Uno de los últimos nidos que quedó abandonado en los años 70 estaba en el islote de es Vedrà, en Bestorre, y aunque se desconoce que pasó realmente con su última inquilina, un vecino de Sant Josep se jactó durante años de haberla abatido y habérsela zampado. Tal vez así desaparecieron las águilas. Una década antes, la especie ya había tocado a su fin como reproductora en Formentera. Y, durante años, los ejemplares que han podido verse visitando los estanques de las salineras de las dos pitiusas han sido aves más o menos de paso que no han nidificado en las islas, a pesar de los intentos para que la especie regresara; el nido artificial que se instaló en territorio del Parque Natural de ses Salines estuvo vacío más de una década y durante mucho tiempo nada más se hizo para conseguir que esta emblemática rapaz volviera a instalarse en las Pitiüses.

Hace tres años, el Grup d’Estudis de la Naturalesa (GEN-GOB) buscó en Menorca a un experto en nidos de águilas, algo así como un falsificador de nidos, y le encargó que construyera uno en Ibiza, en el lugar donde a menudo era avistada una de estas rapaces. Mientras tanto, la primera pareja de águilas que frecuentaba la isla decidía quedarse y reproducirse en ella y una segunda pareja ha llegado más recientemente, procedente, con toda probabilidad, de las colonias de Mallorca o Cabrera.

Y aunque el nido que fabricó el GEN aún no ha sido empleado, lo cierto es que una de las parejas ha construido el suyo propio muy cerca de él. «El primer nido les habrá hecho ver que esa era buena zona para establecerse», propone el biólogo Joan Carles Palerm, presidente de la entidad ecologista, que incide en la necesidad de ser muy prudentes ante la noticia de que las águilas vuelven a anidar en la isla porque su continuidad no está asegurada y son muy sensibles a la presencia humana cerca de sus zonas de cría. De hecho, su regreso, ante la masificación turística y costera que sufren las Pitiüses, es ya casi un milagro.

Ave vulnerable y protegida

Por ello, hay que recordar que el àguila peixatera (Pandion haliaetus) es un ave protegida. Clasificada como vulnerable en el catálogo de especies amenazadas de Balears. Solo come peces, que pesca en superficie, en los estanques de ses Salines o en el litoral cercano a los acantilados, incluso en albercas si alcanza a ver en ellas algún ejemplar suficientemente grande. Cuando ves su gran silueta acercándose, a gran altura, sabes que no puede ser otra. Identificas la forma de desplegar las alas y su envergadura de más de metro y medio.

Y al acercarse y descender ya distingues el contraste de sus colores blanco y marrón y, sobre todo, su antifaz, esa banda parda que cruza sobre sus ojos y sobre el blanco plumaje de su cabeza y que se extiende hasta la nuca, justo bajo su penacho. El antifaz contribuye a acrecentar su aspecto severo, su mirada intensa de rapaz que guarda algún misterio. Desde las alturas, desde incluso 50 metros, el águila localiza una presa, un pez nadando cerca de la superficie, y puede quedar unos segundos detenida, batiendo las alas, igual que hacen los cernícalos (xoriguers). Entonces inicia el descenso, en picado y en diagonal, extendiendo sus poderosas garras y, poco antes de impactar, retira las alas y así entra el agua como un proyectil. A veces queda totalmente sumergida y a menudo necesita unos instantes para reponerse, lo que puede dar la falsa sensación de que tiene problemas o no se maneja bien en un medio líquido, pero en sus garras aprisiona un pez, quizás uno grande y pesado. Consigue reponerse y se eleva con las alas empapadas. Y ya no queda nada de la sensación de torpeza.

El género de esta espectacular rapaz hace referencia al mito de Pandión, el rey de Atenas cuyas hijas fueron convertidas en aves, y el nombre de la especie, haliaetus, procede del griego ‘al’, que hace referencia al mar, y de ‘aetos’, águila en griego. A principios del siglo XX, el águila pescadora estaba ampliamente distribuida en todo el litoral rocoso del archipiélago. Y una buena cantidad de topónimos así parecen atestiguarlo. Pero llegaron malos tiempos y en los 80 la cifra de parejas reproductoras acabó reducida a siete u ocho parejas, cuando ya en Ibiza y Formentera solo se veían ejemplares en migración durante el invierno. Fue el momento más crítico para la especie, cuando la electrocución había pasado a ser su principal amenaza, la primera causa de muerte. En la actualidad se han corregido tendidos eléctricos (aunque en ses Salines se mantienen muchas líneas que siguen siendo un grave problema para la avifauna) y «hace ya años que no detectamos ningún águila electrocutada», afirma el responsable del Servei de Protecció d’Espècies del Govern, Joan Mayol. En Mallorca hay contabilizadas doce parejas, en Menorca hay cuatro y en Cabrera hay tres (aunque el año pasado había siete).

Malos tiempos para nidificar

Sin embargo, este año, aún pendientes de completar el recuento, parece ser que no ha sido una buena temporada para la nidificación y los intentos de muchas de estas parejas de sacar adelante sus puestas se han visto frustrados. Y ello incluye la incipiente colonia pitiusa. Las causas pueden ser varias, aunque Joan Mayol señala la posibilidad de que las malas condiciones meteorológicas en el momento de la puesta hayan sido determinantes. En cualquier caso, esta circunstancia pone de relieve la fragilidad de una especie que tiene una esperanza de vida de entre veinte y veinticinco años, dos o tres huevos en cada puesta y que puede abandonar un nido a treinta metros de altura sobre un acantilado solo porque oye los motores de los barcos bajo él.

Las águilas que ahora están repoblando las Pitiüses proceden de las colonias ya existentes en Cabrera y Mallorca. Al menos eso es lo que opinan los expertos del GEN. La población mediterránea de Pandion haliaetus presenta algunas diferencias que podrían considerarse culturales con respecto a las del centro y norte de Europa, y una de ellas es el lugar que escogen para construir sus nidos; si las de Balears, islas que acogen una parte muy importante de la población reproductora mediterránea, prefieren las rocas, las del resto de Europa instalan sus hogares sobre árboles. Y las águilas de Ibiza han escogido rocas. Por otra parte, estas águilas también vuelven al lugar en el que nacieron, por lo que se espera que las que han abandonado la isla como juveniles en los últimos tres años regresen en algún momento para anidar.

Hasta tal punto estamos en un momento clave, que incluso la conveniencia de publicar información sobre la presencia del águila de nuevo como reproductora y del número de parejas establecidas precisa de un intenso debate ante el temor de que pueda haber aficionados a la fotografía o curiosos dispuestos a buscarlas y molestarlas, a pesar de tratarse de aves protegidas. La gran pregunta ahora es si Ibiza, con su territorio invadido, el exceso de ruido y la colonización de cualquier rincón del litoral, será capaz de superar el reto que le plantea la pescadora. Ha vuelto, pero si se queda o no aún está por ver. También el águila puede depender de que la isla sepa poner freno a la masificación.

Sensibles a la presencia humana

La temporada de nidificación es la más crítica para estas aves, muy sensibles a la presencia humana. Las aves abandonan sus nidos si advierten la cercanía de seres humanos. Y una de las amenazas que más preocupa a los expertos es la presencia frecuente de embarcaciones bajo los acantilados en los que puedan decidir anidar.