Tanto la arqueóloga Ángeles Martín como la técnico de Patrimonio de Vila, Rosa Gurrea, lo dicen con la boca pequeña -quizás por el mismo temor que tienen los padres a desvelar el secreto del ratoncito Pérez o de los Reyes Magos-, aunque no parecen albergar dudas: las tropas catalanas difícilmente entraron en Dalt Vila por el túnel de Sant Ciriac. Se siente: cae otro mito. Martín (coordinadora de los centros Madina Yabissa y de los baluartes de Sant Pere y Sant Jaume) aprovechó la restauración de la capilla (ver Diario de Ibiza del 18 de abril), realizada entre marzo y abril, para meterse en ese agujero y estudiarlo. Comprobó que la arcada «es contemporánea», probablemente del siglo XVIII, cuando fue creada esa capilla, y que en su interior hay un relleno de tierra sobre el que se construyó el edificio del número 10 de la calle Major.

Excavarlo es, en estos momentos, peligroso: si se extrae esa amalgama lo más probable es que se derrumbe el inmueble. También observó allí «un corte artificial en la roca». Salió de ese estrecho pozo con la sensación de que la leyenda no es más que eso.

Lo que Martín tiene claro es que el pasadizo, si es que continúa más allá de ese relleno (por sus muecas no parece probable), «está demasiado lejos de la muralla musulmana». Difícil, muy difícil, pues, que las tropas se abrieran paso por allí. De lo que no duda es de que los soldados cristianos accedieron por esa zona, «pues las crónicas sí sitúan en este sector el desembarco», apuntó Martín. De hecho, «justo un año después comenzó a celebrarse en un callejón cercano la Fiesta de la Conquista», adonde se peregrinaba y se cantaba un tedéum en acción de gracias, según señalaron tanto Gurrea como la edil de Cultura, Lina Sansano, que presentó las obras de restauración.

Protección para el cuadro

La excavación arqueológica apenas duró tres días. Algo más tardó la recuperación de los objetos que contenía la capilla, como el marco y el cuadro de Sant Ciriac. Del marco (así como de los hacheros, llenos de carcoma, y de la lámpara votiva, del siglo XVII o principios del XVIII) se ocupó el restaurador José María Velasco, mientras que de la pintura, Ángela Morcilo.

Aunque el canónigo Francesc Xavier Torres Peters hubiera preferido colgar en el lugar una réplica de ese lienzo, el Ayuntamiento ha optado finalmente por que el original vuelva a ese espacio. Rosa Gurrea explicó que estudian algún sistema «para protegerlo y que no esté tan expuesto», pues podría ser objeto de actos vandálicos. Respecto a la humedad, cree que la pintura ya está acostumbrada: «Lleva allí desde el siglo XVIII», subrayó. Según Torres Peters, lo importante de esa pintura es que el fondo es una representación de cómo eran las murallas por donde se supone que atacaron los conquistadores. Además, se ve en él el campanario de la catedral coronado con la pirámide completa.

En la restauración se sanearon las paredes, se pintó la verja y se eliminó el embaldosado, que fue colocado en los años 70 (y del que aún quedan unas piezas a la entrada). Gracias a un suelo de cristal, se puede ver ahora la roca viva y su continuación hacia el túnel. En vez de las aspidistras que lo decoraban en tiempos de Vicenta Marí Cardona, su cuidadora, ayer había un par de matas.