Los cuatro canes forman parte de la Infantería de Marina. «Es la primera vez que los embarcamos para este tipo de ejercicios. Hasta ahora los dedicábamos más a trabajos de búsqueda de drogas y detección de explosivos. Pero ahora queremos sacarles más provecho. El Tercio de Armada nos ha pedido colaborar», comenta Raúl Castillo Zaldívar, sargento primero. (Mira aquí todas las fotos del portaviones)

Lo primero que han trabajado los guías es la adaptación al barco de Duve, Ali, Ragnard (como el jefe vikingo) y Becky (la única hembra). Sus perros están acostumbrados a navegar en embarcaciones, pero no tanto tiempo, una semana en este caso. También les han acostumbrado a subir a los helicópteros: «Primero, sin encender. Luego, encendidos. El ruido les echaba atrás al principio, pero con el tiempo se acostumbran. Por eso también los llevamos a los ejercicios de tiro. Es un proceso lento, pero efectivo», comenta Enrique Vázquez, cabo primero, cuyo perro se llama Clan (no está en estos ejercicios).

En el 'Juan Carlos I' los han adiestrado estos días para subir y bajar sus empinadas escaleras, algo que ya han practicado en submarinos, donde además deben acostumbrarse al cambio de presión y a los fuertes olores.

En esta travesía los sacan de sus jaulas a pasear cada hora para que, de paso, conozcan el suelo que pisan, porque, aunque parezca extraño, a algunos canes les resulta difícil acostumbrase a los diferentes materiales que pisan, como el rugoso de la pista o de las cubiertas.

También han resuelto un problema muy natural: su necesidad de orinar y defecar. Lo hacen en la cubierta de ligeros, en la zona de popa, junto a la plataforma de carga de helicópteros. Les costó, pues debido a su adiestramiento sabían que no tenían que hacerlo allí. «Les cuesta, pero llega un momento en que no pueden aguantarse». Es entonces cuando su guía le felicita, para que el perro sepa que en ese lugar sí puede hacerlo. Luego se limpia con agua y un cepillo.

El guía es su miembro alfa, su líder. Y no son intercambiables: cada uno cuida a su propio perro, al que conoce perfectamente. Y viceversa. La íntima relación entre ambos salta a la vista. Basta un gesto para que el can obedezca. A Duve lo dirige el soldado Manuel Mateo. A Becky, José Joaquín Valera. A Ragnard, el cabo Vidal. A Ali, negro como un tizón, el cabo Berlanga.

Vázquez advierte de que los que buscan estupefacientes «no son drogados». Si son capaces de reconocerlas es «porque buscan un premio; si realmente se les diera drogas, se las comerían al verlas». Pero en vez de eso, se quedan parados y marcan el objetivo con su hocico. «Igual ocurre con los de combate: que capturen a una persona no significa que se la vayan a comer ni que les alimentemos con humanos». «Van a neutralizar, no a matar», advierte Vázquez.

Cuando encuentra a una persona, también se queda inmóvil frente a ella: «Sólo atacará si le ataca, si agrede a su guía o si huye? hasta que su líder le diga que se siente y eche en el suelo», explica Castillo. Para eso han de «quitar el instinto animal» al perro: de lo contrario seguiría mordiendo. Tienen «un radio de acción de 150 hasta 200 metros» alrededor del guía, que con su sola mirada o un simple movimiento le indica dónde debe batir en busca de la presa o de la bomba.

«Al mío me lo quedo», dice el sargento primero. Se los dan para adiestrar desde que cumplen un año, para recibir luego seis meses de instrucción. Son jubilados a los ocho años, si bien algunos aguantan hasta los nueve. Pasan tanto tiempo juntos que lo normal es que los adopten cuando son retirados. «Hemos sufrido viento, caminatas, sudores juntos. Hay un vínculo muy fuerte entre nosotros. Me lo quedaré», insiste Vázquez, que se lo lleva a su casa cuando enferma para cuidarlo: «Si la gente supiera lo que son capaces de hacer por una simple caricia o un premio...». Valera también está «deseando» que se jubile Becky para adoptarla. Tiene cinco años. Manuel Mateo, lo mismo.

«Aterrizar en el 'Juan Carlos I' es una gozada»

«Aterrizar en el 'Juan Carlos I' es una gozada»

El jefe de la unidad aérea embarcada en el buque insignia de la Armada ha posado helicópteros en los tres portaviones modernos que ha tenido España.

José Enrique Guardia de la Mora ha aterrizado con su helicóptero en los tres portaviones que ha tenido la Armada: en el 'Dédalo' (no el que, con el mismo nombre, fue adaptado en 1922 para transportar hidroaviones y globos), en el 'Príncipe de Asturias' (ya desguazado) y en el 'Juan Carlos I'. De este último es el actual (y lo será por dos años) jefe de la unidad aérea embarcada.

Una de las características del 'Juan Carlos I' es que no tiene una flotilla aérea fija, sino que se decide qué traslada en sus hangares según las circunstancias y necesidades de cada operación. Por ejemplo, en estos ejercicios Balearex-19 no hay Harrier II.

Madrileño de 59 años de edad, es piloto de Seaking, los 'morsa', aunque ya no vuela: «Lo echo de menos», confiesa este diplomado del Estado Mayor, con título de profesor militar y exjefe del Centro de Instrucción y Adiestramiento de la Armada.

Aterrizar en el 'Juan Carlos I' es «un chollo, una gozada», afirma. Lo es, asegura, en comparación con en 'Dédalo': «Allí era complicado. La cubierta era mucho más pequeña que esta. Te la jugabas. Pasé más de un susto». Además, una parte de su cubierta, la de popa, era de madera: «Hubo que forrarla de acero porque cuando se posaban encima los Harrier, salía ardiendo».

El 'Príncipe de Asturias' era «más operativo». «Era -prosigue- un portaviones puro y duro. Las operaciones eran allí más fáciles. Estaba más dedicado a los pilotos que el 'Juan Carlos I', que se centra más en la Infantería de Marina. Los pilotos somos aquí el complemento de ese cuerpo».