40 comidas de Nochevieja para 40 vidas complejas en Ibiza

Cuarenta usuarios participan en la comida de fin de año que se celebra en el comedor social de Cáritas en Ibiza, en esta ocasión amenizada por las canciones de Unai y Saida

José Miguel L. Romero

José Miguel L. Romero

«Pues no, no me da miedo dormir en la calle», responde Silvia Suñer. Lo dice con tanto aplomo que no cabe lugar a dudas. Acaba de salir del salón de Cáritas donde, a mediodía y junto a otros 11 usuarios, le han servido la comida de fin de año: sopa de marisco, guiso de bacalao y postre, todo cocinado en la Residencia Reina Sofía. Su plan para recibir el 2022 es sencillo: meterse en «su» cajero de la calle Isidor Macabich. «Tiene calefacción. Yo me pongo en un rincón y no molesto a ningún cliente que vaya a sacar dinero». Lleva allí desde el verano. Desayuna y come en Cáritas. Después de Reyes cambiará algo su delicada situación, que se prolonga desde hace una década: «Estoy apuntada en el nuevo albergue». Ya estuvo en otro dos años seguidos.

En Cáritas tienen apuntados para esta comida a 40 usuarios. Aproximadamente la mitad la consumirán en el salón; la otra se llevará el menú metido en tuppers. Hay una cola de 15 personas en la puerta debido a que se ha retrasado el reparto, que aparece por la puerta a las 14.40 horas, casi una hora más tarde de lo previsto. Pero apenas hay signos de impaciencia. Los atiende la manchega Coral Saiz, monitora del centro de día y del comedor social, y Natasha Quitak, trabajadora social británica («sí, aunque tenga apellido ruso») que hasta que abre los perolos no sabe qué comerá esa gente: «¡Menú sorpresa! En Navidad pudimos salir a comer a un restaurante. Fue muy positivo porque así se pudo salir de la rutina, de este barrio». Quitak lamenta que debido al coronavirus sólo puedan, por segundo año consecutivo, recibirlos de docena en docena: «Cuando estamos todos juntos se crea un ambiente especial», afirma.

La comida de este fin de año: sopa de marisco, guiso de bacalao y postre, todo cocinado en la Residencia Reina Sofía

Algunos aprovechan para rellenar, con el agua de las jarras dispuestas en las mesas, la botella de plástico que llevan a cuestas. Para luego. Otros meten en sus bolsillos o en bolsas de plástico los mantecados empaquetados. También para luego, que la calle es muy chunga y nunca se sabe ni con qué ni cuándo se podrá llenar el buche.

Buena parte de los usuarios del comedor de Cáritas tienen vidas extraordinariamente complejas, difíciles ya de enderezar en la mayoría de los casos. Jacinto Peña (Siles, Jaén, 1953) vino «de carambola» a trabajar hace 20 años a una obra de Portinatx: «Y me quedé». Un oficio que le quebró la espalda y le impidió seguir trabajando. A su edad (68 años) cobra la jubilación contributiva, «una paga de nada». «Eso, por no haber cotizado lo suficiente». Es consecuencia de tantos salarios en negro, de tanta precariedad laboral: «Pensé que cobraría algo más, pues he trabajado desde los 11 años (de tornero, de repartidor, de albañil, en una fábrica...), pero me encontré con que no había sido suficiente». Lleva una década viviendo de las ayudas de Cáritas y alquilado en habitaciones que le prestan los amigos. No tiene a nadie en Ibiza. En Jaén sí, pero cuenta que su hermano no quiere ni cogerle el teléfono. Su vida diaria es «monótona». «Me despierto, vengo aquí a desayunar, doy una vuelta, vuelvo a casa. Ya sólo pido salud. Y que baje el tabaco, que el cartón me cuesta ahora cinco euros más».

La tailandesa Noki es una de las primeras que acaban su comida. Vino a las islas hace 30 años para trabajar en la limpieza y en la cocina de un yate de 30 metros de eslora. Enfermó: tiene asma y problemas de visión y de movilidad en las piernas, así como otros achaques difíciles de entender porque su castellano es casi indescifrable. Cáritas la ayuda desde hace 10 años. Le gustaría regresar a Tailandia, pero «es muy caro». Ha sido acogida en el nuevo albergue. Antes, y durante siete años, vivió de okupa.

Hay dos jóvenes que ayudan a preparar el comedor y a servir la comida. Natasha Quitak los denomina «participantes». Son usuarios de Cáritas que colaboran. Andrej recibe a cambio una pequeña ayuda económica. De ascendencia eslovaca y jamaicana, dice que necesita el dinero para recuperar su pasaporte y regresar a su país. Cuando cuenta su confusa historia no queda claro ni de dónde vino (en principio del Reino Unido) ni adónde quiere ir (parece que a Eslovaquia). Sí se le nota muy entregado en su tarea de ayudar y colaborar en Cáritas, algo que dice que ya hacía en una entidad similar del Reino Unido, The Bridge.

Otro de los participantes es José Manuel, que desde el 20 de diciembre y hasta el 24 de enero tiene que dedicar un par de horas por la mañana y otras tantas por la tarde a la comunidad. Por orden del juez: «Era eso o la cárcel», explica. Todo por un robo. Ibicenco, trabaja de peón en la construcción.

"La situación de Ibiza es caótica. Hay mucha gente en la calle. Es una realidad que está oculta"

Este año hay una novedad en la comida de fin de año: actúan Unai y Saida. Cantan, tocan guitarras y el cajón. Unai compone sus propios temas y, asegura, sólo da conciertos para los amigos: «Sólo comparto mi música en la intimidad». El de hoy es especial. Se lo pidieron y no pudo negarse, entre otras cosas porque su padre también había colaborado con Cáritas en Barcelona.

Además de los participantes están los voluntarios, como María José Roig, que ya estuvo en la comida de 2020. Es auxiliar de administración en Can Misses: «Me gusta ayudar a los que ayudan a los demás». También está Patricia Sotomayor: «Cuando conocí esta realidad me di cuenta de que había vivido ausente de lo que es la verdadera situación que hay en Ibiza. Aquí se ve de primera mano cuál». ¿Y cuál es? «Caótica. Hay mucha gente en la calle. Es una realidad que está oculta. No se ve ni un 10% de lo que realmente existe. Y no son sólo emigrantes. Hay muchos ibicencos viviendo actualmente bajo un árbol».

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