Cuando los ingenieros navales idearon este navío, una auténtica ciudad flotante, tuvieron en cuenta situar su hospital en una zona que, desde el ascensor, fuera accesible tanto desde la cubierta de vuelo como desde el dique de carga, pues desde allí llegarían los heridos, bien en helicóptero, bien en lanchas LCM. El ascensor tiene capacidad para dos camillas.

Es atendido por tres enfermeros de manera permanente que, además, cuidan de la salubridad (condiciones higiénicas, estado del agua de consumo) del L-61. Dispone de una sala de triaje con seis camillas y capacidad para producir su propio oxígeno y almacenarlo ("eso nos da mucha autonomía", afirma), así como para filtrar el aire medicinal (por ejemplo, el que emplea el dentista).

Hay otra estatua de la Virgen del Carmen (Herráiz la toca a su paso) en el pasillo que da acceso a la farmacia y al laboratorio. Ahora en situación Role 1, cuenta con esos tres enfermeros y un médico general. Si se pasara a Role 2, se sumarían un analista, dos cirujanos, un anestesista y un intensivista al equipo. El Role 2 se activa en casos como la operación en la que España envió el L52 'Castilla' a Haití para ayudar a paliar los estragos producidos por un terremoto.

También hay una sala para enfermos infecciosos en la que se emplean sistemas de ventilación y desagüe distintos al del resto del buque. Sus cuatro camas sólo han sido utilizadas últimamente para casos de conjuntivitis víricas.

Como el 'Juan Carlos I' tiene «ala fija», es decir, portaviones (los Harrier II), no falta un odontólogo. ¿La razón? Cotorruelo explica que las bocas de los pilotos son muy delicadas: cualquier caries puede originar una burbuja minúscula dentro de un empaste, que al cambiar la presión en pleno vuelo puede expandirse y provocar un dolor insoportable. Incluso la pérdida de conocimiento, detalla Álvaro Arnaiz Sánchez, capitán odontólogo reservista del 'Juan Carlos I', Se trata, explica Arnaiz, de una barodontalgia, que puede afectar tanto a pilotos de naves sin presurizar, como a paracaidistas que se lanzan a mucha altitud y abren sus para caídas cerca del suelo, y a los buzos. Para este ejercicio no han sido embarcados los Harrier, pero eran tantos los participantes en esta expedición que, estadísticamente, era previsible que se dieran casos de problemas dentales: «Eso sí, con pilotos habría dentista sí o sí».

También hay dos quirófanos, uno de trauma. Este tiene escopia de rayos X (se ve la radiografía en continuo por una pantalla, lo que permite, por ejemplo, observar en directo por dónde se introduce un tornillo). Si surge la necesidad, pueden contactar desde el buque con los especialistas del hospital militar Gómez Ulla (en Madrid) a través de un monitor de televisión: "Las 24 horas, 365 días al año", subraya Cotorruelo.

El otro quirófano es el de cirugía general. Es más pequeño, pero también tiene un equipo de telemedicina y otro de rayos X portátil que se puede trasladar allá donde se necesite sacar una placa, por ejemplo a la sala de ingresos, compuesta por 14 camas. No le falta ni una unidad de cuidados intensivos (ocho camas).

Cotorruelo es parte de la dotación del buque. Para ejercer en él necesitó pasar un curso de enfermería de vuelo (para conocer las patologías de los pilotos), otro de operador de rayos X y otro para asistir a los buceadores de la Armada.

La Armada era «una espinita» que tenía clavada tras acabar Enfermería. Primero trabajó ocho años en una UCI. Allí coincidió con internistas militares: «Me contaban cómo era su vida y, finalmente, me animé». Su mujer también es enfermera, pero civil.

«La paga es miserable para un hombre instruido» en un buque de la Armada británica, advierte Jack Aubrey al doctor Maturin antes de contratarlo para la corbeta 'Sophie'. Eso sí, Maturin podía sacarse unos extras «por cada enfermo de sífilis» que atendiera. Cotorruelo asegura que la diferencia ya no es tan grande como hace dos siglos, como se cuenta en 'Master & Commander', pero tampoco eso es lo más importante para él: «Me paso unos 100 días fuera de casa. Esta es una carrera que supone un sacrificio personal y familiar elevado. Pero me aporta cosas que la vida civil no me daría. Ahora conozco mucho mundo». Ha participado en las misiones 'Atalanta' (frente a Somalia) y 'Sofía' en el Mediterráneo, para vigilar el tráfico de personas desde África. Herráiz acababa de contar algo similar durante la comida: mucho sacrificio, pero no lo cambiaría por nada de lo que ha vivido.