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Enrique Sánchez, ayer poco antes de comenzar la charla en Sant Antoni. vicent marí

Enrique Sánchez: «Lo primero que se hace tras una violación es no creer a la mujer y culpabilizarla»

Sánchez imparte la charla ‘Cultura de la violación y masculinidad’ en la Escuela de Adultos de Sant Antoni, que se suma a los actos del 25N

‘Cultura de la violación y masculinidad’ es el título dela charla con la que la que la Escuela de Adultos de Sant Antoni inauguró su programa de actos del 25N. Una charla que impartió el director insular de la administración del Estado y psicólogo de prisiones, Enrique Sánchez. La conmemoración del Día por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres de la escuela continúa hoy con una doble sesión: representación del cuento monólogo ‘Después del colorín colorado’, a cargo de Vicky Roldán, y la lectura del manifiesto, actos que se repetirán a las 11 y a las 19.45 horas en el auditorio municipal de Sant Antoni.

Cultura de la violación y masculinidad. ¿Qué es esto?

Una serie de comportamientos actitudes y conductas a nivel social que, en una violencia sexual, justifican y potencian al agresor y minimizan el daño de la mujer y la culpabilizan. Ese tipo de conductas van creando un entramado que potencia la hipersexualización: la de él es dominante y conquistadora y la de ella, subordinada y seductora. Un caldo de cultivo para la violencia.

Esto viene de muy atrás, ¿no?

Sí, con el patriarcado y el machismo. La cultura de la violación no es una cultura, se denomina así para tener un término que manejar. No es como el machismo, por ejemplo, que sí que es un tema cultural. La cultura de la violación viene con el machismo y el patriarcado. Pensemos que el mito de la fundación de Roma se construye sobre el rapto de las sabinas. Se raptan mujeres para hacer uso de su cuerpo y de su capacidad reproductiva. Y también se apropian del fruto, de los hijos. O pensemos en los mitos griegos. Zeus es el dios más violador que existe. Viola a su mujer, a su madre, a sus hijas y a un montón más de mujeres. Pues partiendo de ahí llegamos a los cánticos del colegio mayor Elías Ahuja de Madrid del otro día.

¿La violación es la forma más cruda de dominación del hombre sobre la mujer?

Después del asesinato, sí. Si no la más cruda sí que es la que más simbolismo tiene, porque toca esa parte íntima y tabú que es el sexo y el cuerpo de las mujeres. La violación es la forma más evidente con la que un hombre puede dominar y poseer el cuerpo, y por tanto la identidad, de una mujer. Es un componente de posesión. La base de la violación es: «Despersonalizo a la mujer y la convierto en un objeto que puedo poseer, algo que consigo con la violencia».

Una violación deja una víctima con un daño y con un relato. ¿Está bien solventado el después de la violación?

A nivel social creo que no lo tenemos bien resuelto. Una de las primeras cosas que se hace, y que forma parte de la cultura de la violación, es quitarle la credibilidad a las víctimas. Se duda de su testimonio y se la culpabiliza. Pongamos el ejemplo de Plácido Domingo. Está acusado, ningún juez lo ha condenado, cierto, porque todos los delitos que supuestamente hubiera cometido han prescrito y ninguna víctima ha denunciado judicialmente. Pero sí socialmente. Más de 20 mujeres denuncian a un único hombre y le creemos a él. Hay una investigación del sindicato de músicos de ópera en Estados Unidos que da credibilidad a las acusaciones de las mujeres, pero seguimos creyendo al hombre que, además, en este caso tiene poder y fama. Y recordemos la campaña de 2014 del Ministerio del Interior, que básicamente fue decirles a las mujeres que no se pusiesen falda, que no fueran solas por la noche y que no bebiesen. Ésas eran las recomendaciones para evitar la violación. La lectura es que si haces todo eso te pueden violar, luego, la culpa es tuya.

Eres mala.

Sí, ese «ten cuidado con lo que haces» que tiene mucho que ver con el miedo. Con generar miedo porque el miedo controla y posiblemente el miedo a la violación sea el mas atávico que os han inculcado a las mujeres. Más, incluso, que a la muerte.

En casa no te dicen ten cuidado que te pueden matar, sino a ver si te va a pasar algo. Y ese «algo» se sobreentiende que es que te violen.

Ahí está el tema. A veces escuchas «prefiero que me maten a que me violen». No es así, eso no es cierto. Porque de las secuelas y las consecuencias de una violación puedes salir, pero de la muerte no, pero es tal terror a la violación que se llega a ese punto de casi temer más a la violación que a la muerte.

Tras la muerte no hay nada. Tras una violación sabes que vendrán la vergüenza, la culpa, la soledad, la incomprensión, la incredulidad...

Y sentir que ya no sirves como mujer. Parece una estupidez, pero eso sigue ahí, las mujeres a las que han violado lo sienten así. Es tan perversa la situación... Me gusta mucho una corriente que defiende convertir ese momento en una oportunidad para empoderarse, para retomar o conquistar el control sobre el cuerpo y la libertad sexual. Se está usando esta terapia con víctimas y me parece muy interesante eso de darle la vuelta a las consecuencias, decir que ese momento traumático no es el fin de nada.

¿Ha dicho que esa campaña del Ministerio era de 2014? ¿Hace menos de diez años?

Sí, sí, 2014. Fue muy criticada, pero es algo que se sigue haciendo en las charlas que ofrecen algunos policías. Dan recomendaciones como no ir por determinadas calles y todo eso. ¿Qué haces? ¿No lo dices? El peligro está ahí, pero si lo dices parece que estás culpando a las mujeres. El equilibrio es muy difícil. Es lo mismo que se planteó con las paradas rosas de los autobuses, que pudieran parar en cualquier momento. ¿Es bueno o malo? Creo que es bueno, pero una campaña no se puede centrar en eso, debe centrarse en el foco del problema. Me gusta mucho la del Ministerio de Igualdad de este año, que les pregunta a los hombres: «Si tú no, ¿quién?». Es decir, si tú no eres el agresor, pero una de cada dos mujeres a lo largo de su vida recibe violencia, ¿quién lo es? Si estás en contra de la violencia y no haces nada...

Se apoyan unos a otros.

La fratría, me encanta esta palabra que usa mucho Octavio Salazar para definir al grupo de hombres que se retroalimentan. Por eso le hemos puesto a la charla ese título, porque en la construcción de la identidad masculina, cuando me construyo como hombre, quien me valida, quien me dice si realmente soy hombre, no es la mujer sino los demás hombres. La fratría es la policía, el examen que determina si lo soy o no. Cuando somos grupo es cuando más tenemos que demostrar que somos hombres y entonces hacemos las barbaridades que hacemos. De ahí el aumento de la violencia sexual entre jóvenes, tipo manada.

Se dice que es por el porno.

Sí, creo que tiene que ver, claro, pero también creo que son dos elementos que se retroalimentan. No sé qué fue antes, pero esto de que la pornografía refleje tanta violencia sexual en grupo sobre la mujer también forma parte de cómo se está construyendo la identidad masculina hoy día. Está centrada en la violencia, la conquista sexual de la mujer y el reconocimiento del grupo.

Parece que en vez de ir hacia adelante vamos hacia atrás.

Es que creo que vamos hacia adelante y hacia atrás. La violencia sexual está aumentando a niveles brutales. Los últimos años estamos hablando de un aumento de las denuncias de, hablando de memoria, entre un 30 o un 40%. Pero el resto de violencia, la llamada violencia de género que se trabaja desde 2004 con la ley integral, aunque sigue subiendo, los incrementos son moderados. Creo que el aumento de las denuncias de violencia sexual se debe a dos motivos. Primero a que las mujeres están identificando más está violencia y la denuncian porque se ven más arropadas socialmente para hacerlo, pero también porque está aumentando la violencia sexual entre los más jóvenes. Creo que los chavales están interiorizando que la violencia sexual es un elemento que forma parte de las relaciones afectivas, afectivas con comillas, con la mujer. En su cabeza están construyendo que la violencia es un elemento naturalizado y normalizado en una relación sexual con una mujer. Esto es un problema heavy. Esto hace que también aumente la violencia que ejercen los hombres jóvenes contra las mujeres.

¿Y cómo se frena esto?

Pues ahora mismo estamos en un parón social. El debate se está polarizando mucho en la llamada batalla cultural y en los titulares de los tuits. La violencia tiene género, la violencia no tiene género... Esto que hastía a la sociedad, que deja de mirar hacia lo importante, que es la violencia. Es una estrategia del patriarcado, generar confusión para que nada se mueva. ¿Cómo se frena? Como ha hecho el feminismo siempre: siguiendo con la lucha. Las grandes revoluciones y cambios sociales necesitan cientos de años para triunfen y el feminismo es eso lo que está tardando, cientos de años. Pero hay logros. No estamos igual que hace 60 años ni que hace cien, lo que indica que se está avanzando. Hay que seguir peleando. Las mujeres tienen que liderar una lucha a la que vamos sumándonos los hombres. Hace falta educación. Si la violencia de los más jóvenes está aumentando tienes que meterte a fondo en una educación afectivo-sexual para menores que no se centre sólo en las enfermedades de transmisión sexual sino en el cuidado de tu pareja y en el consentimiento. En tener relaciones no sólo consentidas sino deseadas. Entones habremos dato un paso de gigante.

Habla de siglos, pero en esta sociedad lo queremos todo ya.

Sí, pero la revolución lleva años. Pensemos en cómo evoluciona esa masculinidad hegemónica. Todos los hombres identificamos el machismo rancio de los años 70 y 80. Cuando lo analizas, sin embargo, te das cuenta de que el machismo actual se parece mucho a aquel machismo. Miguel Lorente habla de cambiar para que todo siga igual y eso es lo que hace el machismo. El problema hoy día es que vamos tan rápido que todo es superficial y es muy fácil ponerse una máscara. Te pones la de la igualdad y ya está. ¿Qué hay detrás? Nada. No existe esa lucha. Por eso ese avance está ralentizado. La gente en la calle se posiciona verbalmente por la igualdad, pero luego, cuando escarbas un poquito, ves que su conducta y su actitud no van por ese camino. Te sueltan tonterías como que machismo y feminismo son lo mismo, te hablan, incluso de igualismo. ¡No de igualdad! ¡De igualismo! Son tonterías, pero en sus cabezas es una verdad absoluta, creen de verdad que están por la igualdad y que el feminismo y el machismo son polos enfrentados, malos, a los que no se quieren parecer. Ése es el gran logro de la reacción patriarcal en nuestra sociedad.

Dice que está en la charla como funcionario de prisiones y no como director insular. ¿Hay diferencia?

Sí, soy psicólogo de prisiones y el tema de la violencia y las masculinidades es a lo que me dedico. Ésa es mi profesión de toda la vida, pero momentánemente estoy en la Dirección Insular, y me encanta, pero cuando hablo de estas cosas lo hago desde mi experiencia profesional.

La que se ha montado con la ley del ‘solo sí es sí’.

Me da un poco de pena lo que está pasando con esta ley. Es un problema jurídico, de interpretación de una norma y de establecer criterios. Hay que dejar que el Tribunal Supremo y la Fiscalía trabajen y a partir de ahí tomar decisiones sobre si hay que volver a cambiarla o no. Es un tema técnico con consecuencias muy graves, es cierto, porque reducir las penas a los agresores sexuales es una barbaridad. Pero eso no es algo que esté pasando, se puede recurrir y habrá que establecer una jurisprudencia. Vamos poco a poco. Me da pena porque todo esto parece que anula todo lo que esa ley tiene de bueno. Y tiene algo absolutamente revolucionario: cambia el foco. Se deja de prestar atención a qué hizo la víctima, a si se resistió o no, a si dijo «no» en algún momento, y se centra en si el agresor tenía el consentimiento antes de acercarse sexualmente a ella. Es un cambio cultural. Una revolución. Es lo mismo que pasó con la Ley de Violencia de Género de 2004.

¿A qué se refiere?

Hay cosas que hoy no toleraríamos bajo ningún concepto y que entonces se normalizaban. Pensemos en Ana Orantes. Cuando su marido la quema viva, esa mujer estaba viviendo en la misma casa que su agresor por una decisición judicial. Un juzgado decidió que é l vivía arriba y ella abajo. En aquella época eso se veía como normal, pero hoy sería impensable. Ese cambio cultural lo propicia la Ley de Violencia de Género de 2004. La ley del ‘solo sí es sí’ puede estar propiciando un cambio cultural en relación al consentimiento y es una pena que eso se vea empañado con toda esa discusión evidentemente interesada y políticamente manipulada. Es falso que haya una reducción de penas, pero es cierto que en la aplicación de la interpretación de la norma puede haber algunos agresores, no todos, que pueden ver reducida su condena anterior. Pero eso está por ver.

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