiento interno y no te voy a decir que desaparece, pero sí que se mitiga de alguna manera. Por otro lado, está el espíritu crítico. Yo siempre defiendo en mi trabajo el derecho a no haber nacido. He dicho muchas veces que el mayor acto de amor que he tenido en mi vida son los tres intentos de aborto de mi madre. Ella, embarazada, heroinómana y prostituta, sabía que no debía tenerme y luchó por ello en la conservadora Pamplona, pero le obligaron a parirme. Por eso digo que nací como objeto político y, como tal, en mi obra y en mi habitar tengo un espíritu crítico. Es como si dijese: «Bueno estoy aquí porque me habéis obligado a estar aquí». Hay una especie no de rencor, pero sí de pelea continua con el espectador. No creo para el público sino contra el público.

¿Qué pretende provocar en el espectador?

Entre otras cosas, su transformación. Me parece que el artista tiene la obligación de que el espectador salga un poco diferente a como entró en el espacio. Por otro lado, también busco esa parte de autoculpa, esa parte de crítica, que entiendan mi historia. Mis acciones también son una forma de compartir. El espectador me sirve a mí y yo le sirvo a él para sacar esas experiencias de dolor y sublimarlas de alguna forma, que las resolvamos, no sé si del todo, pero que por lo menos tengamos esa especie de catarsis juntos.

¿El arte performativo le ha salvado de alguna manera la vida?

Si no hubiera encontrado la performance, seguro que estaría muerto. De hecho, mi existencia está marcada por momentos autolesivos y por intentos de suicidio graves y lo que he hecho al final es encontrar una vía que me ha posibilitado seguir con vida, pero a través de un arte extremo. Mi historia está marcada por un nacimiento obligado y luego por episodios que ya estaban escritos y que mi madre quiso evitar: abuso sexual, maltrato físico, abandono e incluso prostitución de mi propio cuerpo de niño. Llega un momento que, con todo eso, solo te queda habitar la vida de la forma más estable que puedas, pero, evidentemente, buscar algo parecido a la felicidad o a una vida plena es imposible porque ya estás marcado de por vida por unas heridas. Así que al final lo que te queda es hacer con todo eso lo que puedas, seguir hacia delante y creer que merece la pena todavía permanecer con vida por un tiempo porque con tu habitar tienes la posibilidad de cambiar las miradas, de cambiar los espacios y hacer algo con tu presencia física o con tu cuerpo. Eso es lo que voy a hacer en Territori, trabajar tres performances con mi historia personal y mi dolor.

¿Nos puede adelantar algo más de esas acciones que el próximo sábado el público podrá ver en Ibiza?

En mi trayectoria artística me quedaba un asunto pendiente de resolver, había trabajado mucho el tema de la pederastia y del abuso sexual, pero había contado más las historias de otros que la mía propia. Ese es el caso del proyecto ‘La sombra’, en que había puesto otros cuerpos dolientes en escena, pero no el mío de forma directa. Así que he decidido ahondar en algo que no había profundizado hasta ahora, ni siquiera con mi terapeuta, a través del concepto del juego, que suelo utilizar cuando hablo de abusos sexuales. En concreto, voy a plantear tres juegos en los que haré uso del cuerpo y la palabra, algo bastante novedoso porque no la incluyo nunca en mi trabajo. A través de esas herramientas, voy a buscar en la memoria, voy a explorar en cada unos de los abusos y voy a contarlo. Va a ser una mezcla bastante dura. No llevaré nada preparado, va a ser un ejercicio muy del momento y muy real. Será una combinación de juegos con relatos personales, en la que también participarán voluntarios que trabajarán con su historia de dolor, y luego habrá música, dibujo... Creo que va a ser un combo bastante poderoso y peculiar.

¿Para usted el arte no vale si no es crítico, si no es provocador, si no incomoda, si no hace reflexionar?

¿Quién soy yo para decir qué vale y qué no vale? Pero en mi caso, para que el arte me interese tiene que ser transformador, crítico, social y político. Hemos vivido muchos años en los que el arte principal era el que decimos que es bello, en cambio, ahora mismo no necesitamos eso, necesitamos un arte que invite al espectador y al artista a salir diferente de como entró al espacio. En eso estoy yo, al final, para mí el arte no es una experiencia meramente estética sino que es una experiencia donde salgo muy diferente de como he entrado, llorando, gritando, dolorido o abrazando al público porque me ha curado un poco.

Una de las acciones performativas de Abel Azcona. Imagen cedida por Abel Azcona

¿Qué diría a las personas que consideran su arte ofensivo?

Yo creo que, como dicen algunos, «ofender es un derecho, ser ofendido es un placer». Entendiendo el arte como lo hago, como una experiencia transformadora, creo que ser ofendido es algo maravilloso. Si una obra de arte logra que alguien salga de su asepsia mental, se ofenda y tenga que interperlar es que es muy buena. En mi caso, si hago una acción y consigo que 10.000 personas salgan a la calle a manifestarse creo que la performance ha sido un éxito.

¿La libertad de expresión está más amenazada que nunca?

Yo creo que ha estado siempre igual. Sí que es verdad que ahora lo parece más porque hay una serie de partidos políticos que se cortan menos en ese sentido. Yo creo que al final España es un país complejo, que todavía no ha evolucionado. Es un país postfranquista en el que se hizo una ley de Amnistía para bien de unos y para el mal de otros y esa asepsia mental que se ha creado en el público afecta a los artistas y también a los creadores. Seguimos todavía en un estado sin libertad de expresión y con una democracia que para mí no es plena. Los creadores estamos ahora teniendo problemas de libertad de creación, aunque, en mi caso, llevo mucho tiempo con censura, procesos judiciales... He tenido denuncias no por una obra sino por unas cuantas, así que he aprendido que eso forma parte de mi trabajo y que, al final, estoy consiguiendo interpelar verdaderamente al monstruo que quiero interpelar. La libertad de expresión está jodida, evidentemente, pero creo que somos los artistas los que tenemos que luchar contra viento y marea por defender nuestra propia creación. También te digo que, en el arte contemporáneo, los artistas que somos perseguidos luego conseguimos que nuestra obra sea mucho más visible. Eso es una realidad. Por ejemplo, se va a inaugurar en octubre el museo del arte prohibido y Tatxo Benet, que impulsa el proyecto, ha comprado toda mi obra censurada, que se va a quedar siempre ahí, con fotografías de Robert Mapplethorpe, con Picassos y con diferentes obras de la historia del arte que se han censurado. La gente que censura siempre consigue lo contrario, porque hace que la obra tenga mucha visibilidad y que llegue a muchas más partes, por tanto, al final el que gana siempre es el artista.

En sus performances ha denunciado la pederastia en la Iglesia Católica, ha tocado temas como la prostitución, la defensa de la memoria histórica, los abusos sexuales...¿Tiene alguna línea roja?

En mi caso el proceso creativo me tiene que interpelar, directa o indirectamente. Siempre intento hacer piezas que no sean ajenas a mi propia experiencia vital, si no me afectan absolutamente nada, ahí pongo mi línea roja.

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