De acuerdo con una estrategia heredada y sin duda ancestral, nuestros payeses no son amigos de la poda y suelen dejar que sus árboles crezcan sin amputaciones y a su aire. En la creencia, posiblemente, de que el árbol crece más y mejor asilvestrado, es decir, como le deja la tierra y le pide su naturaleza. Un payés de Peralta que no quiere salir en los papeles me dice que el olivo sabe orientar sus raíces para buscar los nutrientes y la humedad que necesita, sabe cómo y hasta dónde puede crecer y no necesita ayuda para afrontar en solitario la falta de lluvia, los vientos y el sol abrasador de los agostos. Esta falta de poda explica que las mayores higueras del Mediterráneo estén en Formentera, donde crecen homéricas, sin limitaciones, con la ayuda, eso sí, de la tradicional horconadura, un auténtico bosque de horquillas o estalons que soportan la desmesurada horizontalidad que las ramas alcanzan. Pero no es algo que veamos sólo en las higueras. Este crecimiento sin trabas se manifiesta también en la desgarbada arboladura de los algarrobos y, por supuesto, en los troncos de nuestros olivos más viejos, esculturas vivas esculpidas por los siglos y los meteoros.

Los poetas suelen hablar de olivos milenarios y, más aún, de la inmortalidad de los olivos. Y no es raro que nuestros payeses digan de los más longevos que « son dels temps dels moros». Es una forma de hablar. La afirmación puede cumplirse en algunos casos, pero lo cierto es que no es fácil precisar la edad de olivos porque el procedimiento más común, en su caso, es casi impracticable. Cuando se tala cualquier otro árbol, pino, sabina o almendro, podemos contar los anillos de su tronco, uno por año. En los olivos de más edad, en cambio, es casi imposible hacerlo porque tienen el tronco deformado por cicatrices, nudos, hendiduras, protuberancias, nervaduras y retorcimientos. Y no es raro que su tronco esté parcialmente hueco y a tal punto socavado por las hormigas que es inútil querer contar sus anillos.

Habitados en su interior

Estos longevos olivos están habitados. Las termitas y carcomas crean en ellos un auténtico laberinto de galerías y los pájaros anidan en sus huecos. Una rondalla explica que un maestro de escuela consiguió esconderse en el tronco hueco de un olivo con sus 22 alumnos. Es sólo una leyenda, pero viene a cuento. Es cierto, sin embargo, que en algunos de estos troncos los contrabandistas escondían partidas de café y tabaco. Estos troncos huecos los he visto en el taller de Antoni Hormigo, escultor que ha dado prodigiosas formas a olivos monumentales y, según me comentaba, es el mayor desafío de su trabajo.

También me explicaba mientras descortezaba un ejemplar ciclópeo de casi cuatro metros altura que rozaba el techo del taller y tenía que mover con una grúa, que tal vacío en los troncos no impide que el árbol siga creciendo. Y es así porque la savia no circula por el duramen que es como su columna vertebral y el centro tronco, la zona más vieja del árbol que según pasan los años se endurece y fosiliza; la savia fluye por la albeca que, cerca de la corteza, conforma las capas exteriores del tronco. Esto explica que, aunque el olivo esté hueco, siga vivo.

Aproximación a la edad

Dicho esto, ¿en qué quedamos? ¿Podemos o no podemos saber la edad de nuestros viejos olivos? La respuesta sería que podemos conocerla con una aproximación relativamente fiable a partir del perímetro del tronco y teniendo en cuenta que el olivo crece en altura y grosor, cada año y por término medio, medio centímetro o poco más. Sin olvidar que en su desarrollo cuentan infinidad de variables, la bondad de la tierra, el lugar de su asiento que puede ser resguardado o enfrentado a los cuatro vientos, la climatología que haya tenido a lo largo de su dilatada biografía y la específica genética del árbol.

Esto puede hacernos pensar que olivos mallorquines como na Capitana, en Son Muntaner, con un perímetro de nueve metros y sa Reina, en Capdellà, con ocho metros de cintura, pueden tener 800 años. Mucho más viejo sería n'Espanya, olivo que tenemos en Santa Eulària del Riu, en la finca de Can Milà, árbol que apenas produce aceitunas y que vive una pacífica jubilación, pero que, con un perímetro de 15 metros, es un auténtico gigante, posiblemente el más longevo del país.

En honor a la verdad, sin embargo, cabe decir que cuando se ha intentado constatar científicamente la edad de olivos supuestamente milenarios -se ha hecho, por ejemplo, en la comarca del Montsià tarraconense, operación que, para no perjudicar la salud del árbol, se ha hecho extrayendo con una barrena especial un pequeño cilindro del duramen (parte central y más antigua del tronco)-, su análisis dendrocronológico, publicado el 2012, demostró que el más antiguo tenía 627 años.