La reconstrucción de nuestro pasado se parece mucho al montaje de un puzzle del que sólo tenemos algunas piezas y que tal vez nunca completaremos. El conocimiento que hoy tenemos de la historia de nuestras islas es parcial y fragmentario, con periodos oscuros, hechos que no encajan, vestigios que no interpretamos, personajes que están fuera de lugar y situaciones que no contextualizamos. Pero precisamente son estos agujeros los que más nos intrigan, los que más despiertan nuestra imaginación y nuestra curiosidad. Aquí recogemos algunos ejemplos.

Una cuestión que los historiadores no han conseguido explicar es la de los primeros asentamientos que registró Formentera hace aproximadamente cinco mil años.

¿Quiénes eran aquellas gentes que pisaron la isla por primera vez? ¿Cuántos fueron? ¿Hubo distintas oleadas? ¿Qué pudo hacerles venir y por qué se quedaron en un lugar con tan escasos recursos? ¿De dónde venían y cómo llegaron? ¿Utilizaron balsas o ya tenían algún tipo de primitivas barcas que no alcanzamos a imaginar? ¿Fue casual su viaje o se trató de una expedición intencionada? ¿Cuántos eran? ¿Qué conocimientos, ritos y creencias tenían? ¿A qué responde la sorprendente y exacta geometría que practicaron en el sepulcro de Ca na Costa?

¿Tuvo este grupo contactos con los que poblaron el Cap de Barbaria? ¿Y si fueron capaces de alcanzar Formentera desde la Península o desde otras islas, cabe en cabeza alguna que no atravesaran los freos para asentarse en Ibiza, isla mucho mayor y con más posibilidades de sobrevivir? ¿Cómo vivían? ¿Cuáles eran sus alimentos? ¿Significan los restos carbonizados de bóvidos, cápridos y aves localizados en es Pouàs que aquellos animales domésticos fueron ya introducidos en nuestras islas en los finales del VI milenio? ¿Qué explicación tiene que los vestigios prehistóricos sean más evidentes en Formentera que en Ibiza? Preguntas y más preguntas que no tienen respuesta.

Y de tiempos posteriores, aunque de datación asimismo incierta, tenemos vestigios de extraños hábitats que tampoco tienen fácil lectura. Es el caso del yacimiento de ses Torretes que, en la cima del cap des Llibrell y en el límite de un cantil de 215 metros de altura, ofrece un paisaje dilatado desde Tagomago a los Freus. ¿Fue una de las atalayas cartaginesas que conocemos como turres Annibalis? Nadie lo sabe. La localización de una cisterna -con los problemas que supondría abastecerla de agua en un lugar tan elevado- hace pensar que, más que un punto de vigilancia, pudo ser un establecimiento de más entidad cuya función se nos escapa. A partir de los fragmentos cerámicos y metálicos localizados y de las estructuras constructivas con basamento de piedra y planta elíptica de la edad del Bronce, los arqueólogos nos dicen que el lugar fue ocupado por unidades poblacionales posiblemente emparentadas, mucho antes de que los púnicos lo aprovecharan. Pero las dudas subsisten. Y el mismo desconcierto experimentamos frente al triple recinto del puig Redó, en el vértice de una aislada colina que no queda lejos de la costa, fortificación que hace pensar -de nuevo suposiciones- en la presencia de distintos grupos rivales que se disputarían el uso del territorio. Y no son menos enigmáticas las Torres d´en Lluc que, con una ubicación imponente en la Mola d´Albarca a la que sólo se accede por un estrecho collado que discurre a 255 metros sobre el mar entre profundos barrancos, parecen responder a la fortificación de una pequeña ciudadela con torreones, un recinto que sorprende porque da la espalda al mar y levanta sus defensas encaradas hacia el interior de la isla, es decir, contra enemigos que supuestamente podían atacarles desde tierra adentro. Y finalmente, ¿a qué pudo responder el cerramiento que recorre el perímetro acantilado y difícilmente accesible de la isla Murada?

Mundo púnico

Damos otro salto en el tiempo y descubrimos que incluso el mundo púnico -a pesar de los santuarios, yacimientos y materiales de las necrópolis- sigue siendo un universo del que conocemos poquísimas cosas. No tenemos la más mínima idea de cómo era la ciudad de Iboshim, ni sabemos cómo fueron sus poderosas murallas, que resistieron el asalto de Escipión ´el Africano´. El entorno urbano -el actual Pla de Vila y ses feixes- sugiere un feraz hinterland de cultivos, astilleros en la bahía y una zona en el NW de la ciudad de intensa actividad artesana con talleres, tintorerías, alfares, etc., pero la imaginación se nos queda corta para entrever el fascinante paisaje púnico que debían conformar sus dos bahías, la del actual puerto y la de Talamanca, la misma ciudad y su dinámico entorno. Y parecidos secretos retiene la Ibiza púnica en el medio rural. Pienso en enclaves como el Canal d´en Martí, donde hoy sabemos que se trituraba el familiar cornet o múrex que, machacado y dejando macerar su pestilente jugo, permitía obtener la preciada púrpura que dio a los púnicos el sobrenombre de hombres rojos. ¿Y qué puede decirse de las extrañas estructuras que asoman en las orillas de Pou des Lleó, un canal de seis o siete metros de anchura y cien metros de largo que nos hace pensar en un puerto artificial, más que suficiente para recibir algunas de las embarcaciones longilíneas y de poca quilla que los púnicos utilizaban? Los arqueólogos lo negarán en redondo porque seguimos en el terreno de las conjeturas, pero no importa. El hecho es que subsisten numerosos lugares con vestigios de un mundo que se resiste a desvelar sus secretos. Bien está. No es poca cosa que nos permita soñar y retroceder en el tiempo para entrever, en los paisajes de hoy, los paisajes de ayer.