La parte china recurrió a la ya litúrgica fórmula de “cándida, profunda y constructiva” para describir la primera reunión entre Xi Jinping Joe Biden como jefes de Estado, acaecida durante la víspera de la cumbre de líderes del G-20 en Indonesia. En su resumen del encuentro, que triplica en longitud al de la Casa Blanca, conviven los previsibles propósitos al entendimiento con cuestiones más enjundiosas que sugieren un cierto hastío por la discordancia entre el discurso y las acciones de la Casa Blanca.

Y no tarda en aparecer el asunto más inflamable. Xi le habría aclarado a Biden que Taiwán “está en el núcleo de los intereses de China, es la piedra de toque de las relaciones bilaterales y la primera línea roja que no debe ser cruzada”. El comunicado chino añadió que la estabilidad y la paz en el Estrecho de Formosa y la independencia de Taiwán son conceptos “tan irreconciliables como el fuego y el agua” y espera que Washington alinee su discurso a sus palabras. 

Biden insistió en que la política estadounidense hacia Taiwán no ha cambiado. Es difícil defenderlo si atendemos a las incrementadas ventas de armas, las frecuentes visitas de representantes estadounidenses a la isla o la jubilación de facto de la ambigüedad estratégica, por hacer la lista corta. Descompone a China que Washington traspase líneas rojas que había respetado. Apenas habían pasado unos días tras la última charla telefónica presidencial en septiembre, juzgada por ambos como “constructiva”, cuando Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, aterrizó en Taipei y arruinó el clima. “El presidente Biden ha dicho en muchas ocasiones que Estados Unidos no busca la independencia de Taiwán ni pretende usar a Taiwán como una herramienta para buscar ventajas o contener a China. Esperamos que Estados Unidos cumpla con su compromiso”, afirma el comunicado estadounidense. 

También aprovechó Xi para reivindicar el derecho de China a andar su camino. Estados Unidos eligió el capitalismo y su país practica el socialismo, recuerda Xi, y aventura que esas diferencias continuarán. “Ninguna de las partes debería intentar remodelar a la otra a su semejanza ni subvertir el sistema ajeno. En lugar de hablar de una forma y actuar de otra, Estados Unidos debe honrar sus promesas con acciones concretas”, sostuvo Xi en la segunda alusión al cinismo de Washington. No es una cuestión menor porque sectores políticos cada vez mayores presentan a China como una amenaza para el mundo libre y al Partido Comunista como el principal enemigo del pueblo estadounidense. 

Advertencias contra una guerra comercial

Entre los habituales lamentos chinos figuran las zancadillas del país que sublima el libre mercado a su comercio. Biden no ha levantado los mastodónticos aranceles de Trump, la reunión de Bali llega poco después de los intentos de Washington de estrangular la industria china de los semiconductores y chips y en el horizonte asoma una prohibición a Tiktok. “Empezar una guerra comercial o tecnológica, levantar muros y barreras, empujar al desacoplamiento y dañar las cadenas de suministro atenta contra los principios de la economía de mercado y las normas internacionales”, recuerdó Xi.

En la transcripción china, en resumen, los compromisos para llevarse bien y otras previsibles naderías están salpimentados por críticas inusuales en el aséptico lenguaje diplomático. China ya asumió años atrás que la hostilidad estadounidense, comercial y diplomática, es estructural y no depende del inquilino puntual de la Casa Blanca. Las charlas presidenciales sirven para impedir que la situación se arruine sin remedio, pero nadie espera en China que de Bali surja una sintonía sólida.