Es entrar en uno de los caminos de ses Feixes y Oliver Martínez ya señala, raudo, un martín pescador (Alcedo atthis) cuyo color azul cobalto metalizado refulge mientras sortea las cañas del canal que sobrevuela. Un profano ni se habría percatado, pero a este agente de medio ambiente, que lleva dos décadas con la vista fija en minúsculos pajaritos, no se le escapa ni una. Al cabo de cinco minutos apunta con el índice al cielo: un águila calzada merodea sobre un grupo de palomas. Un martín pescador y una rapaz en pocos minutos y poco tiempo más tarde, un cernícalo que incordia a esa águila: «Es que son muy territoriales; incluso si fuera un helicóptero, iría a por él con tal de echarlo de su zona», explica.

Ses Feixes es también el hábitat de Martínez, de 34 años, el lugar donde cuando era un chavalín acudía cada fin de semana a visitar a sus abuelos, Vicente Marí, de Can Sendich, y Antonia Tur, mayorales en Can Toni Roig. En aquella casa, que está ahora en obras, pudo «toquetear» y tener su primer contacto con infinidad de aves, animales que han marcado su vida: «Pollas de agua, agachadizas... Fueron las primeras especies que conocí porque las cazaba con escopeta mi abuelo», recuerda.

La fascinación que ha sentido desde pequeño por las aves tuvo recientemente recompensa: la portada del último Anuari Ornitològic de les Balears, que, a toda página, ilustra un macho de abejarruco (Merops apiaster), que es como un arco iris con alas. Es la primera vez que un ibicenco logra colar una fotografía en la portada de esa prestigiosa revista científica. Quizás porque tuvo tanta importancia su calidad como lo que costó conseguirla. «La fotografía de naturaleza está poco valorada. Es una disciplina poco conocida y me da la impresión de que algunos deben pensar que muchas fotos son montajes», indica. Esta, en concreto, le llevó meses hasta que a primeras horas de un día de finales de junio de 2011 disparó su cámara. Madrugar, pasar calor, ser picoteado por mosquitos... No fue fácil.

Cómo se hizo

Su making of comienza un año antes: «Es una de las fotos a la que más cariño tengo, más que nada porque fue un trabajo en equipo desarrollado con dos amigos y mejores fotógrafos, Jordi Serapio y Ramón Tur. Primero hubo un reconocimiento del terreno, trabajo de campo buscando colonias en época de cría y fuera de ella. Es una especie estival que nidifica en la isla, mientras que el invierno lo pasa por debajo del Sáhara», detalla, aunque sin concretar el lugar concreto para evitar que nadie moleste a los sensibles abejarrucos, que nidifican en taludes de tierra o de arena. «Construyen galerías de dos metros y el orificio de entrada se ve perfectamente, parece que está hecho con compás. Es impresionante cómo crean el nido, pues pueden llegar a vaciar kilos y kilos de tierra, y el pico se les llega a desgastar milímetros», relata fascinado.

«Vimos unos nidos antiguos de abejarrucos. Nos arriesgábamos –añade– a que la siguiente temporada de cría no acudieran a esa colonia. A partir de marzo y abril es cuando esta especie llega a Ibiza. Como son migrantes, otros suelen marchar hacia el norte. Pero los que permanecen en mayo se suelen reproducir aquí».

«Lo primero que hicimos, que es importantísimo, y lo digo para la gente que empieza, es pedir permiso al propietario del terreno, pues hacer esas fotos supone instalar una pequeña infraestructura. No hubo ningún problema y empezamos a construir el escondite antes de que llegaran, entre otras cosas para que no recelaran, no encontraran un elemento ajeno de un día para otro. Si lo quitas y pones les crea una molestia», detalla. Lo montaron (posteriormente lo cambiaron de ubicación para mejorar las condiciones de luz) en un par de días, con brezo camuflado con ramas. Y una vez montado esperaron hasta finales de junio, que es cuando los pollos son suficientemente grandes como para que ya no surjan problemas de abandono. Además, es el periodo en que los abejarrucos frecuentan más la colonia para llevar sus presas. Entraban al escondite de noche: «Lo hacíamos aunque supiéramos que estaríamos allí metidos durante varias horas antes de hacer la primera foto, ya que comienzan a ser activos relativamente tarde, sobre las nueve o diez de la mañana». Cuanto más calor, más insectos. Y entonces, los abejarrucos se lanzan a cazar.

Bastaron dos sesiones para que Martínez lo pillara: «Aquel día llegué a las 6.30 horas, no hacía frío, era en junio. Al cabo de dos horas el calor empezaba a apretar. Fue bastante colaborador. El macho de la portada sale sin presa en el pico, pero a posteriori lo enganché con un par de cigarras, lo que además ayuda a conocer la biología alimentaria de esta especie», explica. Para Martínez, «la satisfacción» de haber logrado esta imagen es doble: «Por un lado, hacer la foto; pero lo principal es que además pudimos ver que al final del proceso, a mitad de julio, los pollos salieron del nido sin problemas», tras 20 días de puesta y 20 de desarrollo. A mediados de ese mes, las crías ya pululaban por las colonias con su «vuelo torpe y su plumaje más apagado». El escondite sigue allí porque su intención «es seguir haciendo fotos el próximo año, cambiando encuadres y técnica», por ejemplo de alta velocidad con barrera (haz de infrarrojos).

El chaval que lo sabía todo

Han pasado 22 años desde que Oliver Martínez tuvo su primer contacto con la ornitología, una excursión que organizó en el año 1990 el Ayuntamiento de Ibiza. «Tenía entonces 12 años y me encontré allí con dos personas, Bartolo Planas y Jaume Estarellas [actual técnico de Medio Ambiente del Consell Insular de Ibiza], que son a los que a partir de ese momento daba el coñazo cada domingo para quedar con ellos. Sabía algo de aves, pero fueron ellos los que me metieron de cabeza y gracias a los que pude profundizar mucho más en la ornitología», señala.

Marià Marí, presidente del Grup d´Estudis de sa Naturalesa (GEN) a comienzos de los años 90, recuerda cómo la llegada de aquel chaval imberbe les dejó descolocados: «Lo sabía todo de los pájaros». Se crea entonces el Equip de Natura y en marzo de 1993 Martínez, junto a José Esteban Cardona, Juan Manuel Prats y Marcos Romero se convierten en el primer equipo de anilladores científicos de la isla. Tenían entre 15 y 23 años. El más joven era Oliver. «Es verdad que chocó mucho. Era un adolescente con muchas ganas, que procuro no perder, aunque después de 20 años lo veo todo de una manera menos inocente. Fui una parte, pero no la piedra angular sobre la que giraba la creación del Equip de Natura. De hecho, la iniciativa fue de gente que ahora no está en Ibiza», matiza para restarse importancia.

«Con Planas y Estarellas conocí especies que ignoraba que hubiera en la isla. Por entonces tenía más conocimiento de las que había en ses Feixes», gracias a los escopetazos de su abuelo y a verlas pasar por encima del tejado de la casa de su abuela. Ese contacto le permitió comenzar el inventario ornitológico de ses Feixes. Con solo 13 años: «Fui elaborando un listado y me di cuenta de errores en casos de identificación que fui subsanando con los años. Ese inventario fue una base muy firme para la campaña posterior de protección de ses Feixes. Aparte de los otros valores que se divulgaron, en el tema de las aves, al contrario que en ses Salines, no había nada. Había apuntes, datos muy sueltos sin seguimiento regular. Criarme allí me permitió hacer ciertas campañas de anillamiento de corta duración pero con una obtención de datos muy relevantes», rememora.

Y comenzó a fotografiar aves. No solo quería verlas pasar sobre su cabeza: «Quería llevarme a casa la experiencia de la observación de aves de alguna manera. Que no quedara solo en mi retina, poderlo disfrutar a posteriori».

Las primeras fotos

«Las primeras imágenes que tomé aún las tengo grabadas en el cerebro. Son de un atardecer con una garza que pasaba volando. Nada más llegar a casa de mis padres busqué qué era en los libros de animales. Mi primera identificación fue errónea, pues la di como garza imperial. Luego me di cuenta de que era la garza real. Mi primer grupo de grullas también las vi en ses Feixes. Me impactó», recuerda.

No obstante, da la sensación de que aun 20 años después de sus primeras experiencias fotográficas, sigue emocionándole cualquier contacto con aves, como el que tuvo el pasado mes de octubre en ses Salines («con los permisos y autorizaciones pertinentes, del Parque y de la empresa», recalca). Fueron sesiones de unas 10 horas «como mínimo» y en las que solo disponía de un metro cuadrado para maniobrar, el que le permitía el hide (cobertura) de tela de camuflaje de fabricación casera («me lo hizo una señora con el diseño que yo le dije») de 1,35 m de alto por un metro cuadrado de base: «Hice unas cinco sesiones a lo largo de dos semanas. Llegaba a las siete de la mañana. Era muy satisfactorio ver cómo despertaban las aves, escuchar los flamencos o las garzas. A veces terminaba a las cinco de la tarde, con la cadera y la espalda destrozadas. Era bastante incómodo porque fotografiaba en un terreno bastante blando, por los limos. Pero al final valió la pena», rememora. Y lo valió por dos cosas: por las fotos («capté flamencos, garza real y garcetas grandes, que son una especie que empieza a ser regular, pero que era muy escasa, accidental hasta hace unos años») y por las escenas que vivió. «Uno de los momentos más acojonantes fue tener a dos flamencos comiendo a un metro y medio de mí –explica sobre aquellas jornadas–. La distancia de enfoque no me permitía fotografiarlos pero escuchar cómo cribaban el fondo, el ruido del fango cuando lo expulsan del pico, fue una de las experiencias más alucinantes de mi vida. Comprobar cómo te compenetras con las aves y estas no recelan, cómo te integras en el medio, es una gran satisfacción».

Sus retos son «infinitos». La foto no tiene límites –advierte–, es la imaginación. Pero hay especies con las que tengo pensado trabajar, como el halcón peregrino, que desde pequeño me ha fascinado. Me hace especial ilusión tener alguna imagen de calidad. Tiene un comportamiento muy esquivo, por lo que el trabajo hasta llegar a esa foto puede ser de meses, si no de años. Ya he hecho el trabajo previo de localización».

En su blog personal (omartinez fotografiadenaturaleza.blogspot. com) cuelga algunas de las imágenes que capta con su Nikon D 200, a las que añade comentarios sobre el comportamiento de esos pájaros. Las toma, esencialmente, en sus días libres, lo que ya es pasión por esta afición: «Hace años que no voy a Pachá. Mi relación con la noche está ya totalmente vinculada a la fotografía, pues me levanto a las cinco o seis de la mañana. Voy cuando tengo un día libre; incluso prefiero no fotografiar los fines de semana. Los domingos en ses Salines son horribles». Para aguantar «tantas horas de espera» desayuna «un buen yogur con muesli o unas buenas rebanadas de pan tostado con un buen café». Y para que sus borborigmos no alerten a las aves, piscolabis durante toda la jornada a base de «barritas energéticas y frutos secos». Hasta que llega el momento crucial de disparar.