Aún hoy, 30 años después, Pilar Ruiz Costa, de vez en cuando, se despierta con una pesadilla. La pesadilla no es que su exmarido le pega o la mata. La pesadilla es que nunca salió de aquella casa. Lo hizo y, aunque reconoce que es una mujer traumatizada por lo que ella y su hija vivieron aquellos años, asegura que es feliz. Ha escrito varios libros, ha contado su historia en su blog por si puede ayudar a otras mujeres y ha participado en varios proyectos en la India. Afirma que los recuerdos también matan y mide siempre la distancia de los miedos.

Impresiona lo claro que tiene que podría estar muerta.

Se lo puedes preguntar a cualquiera que viviera esa época. De no haber huido, estaría muerta.

¿En qué momento hace esa reflexión?

Siempre. No me marché antes porque no pude. No tenía herramientas para escapar. El día en que por fin me voy, que no me voy, me llevan, es la primera vez que alguien lo pilla cuando me está pegando una paliza. Recuerdo que le dije que me iba a acabar matando, que para qué prolongarlo. Me contestó que si quería tirarme del tejado de casa, que lo hiciera, que no me mataría, que como mucho me rompería una pierna. Entonces me agarró y me lanzó desde el tejado con tan mala suerte para él que estaban llegando unos amigos suyos. Alucinaron con la escena. Me encerraron en casa y me dijeron que, oyera lo que oyera, no saliera. Intentaban contenerle. Sabían que era una persona violenta pero no que fuera así. Tenía otra fachada. Estaba rompiéndole una mesa en la cabeza a uno de sus amigos y gritando lo de siempre, que quien los iba a matar era yo, que iba a matar a mis padres y quemar mi casa porque yo le obligaba a hacerlo. Yo siempre era la culpable.

Desde fuera, ¿qué podemos hacer? A veces dices algo y esa mujer se cierra más.

Él te separa de todo tu mundo, te aleja de tu familia. Al final sabes que va a ser un problema para la otra persona. Un problema muy grave. Me ha pasado. La única vez que estuve ingresada en un hospital por una paliza. Tenía un derrame cerebral y perdí por un tiempo la visión de un ojo. Estaba en Can Misses y el médico que me atendió, sabiendo cómo funcionaban entonces las leyes, me dijo que no me dejaba irme, que me llevaba a su casa. No recuerdo su nombre. Hay mucha gente a la que tengo que darle las gracias pero de la que no me acuerdo, tengo una amnesia brutal de esos años. Me dejó en una sala de espera mientras recogía sus cosas y me escapé. Él le habría matado.

¿Cómo iba a permitir que alguien tan buena gente se buscara un problema grave? De vida o muerte.

¿Cuál fue el primer signo de alerta?

No fue agresivo ni violento hasta la noche de bodas. La noche que nos casamos me pegó la primera paliza. Hasta entonces no me había tocado. Luego me dijo que, de otra forma, no me habría casado con él. Es cierto. Públicamente era muy pasional. Todo lo hacía a lo grande. Pintar grafitis con mi nombre, montar pollos para que todo el mundo viera lo mucho que me adoraba. La imagen que tenía su entorno era de un amor extraordinario, pero la realidad era muy diferente. No tiene nada de amor. Quien te maltrata no te quiere.

¿El amor romántico ha hecho daño?

No me impactaban las muestras de amor, impactaban a los demás. Me decían que cómo no iba a darle una oportunidad, cómo no lo intentaba, que era afortunada. No te voy a decir que nos han hecho daño las comedias románticas, sólo faltaría que la culpa la tenga Disney. Él es obsesivo. No me di cuenta hasta la noche de bodas. Después sí. Por las palizas. Y porque te va contando cosas. Me decía que era una ingrata porque no veía todo lo que hacía por mí. Si esa conversación la hubiéramos tenido antes... Él me conoce por la mala suerte de que mi parada de autobús estaba frente a su casa. El me ve, le gusto, empieza a perseguirme, a aprenderse mi vida y a fingir una vida paralela a la mía que no era real. Una obsesión.

Usted era muy niña.

Eso lo tengo claro. Muchos se sorprenderán al leerme. Pensarán que me lo he inventado o que no era yo. Efectivamente, no era yo. Me pasó porque era una niña, pero ésa es una duda que arrastré años: ¿Soy tan débil de carácter? ¿No me sé querer? ¿No me sé cuidar? No, es que era una niña, esto me pasó de los 15 a los 20 años. Sé que enseguida hubiera desarrollado herramientas para poderme marchar, pero aún no las tenía.

¿Débil? Es la última palabra que se me ocurre para definirla.

Te voy a contar algo terrible: intenté suicidarme. Con toda la conciencia de que abandonaba a mi hija pequeña. A mucha gente le hará daño leer esto. No es que no quisiera vivir, era agotamiento, necesitaba parar, descansar y no había otra forma.

La había convertido en nada.

Sí, al final te quedas sola y funcionas de forma automática, por inercia. Él y yo teníamos horarios completamente diferentes. Tenía una niña muy pequeña y tenía que trabajar en dos sitios para mantener a esa hija y esa vida. Llegaba a casa de noche, exhausta, pero él estaba descansado. Las palizas eran por la noche. Yo pensaba: si me va a pegar que lo haga cuanto antes para poder dormir dos o tres horas porque me levanto a las seis. Me pegaba, me dejaba tirada en el suelo y estaba pendiente, con toda la rabia y la furia. Cuando veía que me quedaba dormida, volvía. La tortura no es sólo pegarte, es decir: «¿Quieres dormir? Pues es lo que no vas a hacer». No sé cuántas noches puede aguantar un ser humano sin dormir, trabajando en dos sitios y con una niña pequeña. Igual fueron cinco, seis, siete... Me desmayaba por las esquinas. La gente no entiende qué te pasa. Te preguntan y no contestas porque no quieres que les pegue a ellos. Te quedas en nada.

La sensación es de soledad absoluta.

Sí, crees que en este berenjenal te has metido tú sola y no vas perjudicar a quienes quieres.

Usted es un ejemplo de que de ese pozo se puede salir.

Como un ave fénix, sí. Recuerdo taparme la cabeza con la manta o el edredón, apretar los ojos y querer teletransportarme a otro lugar, en el futuro, en el que todo eso ya había pasado. A todas las mujeres que estén pasando por algo así me gustaría contarles un secreto: no te teletransportas nunca, tienes que levantarte y salir. No es fácil, pero cuando te das cuenta se ha quedado atrás y llegas a un sitio nuevo donde la gente ni conoce tu vida pasada ni esa parcela ni a ese monstruo. Nadie sospecha que no fuiste nada.

Pero en esos momentos tan dramáticos es difícil ver que puede haber un sitio y un instante en el que todo eso habrá pasado.

Es imposible. A mí esto me pasó hace 30 años y sigo siendo consciente de que soy una mujer traumatizada. Como les pasa a los yonquis. Soy una mujer maltratada. Sé que tengo un trauma, no tengo ninguna duda, y que asoma en diferentes parcelas de mi vida. Estoy contenta con esta entrevista, encantada de que, si aún había algún resquicio dentro, salga. Y porque soy una gran convencida de que este tipo de testimonios son los que una mujer que esté pasando por esto escuchará y entenderá. Hablamos de mujeres, son la mayoría, pero también hay hombres que, además, tienen el doble estigma.

¿Se puede ser feliz a pesar de ese trauma que, de vez en cuando, enseña las orejas?

Sí, desde luego. Soy feliz siempre. La felicidad es algo inherente a la persona. Si ocurre una desgracia, la muerte de un ser querido o una enfermedad larga, no vas a dejar de ser feliz. Serás feliz, pero tendrás eso por resolver. Quiero pensar que antes también era feliz, pero no estaba viviendo una vida de felicidad. Si tuviera que volver a revivir eso para tener a mi hija, no me lo pensaría dos veces. Es lo mejor del mundo. Es una valiente.

En aquella época debía preocuparle mucho qué le podía pasar, ¿no?

Mi hija es una víctima. No se llevaba palizas ni, en el momento en que me fui, la había violado. Todavía. Sólo todavía. Tenía tres años y uno de los motores para salir de allí era que me decía que iba a tener que empezar a pegar y violar a mi hija porque yo ya no reaccionaba. Recuerdo estar en el suelo del pasillo, sangrando por la boca y la nariz, y cómo él la despertaba para que viera cómo me ponía un cuchillo en el cuello. Le decía que me iba a tener que matar porque yo no les quería. Ella lloraba y decía que no, «mamá es buena» y «mamá me quiere». Tenía más cabeza mi hija con dos años que ese hombre.

Y a pesar de esto la solución que le da la policía tras la denuncia es que vuelva a esa casa con ese hombre.

Exacto, en aquella época no te daban ninguna solución. Me voy a casa, la policía se lo lleva, le interrogan, contesta que me ha pegado porque soy su mujer y lo devuelven a casa hasta que salga el juicio. Mira lo que han cambiando las cosas. Legalmente y la visibilidad en la calle. Recuerdo una cosa de mi infancia que me marcó. Tendría unos once o doce años y pasábamos por la parada de taxis de Isidor Macabich. Un taxi estaba con la puerta abierta y un hombre le estaba pegando una paliza a su mujer. Le tiraba del pelo y la arrastraba porque no quería entrar en el coche. El taxista sujetaba la puerta para que la metiera dentro. Corrí, crucé la calle y les grité a los otros taxistas: «¿De verdad no me vais a yudar?». Entonces me acerqué al hombre para apartarlo y me pegó un empujón que me salí volando. La mujer entró en el coche para que él no me pegara. Esto hoy sería difícil. Bueno, según. Queda mucho por hacer de puertas afuera y de puertas adentro.

No le gustan mucho las campañas que presentan a las mujeres con golpes o signos muy visibles. ¿Por qué?

No te sientes identificada con eso. Lo que de verdad salva son otras historias. Si conoces otras mujeres y te dicen que llevaban muchos años y salieron o que tenían tres hijos y salieron, eso te hace decir: «Si ellas pueden, yo también». Pero ver una lápida... o, ¿de qué me sirve una maratón contra la violencia con políticos en chándal?

Hoy veremos a unos cuantos. ¿Qué les pide?

Que hablen con las asociaciones de mujeres maltratadas, que les pregunten cómo las podrían haber ayudado. Falta mucha educación, pero no sólo en igualdad y paridad y en eso de portavoces y portavozas. No. Me encanta la gente que defiende cualquier causa, la que sea, siempre pienso «olé por ti, que nunca has tenido un problema grave». Hay una lista de prioridades y lo primero, lo urgente, es vivir. Si estás viva, te da para el resto de luchas y batallas. La igualdad no sólo se debe tratar en el colegio, también debe suceder en las series de televisión que ven nuestros niños y en la música, en las canciones y el reguetón. Hay tanto por limpiar... Por un lado estamos enfocándonos en lo de portavoz y portavoza y luego en la radio suena una canción que habla de violaciones explícitas. Creo que se está olvidando una asignatura muy importante en los centros, la gestión de las emociones. No me enseñes sólo que los dos tenemos que hacer la cama o poner la lavadora, edúcame también a saber que lo que siento es enfado, tristeza... Y que esos sentimientos están muy bien si los haces útiles, si sabes canalizarlos, expresarlos y convertirlos en otra cosa. Al final, una persona no es violenta porque la otra le esté provocando o por celos o amor. Uno debe depender de sí mismo siempre.

Vamos mal, ¿no?

Estoy convencida, escuchando la radio, de que vamos para atrás.

Dice que los recuerdos matan.

Mira, estamos hablando porque Cristina [Martín, directora de Diario de Ibiza] me contactó en 2016 porque se había emocionando leyendo el blog. Me dijo que había ido conmigo al instituto. Tengo recuerdos de toda la infancia, del colegio, pero no del instituto. No recuerdo esos años. Ella me envió fotos de las dos, juntas, abrazándome. ¿Sabes lo que he llorado por no recordarla? ¿Lo mal que me siento al pensar que ella me quería y que no soy capaz de recordarla? Recuerdo las palizas, las patadas en la cara y la cabeza para que ningún hombre me mirara, el derrame, quedarme ciega de un ojo... Y pienso: «¿Habré perdido neuronas? ¿No me funcionaba la memoria como toca en esa época?». También hay otra alternativa: al final, para poder vivir y no recordar 1.500 o 2.000 noches de torturas he decidido borrar todo. Son dos opciones tristes. Cada vez que me pasa... Como cuando en un vuelo un hombre me reconoce, me llama por mi nombre, me dice que estoy idéntica, me da todas las pistas y me cuenta un montón de cosas que hemos hecho juntos y... No recuerdo nada... ¿Sabes cómo me siento? ¿Y si no me llega a decir nada? ¿Qué hubiera pensado? Que soy una soberbia. Me siento muy mal. Me duele. Veo esas fotos y pienso me ha robado unos años y que no me lo merecía.

¿Cuestión de supervivencia?

Al final olvidas cosas porque los recuerdos matan. Me despierto con pesadillas. La pesadilla no es que me pega o me mata, es que no me fui. Es un sueño, pero sigo ahí atada, nunca me marché de debajo de aquellas mantas.

Eso estará siempre ahí.

Pues habrá que hacerlo útil y compartirlo con otras mujeres. Que vean que hay mucha luz fuera, aire, que el sol te da en la cara y que hay una vida maravillosa fuera de ese agujero negro en el que todos nos podemos perder. Todas. No se trata de un nivel cultural. Cualquiera puede estar presa. Tenemos que ser un equipo y sacarnos cuando hace falta, echarle una mano aunque no conozcas a la otra persona.

Ha hecho varios proyectos en la India, un país en el que la mujer apenas vale nada.

Por eso fui. Fui con mujeres quemadas con ácido, quemadas vivas con el beneplácito de los suegros y violadas desde los 11 años. A un amigo le contaba cosas espeluznantes, como lo del estreñimiento. Esas mujeres, en las aldeas, salen a hacer sus necesidades a las cinco de la mañana. No van al baño en todo el día porque no tienen dónde. Si se levantan la falda las pueden violar y si alguien las ve no se pueden casar, así que salen a esa hora en la que no es tan oscuro como para que no vean ni hay suficiente claridad para que las vean. ¿Eso no es violencia?

¿A qué distancia tiene ahora los miedos?

[Ríe] Me gusta decir que el único miedo que ahora mismo me reconozco es el miedo a tener miedo. Cada vez que algo me asusta lo analizo y lo desmonto. Puedo presumir de pocas cosas, pero de valiente sí presumo.