Xian es Wuhan dos años después, con las calles desiertas y la población esperando a que escampe el coronavirus. Los 13 millones de habitantes de la capital de la provincia de Shaanxi cumplen su sexto día de confinamiento mientras siguen aumentando los contagios. Este martes se anunciaban 182 en todo el país, de los que 175 corresponden a la cuna de los guerreros de Terracota. Son cifras ridículas en comparación con las globales pero no se recordaban tan altas desde que en marzo del pasado año se lidiara con el inicio de la pandemia en Wuhan y legitiman el regreso del “modo guerra”.

El brote de covid-19 suma ya más de 800 casos tras colarse un contagiado en un vuelo procedente de Pakistán dos semanas atrás. Los tests masivos inmediatos revelaron decenas de casos desperdigados en los 14 distritos y días después se ordenó el confinamiento estricto. El cerrojazo anuló los vuelos de entrada y salida, los trenes y los autobuses y exigió una autorización especial de las autoridades para abandonar la ciudad. Sólo circulan los vehículos que desinfectan las calles y edificios y se ha impuesto el trabajo desde casa. Una notificación por teléfono móvil informó de que apenas una persona de cada familia puede salir de casa cada dos días para comprar lo imprescindible. Xian, una de los pulmones económicos del norte de China, se ha paralizado en cumplimiento de la política de tolerancia cero que sigue vigente desde el inicio de la pandemia.

Más de 3.000 estaciones para realizar pruebas PCR se han levantado a lo largo de la ciudad en las que trabajan 45.000 voluntarios durante toda la jornada. También se ha movilizado al personal médico del Ejército de Liberación Popular y casi 18.000 ciudadanos identificados como contactos cercanos de los contagiados son monitorizados.

Confinamiento estricto

Wang Ji, empresaria treintañera, cumple ya su segunda semana de encierro porque un compañero de clase de su hijo de diez años había dado positivo en los albores del brote. A aquella cuarentena impuesta a todos los familiares encadenó la ordenada con carácter general. En su distrito, de los más afectados, ni siquiera pueden salir a la compra. “Hacemos el pedido en los grupos de WeChat (algo así como el WhatsApp chino) y el personal del supermercado deposita la comida en la puerta del complejo de viviendas. Allí es recogida por los trabajadores y nos la suben a casa”, señala. Afronta la experiencia sin más lamentos que el tedio. “Mi hijo estudia a distancia con el ordenador y hablo con mis padres a diario por videoconferencia. Espero que el brote haya desaparecido porque de lo contrario tendremos que pasar el año nuevo en casa”, señala por teléfono.

El encierro era asumido por la población desde que el número de contagios empezó a subir la semana anterior y la propagación por todos los barrios impidió medidas quirúrgicas. Los confinamientos han llegado hoy a Yanan, una ciudad a unos 300 kilómetros de Xian. Apenas cuenta con dos millones de habitantes, una ridiculez para las magnitudes chinas, pero es un lugar grapado a la memoria histórica: ahí culminó Mao su Larga Marcha y preparó durante años su asalto a Pekín. Varios distritos han sido cerrados y ha concluido temporalmente el peregrinaje turístico.

A China le urge embridar el último rebrote. Apenas faltan 40 días para que prenda el pebetero de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín con los que China quiere demostrar que un macro evento deportivo con público también es factible en tiempos pandémicos. Y en sólo un mes celebra el Año Nuevo y el Festival de Primavera, la principal semana de vacaciones del calendario. En esos días se produce el mayor movimiento de personas en el mundo y las autoridades de algunas provincias ya han desaconsejado los viajes si no son imprescindibles. Zhang Boli, experto médico y antiguo delegado de la Asamblea Nacional Popular, se ha mostrado confiado en salvarlos y extinguir la última amenaza a finales de enero.