Hace un tiempo, pero no tanto, que los salineros se comunicaban como los indios. Cuando llegaba la época de la recogida de la sal, al final del verano, se encendían hogueras para lanzar señales de humo con las que se avisaba que se necesitaba mano de obra para el duro trabajo en los estanques.

Si aparecía en el cielo una lengua de humo, visible desde Sant Mateu, quería decir que hacía falta una colla (un grupo). Se encendían tantos fuegos como colles se necesitaban. Incluso en función de dónde salía el humo, la gente sabía qué tipo de trabajo era el que necesitaba mano de obra. «En vez de ir a cada casa, se avisaba con humo. Con el humo se entendía la gente», rememora Pep Escandell Marí, de Can Carabassó, criado en sa Revista, antiguo trabajador de Salinera Española y la alma mater de la I Feria de la Sal, organizada por el Ayuntamiento de Sant Josep, el Consell y el Govern balear. «Sin ti esta feria no hubiera sido lo mismo», confesó Josep Lluís Joan, técnico de promoción agroalimentaria de la institución insular y que, junto a Pep Carabassó, explicó en la nave de ses Salines, repleta de gente, la dureza del trabajo que se desempeñaba antiguamente en los estanques, en la época en que la sal se transportaba en carros tirados por animales y, luego, en los vagonetas del tren. Además de aportar su experiencia y sabiduría, Carabassó, de 80 años, contó divertidas anécdotas y muchos chistes, no sólo de salineros, que provocaron carcajadas.

Hasta un millar de trabajadores llegaron a coincidir en las salinas, cuando «ahora sólo hay 14», recordó Carabassó. «Por esto hay tanto desempleo», dijo con su gracia marca de la casa. Hablando de la dureza del trabajo salinero, se refirió, también en todo distendido, a la conversación entre dos amigos. «Hace tres meses que busco trabajo. Es costoso», lamentaba uno de ellos, a lo que el otro le respondía: «Más costoso será si lo encuentras».

Para rendir un homenaje a la gente que dejó buena parte de su vida en los estanques de lo que hoy es un Parque Natural, las instituciones organizaron ayer, con la colaboración de Salinera Española, la primera edición de la feria de la sal, con un montón de actividades durante todo el día y con la intención de que, con el tiempo (el último sábado de octubre), acabe siendo una cita tradicional.

La jornada arrancó a las 10 horas con una hoguera (el presidente del Consell, Vicent Torres, y el alcalde de Sant Josep, Josep Marí Ribas, Agustinet, encendieron el fuego), en la era donde antiguamente se amontonaba la sal, frente al cruce hacia es Cavallet, para recordar aquel tiempo, sin Internet, en que se anunciaba con humo que había trabajo en ses Salines. Carabassó estaba ahí, en primera fila, notando el calor de la columna de fuego, rápidamente sofocada por técnicos del Ibanat con ramas de pino frescas, y daba fe de que no hace tanto que se usaba esta técnica arcaica de comunicación: «En los años 50 y 60, incluso 70, se hacía».

No dejó de contar anécdotas, como la de aquella mujer que vivía en sa Canal, en ses Salines, y que al ver «cinco o seis barcos» fondeados junto a la costa a la espera de su turno para llenar sus bodegas de sal («se tardaba dos y tres días para hacerlo»), dijo: «Esto parece el puerto de Madrid».

También recordó cómo Antonio Garcías, el hombre que modernizó las salinas a partir del final de la década de los años 50, le dio una gratificación de «cien duros» (añadida al sueldo semanal de 400 pesetas) por hacer un «invento» con el cual se evitó tener que comprar cada mes en Bilbao unos muelles para «las cucharas» que se empleaban para cargar la sal en los barcos. Y tampoco pasó por alto el día que tuvo que comunicar a Garcías que se veía obligado a dejar el trabajo en las salinas (era oficial de segunda en el taller) porque no podía rechazar una oferta de 8.000 pesetas al mes (1.600 cobraba en Salinera) para trabajar en un hotel. Era el momento en que la industria del ocio comenzaba a transformar la isla en otra cosa.

La dura recogida manual de la sal

Con Carabassó como maestro de ceremonias, uno de los platos fuertes del programa de la feria tuvo lugar pasadas las 13 horas, bajo un fuerte sol: una demostración de cómo se recogía la sal a la antigua usanza, manualmente, en uno de los estanques desecados en la zona de es Cavallet. Siempre siguiendo las instrucciones de Carabassó, un grupo de 10 personas con el atuendo salinero, entre ellos el artesano de la tradición Vicent Palermet, mostraron a una multitud de gente cómo se usaban los tradicionales aperos salineros. Carabassó agarró el càvec de mànec llarg (azadón triangular) para marcar la zona de seis metros de ancho en la que la colla de cavadors, con sus aixades amples, tenían que sacar la sal que, luego, con la ayuda del tiràs (una pala de madera arrastrada por varios con una cuerda), se amontonaba en lo que se denominaban serres.

Los traients (portadores) recogían la sal en senallons, apoyados sobre la cabeza, y la depositaban en la explanada del estanque, desde donde posteriormente se trasladaba (antiguamente en carros tirados por animales y después en las vagonetas del tren) hasta sa Canal. A bordo de las barcazas impulsadas por un remolcador, se llevaba la carga hasta los barcos fondeados frente a la playa.

«Hay que hacerlo para entender lo duro que era este trabajo», aseguraba, con la camisa empapada de sudor, Pere Planells, uno de los 10 valientes que se ofrecieron para rememorar el viejo oficio salinero.