Miguel Gutiérrez-Ravé se incorporó en agosto al equipo de rastreadores del área de Salud de Ibiza y Formentera. Natural de Córdoba, el joven de 28 años tenía claro que quería colaborar en la pandemia del Covid-19 y cuando le llamaron del Ib-Salut para ofrecerle este puesto, reflexionó y decidió dar el paso al frente. En aquel entonces vivía en la ciudad noruega de Fredikstad, donde trabajaba como enfermero desde principios de junio y a la que llegó después de vivir una experiencia inolvidable: ejercer durante un año y medio la profesión para la que estudió y a la que todavía no se había dedicado en el Círculo Polar Ártico.

Gutiérrez-Ravé cursó Enfermería en la Universidad de Medicina y Enfermería de Córdoba. Al acabar, trabajó en otros sectores que nada tenían que ver con la salud hasta que su tía, también enfermera, le sugirió contactar con una empresa dedicada a «reclutar» enfermeros para enviarlos a Noruega. Sabiendo que deseaba trabajar de aquello para lo que se había formado, se presentó, pasó una serie de entrevistas y en febrero de 2018 se trasladó a Alicante para participar en un curso intensivo de noruego junto a «entre 15 y 20» profesionales de distintos lugares de España.

En mayo, finalizado el curso, quedó a la espera de que la empresa le trasladara ofertas de trabajo adecuadas a su perfil. «En Noruega hay mucha demanda de enfermeros», explica. A dos de sus compañeros del curso les dieron la oportunidad de ir al Círculo Polar Ártico en una oferta para la que buscaban a cuatro personas. Él tuvo claro que quería ir con ellos: «Para mí era la mejor opción, poder vivir con gente conocida», recuerda y agrega que si en Noruega «hay mucha necesidad de personal de Enfermería, en el Círculo Polar todavía más».

El 24 de junio de 2018 el joven viajó al que sería su hogar durante más de un año: la ciudad de Karasjok, capital del pueblo indígena de los sami, que tenía una población de en torno a 3.000 habitantes. «Me ayudó mucho el hecho de no ir sólo, que íbamos cuatro amigos. Además, Ana y Alejandro empezaron a trabajar 10 días antes y cuando llegamos Víctor y yo, nos ayudaron mucho, nos estaban esperando», apunta y resalta: «Son experiencias que dices: 'Si no las vivo ahora, me arrepentiré de no haberlo hecho'».

Como sus tres compañeros, Gutiérrez-Ravé pasó a trabajar directamente para el sistema público de salud noruego con un contrato indefinido. Al día siguiente de su llegada, se incorporó a su puesto en un centro médico de la ciudad, que tenía una residencia para personas mayores, un centro de corta estancia para personas con patologías como Alzhéimer, dos salas de urgencias, cuatro salas de Enfermería y diferentes consultas de médicos de familia y de especialidades.

El primer mes y medio su trabajo se centró en la residencia. «Te quedabas con un grupo de pacientes para conocerlos y conocer su forma de funcionar: a qué hora comían, a qué hora se ayudaba en la limpieza de los pacientes, a qué hora había que darles la medicación... Se trataba de hacer los cuidados básicos de estas personas. Y estabas allí hasta que veían que cogías soltura con el idioma y que te ibas adaptando», cuenta. Con el tiempo, le iban dando más responsabilidades: controlar la medicación de los pacientes, atender urgencias, monitorizar pacientes, hacer triaje «a distancia, por teléfono y en noruego», citar a los pacientes para que los viera el médico... «Al final trabajabas como enfermero llevando toda la responsabilidad del centro», subraya.

De la luz a la oscuridad

De la luz a la oscuridad

El hecho llegar en verano hizo que la adaptación al Círculo Polar Ártico no fuera dura. «Ese verano hizo muy buena temperatura, había 20 ó 24 grados», recuerda. Sí le resultó chocante enfrentarse «al sol de medianoche»: «A las tres de la mañana era de día; no veías que el sol se escondiera», dice y agrega que a esa situación se acostumbró porque llegaba a casa cansado, echaba una cortina y caía rendido de sueño.

Más dura fue la llegada del invierno. «Pasé de la zona más calurosa de España, que es Córdoba, a la más fría de Noruega, que tiene las mínimas más bajas registradas en su historia, que no sé si eran 52 grados bajo cero», comenta Gutiérrez-Ravé. La adaptación al frío era gradual: «Empiezas con 5 grados bajo cero, luego 10. Aprendes a abrigarte. Luego llegan las olas de frío y de 10 grados bajo cero pasas a 20, a 30 y a 40», indica y apostilla que la temperatura más baja que vio fue de 44 grados bajo cero.

Para combatir el frío, la lana era fundamental. «La gente está en casa, no hace vida», resalta. Diferente era la situación en las casas o en el centro médico por la calefacción y a la madera de las construcciones. «Nos vestíamos con los pijamas de Enfermería igual que ahora», comenta y muestra su uniforme, de manga corta.

Para él, no obstante, lo peor no fue el frío sino el «tiempo de oscuridad». «Cuando llegan noviembre y diciembre que ya has disfrutado de las auroras boreales, que son magia pura, empiezas a darte cuenta de que te falta el sol, de que cada día estás más pálido, de que necesitas vitamina D y tienes que tomarla por vía oral», cuenta y rememora cómo durante cerca de tres meses no veían el sol y vivían en una «oscuridad máxima». «Eso afecta, y cuando lo vives dos veces dices: 'Ya no quiero una tercera'. Y eso es lo que me pasó el último invierno», rememora.

En abril de 2019 dos de sus compañeros se marcharon de Karasjok y en junio, el tercero. En septiembre Gutiérrez-Ravé negoció un nuevo contrato por el que trabajaría seis semanas y descansaría cuatro, lo que le permitiría viajar a España con frecuencia para ver a su familia. En octubre estuvo en Córdoba y a finales de mes regresó al Círculo Polar Ártico para empezar la nueva modalidad de contrato.

«Justo al volver hubo una ola de frío en Karasjok con 35 grados bajo cero. Lo normal habría sido encontrar 10 o 15 grados bajo cero, pero después de estar en la calidez de mi familia, llegué a 35 grados bajo cero y a la oscuridad total. Recuerdo el trayecto de la estación de autobuses a casa, que eran cinco minutos y casi llego con los dedos congelados. Entré de noche a trabajar y me dije: 'Nunca más. Hago el contrato de seis semanas y digo que no voy a repetir'», narra. Y así fue como en diciembre de 2019 acabó su aventura en el Círculo Polar Ártico.

Gutiérrez-Ravé regresó a Córdoba y el 1 de junio de 2020, en plena pandemia por el Covid-19, volvió a trabajar a Noruega, esta vez al sur, a la ciudad de Fredikstad. «Llegué con la mascarilla puesta y me miraban como diciendo: '¿Dónde va éste con mascarilla?'. Nadie la usaba. Era una sensación de que allí no había virus, que estaba muy controlado», explica y resalta que había echado currículos en España para trabajar pero que se buscaba «un perfil de experiencia en UCI y en Urgencias» que él no tenía.

Después de pasar un periodo de cuarentena al llegar al país, se incorporó a un centro médico de la ciudad. «Era un centro de corta estancia, entre un centro de salud y un hospital. Cuando un paciente está en la barrera entre darle o no darle el alta, se le envía allí para que acabe de recuperarse», explica y agrega que estos centros se están llenando cada vez más de personas con patologías como Alzhéimer, que deberían tener una plaza fija en una residencia.

La oferta de Ibiza

La oferta de Ibiza

No tuvo ni conoció a ningún paciente contagiado por coronavirus. «En mis dos meses no hubo ninguno», dice. Y es que aunque le ofrecían un contrato hasta el 10 de enero de 2021 que estaba a punto de aceptar, la llegada de la oferta de trabajo en el hospital Can Misses de Ibiza le hizo dar un giro a sus planes. «Me llegó un mensaje del Ib-Salut que me pedían que contestara en dos horas. Me ofrecían un contrato en el centro de rastreo de Covid-19 desde principios de agosto hasta el 31 de diciembre», recuerda. En ese momento tenía «la necesidad de trabajar en España contra el Covid-19, la necesidad de ayudar» ante la crueldad con que la enfermedad «se había cebado con España» y por ello no se lo pensó. «Fue una decisión precipitada pero a día de hoy, no me he arrepentido», apunta.

Eso sí, resalta que fue difícil llegar a Ibiza en pleno mes de agosto y tener que encontrar un piso y un vehículo. «Me fui el 8 de agosto de Fredikstad y el 10 ya estaba trabajando aquí», indica. Su trabajo empezó siendo de rastreo de casos positivos -«definías quién era contacto estrecho, llamabas a la gente, le explicabas el procedimiento», detalla- hasta ir asumiendo más responsabilidad: «Ahora informo a [casos] positivos, gestiono el correo si hace falta, sigo rastreando contactos.

Un poco de todo», comenta Gutiérrez-Ravé, quien destaca que aunque añora el contacto directo con los pacientes, desde el puesto donde está sigue involucrándose con ellos. «Cuando le das información a una persona que es de riesgo o cuyos hijos son de riesgo y demás, se nota la labor de la Enfermería como un sector sanitario que empatiza mucho con el paciente», subraya.