Un aloc –en castellano ´sauzgatillo´– es un arbusto común en los torrentes de Ibiza. Pero raro es que se le deje crecer hasta convertirse en un lustroso árbol. Se sabe incluso dónde están los pocos ejemplares que existen. Los más grandes de todos y también los más antiguos se encuentran en la playa de es Figueral. Crecieron junto a un torrente, a pocos metros del mar, en la tierra arenosa y húmeda. Y desde hace más de 40 años se ocupan generosamente de dar sombra a la terraza de un popular restaurante llamado, cómo no, Es Alocs.

Este restaurante, que es también hostal, fue inaugurado en el año 1964, cuando es Figueral era un playa solitaria a la que se accedía por un pequeño y no menos solitario –y tortuoso– camino. Lo fundaron Pep Juan Guasch, Pep Roques, y su mujer, Maria Ferrer Guasch, ambos de Sant Carles.

Como otras playas de la isla, también esta empezó a ser ´colonizada´ por payeses bien dispuestos a cambiar su trabajo en el campo por este otro al lado del mar, dependiente de los turistas: una aventura nueva que, inicialmente, llevaba consigo también sus riesgos.

Maria Ferrer Guasch, de 82 años, ahora ya viuda, todavía pasa las horas en el restaurante, ayudando a sus hijos en lo que puede, y recuerda bien aquellos días: «Había pocos turistas, no teníamos luz eléctrica, no había carretera... Todo empezó porque mi marido, que era también transportista –lo había sido en carro muchos años, después ya en camión– empezó a ver que en algunas playas se abrían bares para los turistas...»

Pep Roques tenía un huerto que había sido ya de su abuelo junto al torrente de es Figueral y allí mismo construyó su bar que, pocos años después, ampliaría para convertirlo también en hostal. No había por entonces ninguna otra construcción en la playa, porque es Figueral se encontraba bien lejos de cualquier otro lugar y los hoteleros no habían puesto todavía sus pies allí.

«Había alemanes, sobre todo –recuerda Maria–, porque no muy lejos de la playa había ya unos apartamentos donde siempre había turistas de Alemania. Y había muchos hippies también, pero muy limpios, no como los de ahora...»

El año de la riada

Durante aquellos primeros años, la familia no abandonó del todo el trabajo del campo y Pep Roques continuó con su camión de transportes, llevando a Vila almendras y algarrobas. Maria cocinaba y una hermana de su marido vino también a trabajar con ellos. Los hijos –Pepe y Maria– eran adolescentes, pero ya se ocupaban también de servir.

«Uno de los principales problemas –afirma Maria– era entenderse con los extranjeros... Yo aún no los entiendo, pero mis hijos aprendieron a hablar de todo simplemente por voluntad, y porque les daba rabia no entender lo que decían.»

En 1977, casi diez años después de su apertura y recién construidos los dos pisos del hostal, llegó el desastre de la riada. La noche del 18 de septiembre la lluvia no dejaba de caer y el torrente invisible de es Figueral se convirtió en un río devastador que entró en el restaurante para llevarse con fuerza puertas, mesas, sillas, botellas y hasta la barra del bar: todo fue a parar al mar que, en este caso, ciertamente, tal como dijo el poeta, «es el morir».

«Lo perdimos casi todo –recuerda ahora, con pesar, Maria–, pero por suerte no le pasó nada a nadie. A mí me arrastró el agua unos cuantos metros. El hostal estaba lleno de huéspedes y estábamos todos muy asustados. Cinco coches también acabaron en el mar. Todo dejó de funcionar y, claro, al día siguiente todos los turistas se tuvieron que marchar. Fue un desastre.»

La playa de es Figueral ya no es aquel oasis que fue en los años 60 y 70, pero en Es Alocs se respira el mismo ambiente familiar y la brisa corre bajo las sombras antiguas de los alocs, estos singulares árboles, tan mediterráneos y, sin embargo, tan esquivos en Ibiza. El torrente sigue allí también, seco, pero con sus cañas verdes y altas, apuntando a los cielos del verano.

Es Alocs dejó de ser la única construcción de la playa a mediados de los 70, pero a la familia Roques nadie le puede quitar el título de pioneros: fueron los primeros en llegar y en instalarse aquí, en una época en la que las playas ibicencas empezaron a ser vistas también por los payeses como lugares alternativos a su duro y poco rentable trabajo en el campo, como espacios nuevos y diferentes –extraños a sus propias costumbres–, donde todo estaba aún por inventar.