«Estoy tan ocupado que ya ni pinto», confiesa Ildefonso Bejarano, el alma de la Agrupación Siesta, una asociación sociocultural sin ánimo de lucro que en nueve meses de existencia ha conseguido 150 miembros y una cincuentena de participantes en los talleres que imparte.

Ildefonso tiene 79 años y hace dos que se embarcó junto a su amigo Iván Santamaría, de 68, en la aventura de dotar a este barrio de Santa Eulària de un centro social, Can Fita. Ambos son jubilados y voluntarios. «No ha sido nada improvisado. Queríamos aprovechar el local que el Ayuntamiento ofrecía y preparamos un proyecto, lo presentamos y se aprobó», explica Bejarano, que es director del centro, tesorero de la asociación y monitor del taller de pintura artística. En septiembre del año pasado la Agrupación Siesta abrió sus puertas y, desde entonces, Ildefonso vive por y para ella. Se encarga de abrir el local, imparte diez clases de pintura a la semana, coordina todas las actividades, se ocupa de la limpieza y hasta de comprar el papel higiénico.

Durante 20 años fue empleado de Telefónica, después montó su propia empresa y la pintura fue siempre su verdadera vocación. Explica que tuvo la suerte de formarse junto a Ferrer Guasch y que durante algunos años estudió pedagogía para poder dar clases. Su espíritu está presente en todos los rincones del centro, de cuyas paredes cuelgan lemas como ´Solo se tiene lo que se da´, ´Todo lo que tiene valor se consigue con esfuerzo´ y ´Si quieres, puedes´. Cuando un nuevo alumno le pregunta qué requisitos hacen falta para poder asistir a sus clases responde que solo uno: «Tener ganas».

11 talleres vespertinos

Ha asumido un sinfín de responsabilidades, pero asegura haber encontrado la felicidad «con estos alumnos tan estupendos». Tiene una veintena de discípulos, la mayoría mujeres, de todas las edades y condiciones: una peluquera, una ama de casa, un jubilado, una arquitecta, una cocinera, una camarera y hasta una empleada de la limpieza que presume de cambiar «la escoba por el pincel». «Esto no es una clase de pintura, es una escuela de felicidad», aseguran quienes asisten a sus clases.

En el centro vecinal hay mucho más que pintura. Este mes se imparten 11 talleres diferentes. Hay clase todas las tardes y también los sábados por las mañanas. La Agrupación Siesta ofrece cinco cursos de idiomas: inglés básico, inglés avanzado, alemán, alemán para hostelería y español para extranjeros. También hay un taller de cestería que, al igual que el de pintura artística, se imparte estos días en la terraza para aprovechar el buen tiempo. Tienen una pequeña pero variada biblioteca gracias a donaciones y un aula para niños donde se imparten clases a los más pequeños: dibujo y lectoescritura por ahora, pero en verano, cuando estén de vacaciones, se completarán con un curso de música y otro de interpretación con distintos instrumentos. En este amplio local de 200 metros cuadrados, un antiguo restaurante cedido por el Consistorio, hay también una pequeña escuela de teatro con ocho alumnos que en su última representación reunieron a 60 personas dispuestas a escuchar sus monólogos. Además, un grupo de mujeres extranjeras residentes en el municipio acuden semanalmente a clases de patchwork porque, como destaca Ildefonso, «la de Siesta es una población muy heterogénea: tenemos españoles, extranjeros residentes y turistas». Además, en este centro no se cierra la puerta a nadie y han aceptado también a participantes de otros municipios.

Cuando comienza la temporada turística desaparecen algunos alumnos, como los del taller de informática, principales usuarios del rincón en el que se han colocado dos ordenadores que pronto serán cinco gracias al Consell, «que va a renovar sus equipos y ha prometido donar algunos de los antiguos». Sin embargo, en estas fechas también llegan nuevos estudiantes: los extranjeros con segunda residencia que intentan aprender castellano y los asalariados que llegan a la isla para trabajar en verano y deciden aprender pintura o cestería como evasión.

«Como toda organización sin ánimo de lucro», la agrupación presenta problemas económicos y acumula algunas deudas. No recibe subvenciones. Todos sus gastos salen de la cuota anual de 15 euros que pagan los socios o del donativo mensual de 25 que realizan los alumnos y que se entrega directamente a los monitores, cuyo sueldo es casi simbólico.

El Ayuntamiento de Santa Eulària no solo les cede el local, también «ayuda mucho en cuestiones burocráticas», pero los gastos siempre superan los ingresos. «Para las clases de idiomas tuvimos que comprar un televisor y un equipo de sonido. Para el taller de cestería también necesitamos material y herramientas. Los gastos de teléfono también los asumimos desde la asociación», afirma el director, que ya ha conseguido una guitarra y un teclado para las clases de música pero ahora anda a la búsqueda de un piano de segunda mano.

«Recaudar fondos no es fácil. Hay alumnos que no pueden pagar, pero se les da clase igual porque sabes que lo necesitan, que están intentando integrarse laboralmente, y les queremos ayudar», explica Ildefonso. Sin embargo, en ocasiones, se ha visto obligado a reclamar dinero a algún alumno «porque pasaban meses sin pagar y la deuda se acumulaba». «Muchos dejaron de venir al pedirles que pagaran, pero es que no podíamos mantener al profesor», confiesa apurado.

Este tipo de obstáculos le resultan dolorosos, pero no se rinde: «Esto es importantísimo para mí y quiero que tenga éxito. Estoy dispuesto a cualquier cosa „advierte„, porque la gente que viene aquí se lo merece».