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Los ibicencos del ‘Prestige’

Cinco voluntarios ibicencos que retiraron chapapote de la costa gallega recuerdan cómo fueron aquellos agotadores días

David Checa y Esther Navarro, en la playa de Camariñas retirando chapapote. Rosa Mayans

«Cuando llegabas a la costa se te venía el cuerpo abajo», afirma David Checa recordando los días que pasó en Camariñas, en febrero de 2003, limpiando la costa tras la catástrofe del ‘Prestige’. Este joven de Sant Antoni fue uno de los centenares de voluntarios de las islas que viajaron en las expediciones organizadas por el Govern para colaborar en la retirada de fuel. «Nos despertábamos a las seis de la mañana, que era cuando estaba la marea baja. Desayunábamos, bajábamos a la costa, nos vestían con los buzos blancos y nos poníamos a limpiar», señala Checa, que en aquel momento formaba parte de Cruz Roja. Le llamaron para ver si quería ir, ya que los grupos de las islas eran mixtos: profesionales como bomberos, policías, semiprofesionales de Protección Civil y voluntarios puros. «Veía lo que pasaba todos los días y dije que sí», indica Checa.

Su relato de aquellos días está cuajado de detalles. Recuerda la llegada de noche, la barra americana del apartamento bajo la que colocó su colchón, el ruido de la cinta americana con la que sellaban cada mañana los trajes aislantes, el café calentito del bar en el se juntaban los voluntarios, las palabras exactas que le dijo el barbero antes de raparle, el sempiterno orballo, el tacto «pegajoso, como de Blandy Blue» del chapapote, los resbalones sobre las rocas cubiertas de fuel, el sudor chorreándole... Y es que aquel viaje fue un momento importante en su vida.

En el aeropuerto, el 16 de febrero de 2003, se encontró con el resto de voluntarios de la isla inscritos en aquel turno. Conoció a Rosa, Isabel, José, Toñi, Juan y Esther. Hizo muy buenas migas con Rosa y Esther, amigas de la infancia. Pasaban el día juntos y entre extenuantes jornadas limpiando la costa y alguna copa en un bar de Camariñas, surgió el amor. Dos décadas después, David y Esther siguen juntos: «Nos conocimos aquel día en el aeropuerto y desde entonces no nos hemos separado».

Aquel 16 de febrero lo pasaron viajando. Vuelo Ibiza a Madrid, donde se juntaron con los mallorquines y menorquines de la expedición, de ahí otro vuelo a Santiago de Compostela y luego en autobús a Camariñas, donde les esperaban. Las cinco jornadas que bajaron a la playa fueron extenuantes: había unos que limpiaban, otros que sostenían las cubetas hasta que estaban llenas, quienes las vaciaban en los remolques y había otro grupo que Checa recuerda como «los de las servilletas». Eran las únicas personas «limpias», las únicas que podían tocar la piel de los voluntarios. Cuando tenían que rascarse, limpiarse el sudor o beber levantaban los brazos y acudían. «Estaba todo muy organizado», afirma el voluntario, que señala que abandonaban la playa cuando la marea volvía a subir. Las tardes eran para descansar, darse una buena ducha, relajarse tomando algo en el bar o, como hicieron un día, visitar la Costa da Morte.

La frustración del fuel

A dormir se iban pronto, porque a la mañana siguiente, a las seis, sonaba el despertador. Desayuno, mono blanco y vuelta al trozo de costa que habían limpiado el día antes y que amanecía, de nuevo, cubierto de fuel. «Era un infierno», afirma. «Era muy frustrante», abunda Rosa Mayans, que compartió expedición con Checa. «El primer día, al irte, veías que se había quedado un trozo limpio y te sentías muy bien. Pero volvías la mañana siguiente y estaba igual, lleno de chapapote. Era descorazonador», insiste Mayans, que se apuntó como voluntaria al ver un anuncio del Govern publicado en Diario de Ibiza.

«Unos meses antes, mi pareja y unos amigos habíamos estado allí. Habíamos visto aquellos paisajes, que eran preciosos y me impresionó ver cómo estaba todo», relata. Consiguió «engañar» a su amiga Esther y, tras una reunión explicativa se marcharon a Galicia con la idea de ayudar. En ningún momento pensó que sería tan frustrante. Y tan agotador. «Acababas reventada después de tantas horas quitando chapapote. Nunca he trabajado tanto físicamente», señala Mayans, que confiesa que sintió aquella frustración de sentir que lo que habían hecho, después de tanto esfuerzo, no había servido de nada, todas las mañanas.

«Quitarnos los trajes antes de subir de nuevo al autobús era una liberación. Sólo tenías ganas de llegar y darte una buena ducha, pero eso, con tanta gente en los pisos teniendo que compartir el agua caliente, no era tan fácil», señala Rosa, que rememora con cariño el ambiente de «camaradería» que se vivía y también las intensas críticas al entonces presidente, José María Aznar, y su equipo de gobierno, que escuchaban cuando, por la tarde, se movían por el pueblo.

No era mucho de hacer esto último Isabel Pardo. Ella, que en aquel momento tenía 47 años, prefería quedarse descansando al volver de la costa. En 2003 trabajaba como dependienta y las tremendas imágenes que veía en la televisión y los diarios la animó a «hacer algo». «Aquello era mucho trabajo, pero entonces estaba fuerte y era muy activa, lo hacía con mucho gusto», afirma Pardo, que asegura que, en una situación como aquella, «volvería a hacer lo mismo».

Uno de los primeros voluntarios de las Pitiusas que estuvo en la costa gallega fue Felip Portas, que en aquel momento era concejal de Formentera. Fue el entonces director de Protección Civil de la isla el que comentó que podrían viajar hasta allí para echar una mano en lo que fuera necesario. «En realidad, retirar chapapote sólo lo hicimos los dos últimos días porque nos dedicamos a preparar espacios para alojar a los voluntarios que vendrían después», rememora Portas, que llegó a Camariñas el 12 de enero de 2003 con otros cinco compañeros: Nancy Larregue, Felip Costa, Marc Castelló, Enrique García y Miquel Marí.

Lo que se encontraron al llegar les dejó noqueados. La estampa era dantesca, mucho peor de lo que habían imaginado a través de lo que veían en los medios. «Sentimos ganas de llorar y mucha tristeza al ver aquel destrozo tan impresionante», apunta. Además, señala, apenas tenían medios para retirar el fuel que llegaba a la costa. Sólo de pensar que algo así pudiera pasar en las Pitiusas les hacía temblar las piernas.

Como la platja des Còdols asfaltada

Cuando José Riera, policía local de Sant Josep, vio la playa de Camariñas desde el autobús, se quedó horrorizado. «Era como si la hubieran asfaltado», afirma. Miraba aquel rincón de la costa gallega y no podía dejar de ver la platja des Còdols «pero el triple de ancha y más alta». «Al ver aquello lleno de suciedad pensé que si algo así pasaba aquí, ya podíamos cerrar. La imagen era desoladora», explica Riera, que formaba parte del grupo «profesional» de la expedición, con la que, explica, cada día retiraban de la playa «unas 50 toneladas» de chapapote. El trabajo era tan intenso que algunos de los voluntarios no podían con él: «La gente venía con muy buena voluntad, pero al segundo día no podían. Había que retirarlo todo a mano y luego estaban los que cargaban con las cubetas llenas hasta los camiones».

Riera asegura que él, que entonces tenía 35 años, no tuvo agujetas, pero sí vio gente mareada. Está convencido de que la culpa fue del sol. Salió un día e hizo aflorar los vapores del fuel. El policía, que recuerda la zona despoblada -«la gente tuvo que marcharse a buscarse la vida»- volvió a Galicia no hace mucho para ver, precisamente, cómo estaba años después aquel trozo de costa. Es un viaje que tiene pendiente Rosa Mayans. También David Checa y Esther Navarro, a los que les gustaría repetir el viaje en el 20 aniversario de su relación, que celebrarán el próximo 20 de febrero.

Llevaban cuatro días en Camariñas sin apenas separarse cuando, bailando en una discoteca, se encontraron de verdad. Pasada la semana, al llegar a Ibiza, se despidieron en el aeropuerto. David se fue a Sant Antoni y Esther, a Santa Eulària. Al día siguiente, él se plantó en el municipio del río convencido de que tenían que intentarlo. Y desde entonces. Lo que el chapapote ha unido...

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