Ee todas las manifestaciones propias de la cultura tradicional pitiusa, seguramente el ball pagès es la que mejor pervive en una sociedad totalmente globalizada, en la que cualquier seña de identidad va borrándose de forma acelerada. El futuro de las danzas tradicionales no sólo está asegurado en Ibiza, sino que incluso cada día tienen más adeptos y propagan su ámbito de actuación a nuevas actividades, como los talleres artesanales de vestimenta tradicional o instrumentos musicales.

Actualmente, hay 18 colles en la isla de Ibiza, repartidas por todos los municipios, y dos más en Formentera. La más nueva de todas es la surgida en 2000 en Buscastell, en el municipio de Sant Antoni, que se suma así a un conjunto de agrupaciones que mayoritariamente datan del boom que se produjo en los años 80, que representó un auténtico despertar de baile autóctono de las Pitiüses. Fue entonces cuando florecieron colles por todas partes, animadas también por el activo papel que ejercieron algunas instituciones locales, como el Consell, en el apoyo económico a esta actividad.

Uno de los sonadors y balladors más experimentados de las Pitiusas, Toni Tur, Sendic, de la colla des Broll de Santa Eulària, recuerda la época gloriosa, previa a este boom, en que los grupos de ball pagès ganaban algunos de los más importantes premios folclóricos del mundo, en sus giras por Europa y más allá. Eran los años 50, 60 y 70, cuando las colles que asistían a esos certámenes «se organizaban con la gente que estaba más disponible», al no haber una estructura organizada como ahora.

Fue entonces, y a raíz de esos galardones, cuando esta actividad «empezó a adquirir prestigio entre los propios ibicencos». «Antes, bailar las danzas típicas sólo servía para que te llamaran payés en plan despectivo», explica Sendic. Sin embargo, «casi todas las colles surgieron entre los años 80 y 90, aunque antes ya había las de Sant Carles, Jesús o Sant Miquel», recuerda. Esta última acaba de cumplir, precisamente, su medio siglo de existencia.

La presidenta de la Federació de Colles de Ball Pagès, Maria Marí, de Sant Joan, destaca «la gran cantidad de gente joven que se va incorporando a las diferentes agrupaciones», lo que garantiza su futuro y la continuidad de esta tradición. «Los niños empiezan con mucha ilusión, aunque no siempre todos continuarán, a causa de los estudios o de otras cosas», admite Marí.

Esta balladora confirma que las colles no son un reducto exclusivo de ibicencos de nacimiento, sino que cada vez incorporan a más personas procedentes del extranjero o de padres nacidos fuera de aquí.

Talleres y ´colles´ infantiles

Talleres y ´colles´ infantilesLo más relevante es que estas organizaciones no se limitan ya a enseñar y practicar el baile de sa curta, sa llarga o ses dotze rodades, o a tocar el tambor, la flauta o las potentes castañuelas payesas. Muchos de estos colectivos se están transformando también en talleres donde se aprende a confeccionar los vestidos tradicionales, las espardenyes elaboradas con esparto o los propios instrumentos musicales.

Es lo que sucede, por ejemplo, con la colla de sa Bodega, fundada en 1987 en Vila, y cuya actual presidenta, Cata Prats, confirma que suelen desarrollar talleres de confección de mantones, davantals de mostra, capells de floc o espardenyes, que son subvencionados por el Consell. «Son iniciativas que tienen siempre una gran demanda, con una quincena de personas por curso e incluso con lista de espera», afirma.

Los lunes suele ser el día de ensayo de los integrantes de esta colla en el gimnasio del nuevo colegio Sa Bodega. Allí, los balladors y los sonadors, vestidos con su ropa de calle habitual, perfeccionan los lances de cada danza.

En este caso, la llegada de gente joven es tan numerosa que incluso se ha creado una rama infantil, afirma Prats, quien señala que los más pequeños ya participaron el año pasado en el Festival Folclórico de Zamora.

Los jóvenes siguen sumándose a las ´colles´ de Eivissa y Formentera para aprender las danzas típicas. Foto: J.A Riera

«El ball pagès de Ibiza y Formentera es algo que sorprende y fascina a cualquier persona que lo contempla. No se parece a ningún otro de la Península. Incluso el baile mallorquín es bastante parecido al de cualquier región española», señala Joan Marí, que practica los bailes tradicionales desde hace unos años y que considera a las colles «como una de las herramientas más importantes de conservación de la cultura popular».

«Alrededor del baile payés y la música autóctona se mueve todo un universo cultural, toda una identidad que va desapareciendo progresivamente, aunque aquí se mantiene viva», añade.

Un intento de preservar la tradición folclórica de las Pitiusas por escrito lo constituye, por ejemplo, el libro de todavía reciente aparición ´Glosar i redoblar. Una didàctica del cant tradicional a les illes Pitiüses´, de Ignasi M. Carrero y otros autores. Se trata de una publicación que ha servido ya a muchos jóvenes para introducirse en esta ancestral variante de canción, que hasta ahora parecía reservada sólo a los más mayores. Y es que, así como los bailes y la música gozan de buena salud, no sucede lo mismo con la cançó redoblada, bastante amenazada.

La ropa que viste el hombre y los vestidos de la mujer no salen todos de los talleres que realizan algunos grupos, pues no habría suficientes, por lo que son elaborados por modistos especializados. Estos profesionales elaboran cuatro variantes de gonella femenina: la blanca, la de color, la negra y la de trabajo. Para el hombre se confeccionan los trajes de jai (el de color negro), el blanco con chaleco oscuro y el de drap.

Más difícil es conseguir las emprendades (conjunto de collares y colgantes que lucen las balladores), fabricadas en oro. «Quienes las tienen de herencia familiar, las utilizan, y las que no tienen, las han de comprar. La joyería Pomar, de Vila, es una de las que fabrica este tipo de joyas, que no son precisamente baratas», señala Cata Prats, que recuerda que durante la Guerra Civil desapareció una enorme cantidad de emprendades, reclamadas por las autoridades para sufragar los gastos del conflicto.

«Más espontaneidad»

«Más espontaneidad»Toni Sendic certifica que «nunca había habido tantos sonadors y balladors en la isla», pero al mismo tiempo, hace notar que el baile tradicional se ha convertido en algo demasiado «propio de un escenario», con un cierto aire artificial. Y es que, efectivamente, el folclore pitiuso está hoy en día orientado casi en exclusiva a las demostraciones para turistas y con ocasión de las fiestas tradicionales, a la salida de misa.

«Ahora que se ha recuperado y consolidado la práctica de estas tradiciones, debería darse un paso más, para que el baile payés fuese más popular y más espontáneo en la calle», afirma Sendic en alusión a la conveniencia de que la música popular no se quede sólo en actos protocolarios o turísticos, sino que regreso a donde siempre estuvo: las celebraciones populares, aunque no sean multitudinarias.

Tanto él como la presidenta de la Federación de Colles, Maria Marí, ponen como ejemplo las fiestas en pozos y fuentes que empiezan a celebrarse tras el verano, y que conservan el ambiente de esas celebraciones rurales que caracterizaban las Pitiüses de antes del turismo. En muchas de ellas es posible presenciar bailes en los que los participantes prescinden del traje, los vestidos y las joyas, dando un ambiente de naturalidad y sencillez al ambiente.

Ahora bien, según otras colles, como la de sa Bodega, eso no debe llevarse al extremo de olvidar que el traje payés, tanto de hombre como de mujer, forma parte indisociable del folclore: «Si vas vestido de calle, el baile no luce ni la mitad», señala Cata Prats, quien asegura ser «muy estricta en esta materia». «No se puede bailar de cualquier manera; hay que llevar lo que toca: la ropa, las espardenyes y los instrumentos», insiste.

El miembro de la colla es Broll certifica el interés de la juventud por las danzas tradicionales. «Antes lo que veíamos es que cuando los chavales cumplían los 14 o 15 años, se iban. Pero ahora lo que pasa es que muchos que empiezan con 16 años ya se traen a la pareja», explica. Según su opinión, el éxito de las colles en las Pitiusas es que acaban convirtiéndose «en un grupo de amigos», donde, ante todo, se va a disfrutar y «a pasarlo bien».

«No nos marcamos una disciplina académica basada en el rigor o en el esfuerzo, no venimos a sufrir, sino que venimos a divertirnos», afirma.