Lo que más le ha costado a Llorenç Prats en Budapest, además de entender el endiablado húngaro, ha sido ser contratado: «Este año quería independizarme, para lo que necesitaba encontrar un trabajo fijo, no solo clases particulares. Así que eché currículos en las escuelas bilingües.

Pero un día vi en Internet que en los organismos oficiales, en sus conservatorios, pedían pianistas acompañantes, donde al fin y al cabo el idioma no es una barrera tan grande ya que no se tiene que hablar tanto con los alumnos». Logró así un empleo en una escuela «para una sustitución», donde toca el piano ante niños de hasta 13 o 14 años: «Lo único que siento es que me gustaría dar clases de piano, no solo ser acompañante», confiesa.

No es su único empleo. Estudia por las mañanas (de dos a cinco horas) y trabaja por las tardes, muchas veces dando clases particulares. Una de sus alumnas es Emma Hernández, esposa del embajador de España en la capital magiar, José Ángel López Jorrin. Contactaron fruto de la casualidad: «Unos amigos míos se encontraron en el metro al embajador y a su mujer y les contaron que se habían quedado unos días en mi casa y que yo era pianista. A ella se le iluminó entonces la cara: pidió mi teléfono porque tenía un piano en casa, lo había estudiado de pequeña, pero con el tiempo lo había ido abandonando».

Le enseña una vez a la semana: «Es un momento que me resulta muy agradable. No le doy clases de piano clásico: lo que ella quiere es tocar canciones de la música que le gusta, pop, country... Ahora estamos con un tema de Bertín Osborne, ´Venezuela´».