Preparando la gran boda gitana de Lucía y Daniel en Ibiza

Más de 900 invitados asisten este sábado al casamiento de los jóvenes, que se celebra en el Recinto Ferial

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

Sentadas a una mesa rodeadas de papeles llenos de cifras parecería que Alba y Alba se afanan con deberes de matemáticas. Pero no. Están ajustando las bebidas de las mesas en las que este sábado se sentarán los alrededor de 900 invitados de la boda de Daniel y Lucía. Concentradísimas, ni el intenso revuelo que hay montado a su alrededor las distrae de su tarea. Decenas de personas trajinan sin descanso en la carpa pegada al Recinto Ferial. Llevan así desde el miércoles, explican. Es lo que tienen las bodas gitanas, que todo el mundo tiene que arrimar el hombro.

«Todos son familia y amigos», comenta Sebastián Muñoz Gato, padre de la novia, que anda arriba y abajo con la furgoneta mientras a su espalda un grupo de mujeres prepara las mesas. Casi todas están ya montadas. Platos, vasos, cubiertos, la lista con el nombre de quienes se sientan en cada una de ellas y, en el centro, una foto de los novios. Daniel, de 25 años, y Lucía, de 20, se conocen «de toda la vida. Son vecinos. Sus familias viven en portales contiguos en la zona de Can Cantó. El amor, sin embargo, surgió hace algo más de un año. «Somos evangélicos, estábamos en un bautizo y me fijé en que Daniel le ponía ojitos a mi hija, que es muy guapa. Se lo dije a ella. Y ahí empezó todo», explica.

«Si alguien va a comprar, que traiga estropajo y mistol», comenta una de las mujeres que, al fondo de la carpa, no dejan descansar los cuchillos. Dos de ellas apenas levantan la cabeza de la montaña de ñoras que, convertidas en un paté, serán un ingrediente clave del sofrito. De pie, muy cerca, en una barra, Susana y Noemí cortan naranja, manzana y limón para la cuerva, una bebida similar a la sangría. «Hay quien también le echa apio», comentan las mujeres, que detallan que, llegado el momento, a las frutas les añadirán vino, azúcar y fanta de limón. «Y algunos, vodka», bromean entre risas sin dejar de cortar, algo que llevan haciendo cerca de dos horas. En la misma barra aunque separadas por un muro de sacos de arroz, a Pepa, Patro y Amparo no hay ajo que se les resista. Están a punto ya de acabar con el tercer cajón de liliáceas. Las pieles alfombran la barra. El olor embriaga. Las mujeres ríen. Recuerdan cuando ellas se casaron. Bueno, una de ellas, porque las otras dos, relatan, se escaparon. «Hace 23 años», comenta una de ellas. Un canto agudo interrumpe la conversación y la tarea. Sale de la boca de Mari, a cuyo reclamo acude buena parte de las mujeres que se concentran en el recinto. Es hora de parar unos minutos, de beber y comer algo y de ver cómo van los preparativos. Mari recuerda su boda, hace 22 años. Los nervios y el cansancio de los preparativos. Esos que hoy se alargarán hasta bien entrada la noche.

Arroz con pavo para 900

Las cámaras tienen que quedarse cargadas de bebida. La cuerva casi lista. Las sillas de la ceremonia preparadas. Las mesas montadas. Las flores colocadas. Y el sofrito del arroz, terminado. Arroz con pavo para unos 900 invitados. Se dice rápido. Del plato principal se encargan José María Rodríguez Moreno, Tiznao, jardinero de profesión que lleva 40 años coordinando los arroces de las bodas gitanas de la isla, y su mujer, Dulce, que también ha preparado los mandiles y pañuelos para quienes hagan las veces de camareros. «El secreto para que salga bueno es la experiencia y la dedicación», afirma Tiznao, que asegura que el sabor que le da el pavo es muy especial. «No se puede comparar al del cerdo o la gamba», afirma. Además del arroz, el menú de la multitudinaria boda —«la segunda más numerosa celebrada en la isla después de la de mi sobrino Juan Manuel con Marisol, a la que vinieron 1.500 personas»— incluye ensalada, canapés, pasteles salados, jamón, queso, allioli, coca, pizza y patatas al vino. Algo más de 150 kilos de este tubérculo está pelando otro grupo, fuera de la carpa. Para terminar la comida, cómo no, la tarta. La ha hecho, con mucho cariño, la sobrina de la novia, Trinidad Muñoz, que lleva una semana dedicada a tan delicada tarea. Quienes han podido ver el diseño aseguran que Daniel y Lucía no sabrán si estarán cortando un pastel o una obra de arte.

«Ellos están preparándose», comenta Sebastián cuando se le pregunta por los enamorados, que el día de la boda se encontrarán a las puertas de sus casas, sobre una sábana y unos cojines «preciosos» en los que se arrodillarán para que sus padres, Sebastián Gato y Francisco Frasco, les den todas sus bendiciones antes de montarse en el coche nupcial, un Hummer, y acudir al recinto ferial para la ceremonia, en la que no faltarán las lluvias de peladillas y los manteos de los novios. La oficiará un concejal de Vila y Carmen Rodríguez, de la iglesia a la que pertenece la novia, pronunciará unas palabras cristianas. Para ese momento han preparado unas sillas especiales. Forradas con tela blanca y decoradas con unos lazos rosas. «¿Ésa es para la novia?», pregunta esta redactora señalando la única silla con un lazo dorado. Gato mira la silla. Y se le empañan los ojos. «Es para mi padre, que faltó. Era una persona muy especial. Era quien reunía a toda la familia y si seguimos todos unidos es por él. Ésta es la primera boda sin él. Le hubiera encantado estar aquí porque quería con locura a su nieta», indica.

Vídeo de los preparativos de la boda gitana en Ibiza

Marta Torres Molina

«Ahora empezamos a estar nerviosos», afirma Frasco abrazando a su futuro consuegro. Unos nervios que comparten sus mujeres, Tita y Mariana, que no paran quietas. «Estoy sudando», apunta Mariana pasándose la mano por la frente. Ellas tienen ya los estilismos preparados. Tita muestra sus uñas, recién hechas, con dibujos en blanco y con algún brillante. Ambas han recurrido a modistas. «Es elegante y sencillo», describe Tita. El de Mariana se lo han confeccionado en Barcelona, como el vestido de la novia. «Es precioso», afirma Alba, la hermana pequeña de Lucía. «Es grande, aunque no mucho, y precioso», indica sobre el primero de los estilismos que lucirá la novia. «Ése es blanco, pero el segundo es de color», continúa Alba haciendo un parón en la organización de las mesas. «Lleva corona, pero no es enorme como las que se ven en la televisión», indica su padre. Las familias de la pareja —integradas por los Kenenes, los Cagarrias, los Anzarrobas, los Cazurros, los Meloneros y los Lilos— aseguran que sería imposible organizar una boda como la de Lucía y Daniel sin la ayuda de todo el entorno. Familias y amigos se convierten en decoradores, limpiadores, camareros, cocineros, pinches... Hay, hasta un jefe de sala, Anastasio, que lleva 30 años trabajando en es Cavallet. La logística es digna de un ejército. Calcular las cantidades para 900 invitados, organizar las compras, coordinar a quienes se dejan la piel en los preparativos, organizar el viaje de los músicos... Esto último, detallan, ha sido complicado. Traer a los Bambaniche a Ibiza en plenas Fallas ha costado lo suyo. En todos los sentidos. «Mi hija pequeña ya me ha dicho que puedo estar tranquilo, que a ella le quedan unos años», comenta, con cierto alivio, Sebastián. «Unos años largos», confirma Alba volviéndose a concentrar, con su prima Alba, en la organización de las mesas del banquete. Una tarea de las que no las distrae el revuelo que hay a su alrededor. Ni los cantos. Ni las risas. Ni las conversaciones. Ni los nervios de la boda.

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