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Atentados en Cataluña - Ibicencos en la ciudad condal

Ibiza, con el corazón en Barcelona

Los ibicencos presentes en la ciudad afirman que el atentado se ha producido en su «segunda casa»

Ibiza, con el corazón en Barcelona

«Como si hubiera pasado en Ibiza». Así se sentía ayer el músico Joan Barbé, uno de los muchos ibicencos y formenterenses que se encontraban en Barcelona el jueves por la tarde, cuando un yihadista arrolló con una furgoneta a decenas de personas en la Rambla. Un sentimiento, ese de que el atentado había pasado «en casa», compartido por la mayoría de los pitiusos. La relación entre las Pitiuss y Barcelona es estrecha. Muchos ibicencos han estudiado allí, han vivido allí, tienen familia o amigos allí o han escogido vivir allí.

Projecte Mut: «Es una lotería macabra»

David Serra y Joan Barbé, Projecte Mut, llevan en la furgoneta con la que viajan de Barcelona a Prada de Conflent, donde ayer por la noche tenían un concierto, una bandera con un crespón negro. La furgoneta es blanca, del mismo color que la que la tarde del sábado arrolló a más de cien personas en las Ramblas. «Algunos conductores nos miran», comenta Joan. «Quizás deberíamos sacar la bandera con el crespón y ponerla en la furgoneta», propone David.

Los ibicencos recibieron las primeras noticias del atentado en el aeropuerto de Ibiza, mientras embarcaban hacia Barcelona. No tuvieron constancia de la magnitud de los hechos hasta después de aterrizar. De hecho, desde el aeropuerto se fueron directos a Hospitalet de Llobregat, donde pasaban la noche. «Normalmente, cuando vamos a Barcelona siempre pasamos por una tienda de música de la calle Tallers [une Plaça Universitat con la Rambla] a comprar cuerdas», explica Joan. Si hubieran volado antes, igual hubieran estado allí. «Es una lotería macabra. Le puede tocar a cualquiera. A ti, a amigos, a hermanos...», reflexiona Joan, que destaca la imagen «fantasma» de L'Hospitalet cuando llegaron: «Había muy poca gente, prácticamente nadie, algo muy extraño». Esa noche se quedaron en casa, hicieron el ensayo que tenían previsto, cenaron y se enchufaron a la televisión para enterarse a fondo de lo que estaba pasando: «Al principio lo seguíamos por las redes, pero era muy lioso».

«Ver lo que ha pasado impacta», comenta David. «Barcelona es nuestra segunda casa», añade. «Es como si hubiera pasado en Ibiza», apunta Joan. «La sensación es como la que sientes cuando te entran en casa a robar pero multiplicada por mil», define Joan mientras se acercan a la Jonquera, donde tienen claro que les van a registrar. «Es lógico, estamos tranquilos, sólo llevamos guitarras», concluye Joan.

Gina Costa: «Tengo el corazón encogido»

Una botella de agua y un paquete de galletas. Es lo que Paco, el padre de Gina Costa, le pidió que llevara ayer en el coche cuando saliera de Barcelona a trabajar. Gina, publicista, sonríe al recordar ese consejo. Algo de razón tiene. El jueves por la tarde podría haber sido una de las personas que pasaron horas paradas en sus coches esperando poder entrar en Barcelona. Pero no fue así. Cuando tuvo lugar el atentado ya estaba en casa: «Una amiga que volaba a Australia, al aterrizar en Qatar me envió un whatsapp preguntándome si estaba bien». Casi al mismo tiempo le llegaba una alerta de El País y una lluvia de mensajes cruzados de familia y amigos preguntándose unos a otros si estaban bien.

Gina se quedó en casa, como recomendaron las autoridades. Además, su casa, en el barrio del Raval, estaba dentro del cordón de seguridad. «Nadie podía ni entrar ni salir», recuerda. En ese momento, a la publicista se le vino a la cabeza otra situación similar que vivió en el barrio hace un tiempo: «Salí por la mañana y había muchos mossos y furgonetas, horas más tarde me enteré de que buscaban a un hombre relacionado con los atentados de Bruselas». En varios momentos de la tarde, confiesa, sintió «miedo» al pensar que su casa está a «cuatro calles» de las Ramblas y que la furgoneta podría haberla arrollado: «Paso por ahí muchas veces. Para ir a comprar, para ir a la playa. Cuando alguien viene siempre paseas por esa zona, les llevas a las Ramblas, a Plaça Reial...».

Gina asegura que se siente «triste». Barcelona es su casa. Lleva doce años viviendo allí, su madre es de allí, sus abuelos viven allí. «Tengo el corazón encogido», añade poco después de salir de casa para ir a trabajar, un trayecto en el que, explica, ha notado algo extraño, diferente. «Había una vibración rara», indica la publicista, que destaca que pasado el miedo, el shock y las lágrimas de la tarde y la noche del jueves, sólo queda un camino: «No parar, no dejar que cambien tu vida».

Laura Tur: «No nos puede dominar el miedo»

«Mira que soy periodista y debería encontrar las palabras, pero me cuesta. La sensación es un poco inexplicable», comenta Laura Tur poco antes de salir de casa para ir al minuto de silencio de Plaça Catalunya. El atentado le pilló en su casa, «trabajando». Su chico, en cambio, estaba fuera: «Me contó que en el metro se notaba mucha tensión».

Al final, como buena periodista, Laura encuentra las palabras. «Destrozada», define el estado en el que se encuentra. «Las Ramblas es el punto neurálgico de la ciudad, un emblema. ¿Quién no ha ido? Quizás como vives aquí no vas a pasear, pero pasas muy a menudo», comenta. «Extraña» es la palabra que escoge para referirse a la sensación que tiene al pensar en lo cerca que ha ocurrido el atentado: «Ha sido cerca, pero podría haber sido aún más cerca. Vivo en el Eixample, cerca de la Estació de Sants y de un centro de comercial que es objetivo terrorista, podría haber pasado más cerca».

«No podemos dejar que el miedo nos domine», afirma la periodista, que matiza que éste es un mensaje «muy personal». «En estos momentos es normal estar afectados y tener ese punto extra de alerta. El miedo es algo muy humano, algo instintivo. Es lógico estar preocupados, pero siempre intento que el miedo no me domine, no sirve de nada», afirma.

Joan Colomar: «Piensas que podría ocurrir»

Joan Colomar no tuvo ninguna duda de lo que estaba pasando en Barcelona. Fue su propia novia, Alejandra, la que le dijo en un mensaje que estaba retenida en la tienda en la que trabaja, en una calle paralela a la Rambla. «Ella fue la primera», explica el ibicenco, que combina en Barcelona sus estudios de un máster de Gestión de Empresas, con las prácticas y su trabajo en una cadena de supermercados. Después de ese mensaje, vio muchos más a través de las redes sociales, explica.

Con su chica en la zona acordonada, confiesa, la preocupación fue máxima. «Pasado algo más de una hora la dejaron salir», explica Joan, que reconoce que la posibilidad de un atentado yihadista en Barcelona es algo que siempre pensó que podría pasar: «Lo piensas. No puedes evitarlo. Ves a los mossos con la metralleta y piensas que algún día podría ocurrir».

Marina Morales : «No me lo podía creer»

Desde el momento en que se enteró de lo que estaba pasando, Marina Morales Costa dejó de estudiar. «No podía», explica la ibicenca, que se encuentra en Barcelona para entregar el trabajo final del máster de Pensamiento Contemporáneo que está a punto de terminar después de acabar la carrera de Filosofía. «Lo primero que me llegó fue un audio de una amiga diciéndome que creía que había habido un atentado», recuerda Marina, que se fue directa a mirar las webs de los diarios y a ver qué decían las cadenas de televisión. «Pero no salía nada. Hasta media hora después no encontré ninguna información», afirma la estudiante, a la que, en ese tiempo, otra amiga que estaba en Portal de l'Àngel, también le comunicó lo que estaba pasando.

En un primer momento, todo le pareció «lejano», como si no pudiera estar pasando. Poco después, al ver las imágenes tan reconocibles de la Rambla, tomó conciencia de lo que cerca que, en realidad, estaba pasando todo. De hecho, explica, la facultad de Filosofía se encuentra muy cerca de la zona del atentado, en el Raval, junto al Museu d'Art Contemporani de Barcelona (Macba). «Barcelona, durante estos años, ha sido mi casa. Te sientes tranquila. Ahora es inevitable sentirte insegura, desasosegada», confiesa la ibicenca, que se quedó muy impresionada cuando en los medios hablaban del bar Luna de Estambul: «Muchas veces nos hemos tomado allí un kebab, no me lo podía creer».

El sonido constante del helicóptero y de las ambulancias aumentaba, afirma, la sensación de inseguridad de esa tarde, en la que en su piso cercano a Plaça d'Espanya lo prepararon todo para acoger a un amigo que no sabía si podría regresar a dormir a su piso, en la zona acordonada. «Finalmente, a las diez y media, otro amigo le dijo que había podido llegar y se fue», explica la estudiante, que apura sus últimos días en Barcelona, ya que el próximo septiembre vuelve a Ibiza, donde cursará el máster de Educación. A pocas horas de salir de casa, el viernes por la mañana, la sensación de inseguridad continúa: «Sigue oyéndose el helicóptero y las ambulancias».

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