Aunque su nombre remita a una época y a una civilización remotas en Eivissa, lo cierto es que Vía Púnica es una calle relativamente reciente. Construida a principios de los años sesenta, es bastante posterior incluso a algunos de sus edificios más emblemáticos, que ya estaban allí cuando se decidió su trazado. Por ejemplo, el colegio de la Consolación, establecido en este mismo lugar desde hace casi 80 años y que, aunque oficialmente se encuentra en la calle Joan Xicó, es como si abriera con algarabía infantil toda la Vía Púnica. O también, más adelante, ya en el tercer tramo, algunas pequeñas casas unifamiliares que, con nombres como Villa Francisquita, evocan un pasado pequeño burgués urbano que hoy pueden sorprender, por su aspecto anacrónico, al paseante despistado.

Vía Púnica es una calle típica de barrio que, pese a su edad, ya parece haberse quedado un poco anticuada, como si, en sus cinco décadas, hubiera tenido tiempo de sobra para nacer, crecer, vivir momentos de esplendor y empezar a envejecer. En cualquier caso ha sido, y no lo ha dejado de ser del todo, al menos en su primer tramo, una de las calles más populares y concurridas de Vila, debido principalmente a la presencia en ella de academias, bares, el citado colegio y, sobre todo, el cine Cartago.

Sólo por el cine Cartago, Vía Púnica ya forma parte de la memoria sentimental de buena parte de los ibicencos. Este cine, inaugurado en 1969 y cerrado definitivamente hace unos pocos años, se convirtió rápidamente, junto con el cine Serra, en uno de los espacios ineludibles para varias generaciones de jóvenes ibicencos, que siempre tuvieron en el cine –fuera cual fuera la película– una de las formas de ocio habitual.

El cine, sin duda, transformó la calle en centro neurálgico juvenil de los fines de semana. Esto supuso sobre todo «mucho ruido», afirma José María, vecino de esta calle desde 1961, es decir, desde sus inicios, cuando ésta ni siquiera se llamaba Vía Púnica, sino simplemente calle H. Por entonces no había más que una casa payesa, Sa Capelleta, solares vacíos y algunos edificios en obras.

«Creo que el nombre de la calle –recuerda José María– fue una sugerencia de Mariano Villangómez, no sólo Vía Púnica sino también Vía Romana, imagino que por su proximidad con la necrópolis». Ilustre vecino de esta calle durante casi tres décadas, el poeta Villangómez vivió en el número 10. Lo saben bien quienes se acercaron con frecuencia hasta aquella casa para resolver alguna duda filológica o poética, o simplemente para visitar al escritor y conversar con él.

Otro ilustre, el arquitecto Germán Rodríguez Arias, tuvo un papel relevante en el desarrollo de la calle. Suyos son algunos de los primeros proyectos de edificios, en el primer tramo, como el de La Caixa, construido en 1968: 42 pisos en 7 plantas. (Parece que a Germán Rodríguez Arias le gustaban las alturas, como demuestran no sólo éste, sino otros edificios suyos en la ciudad.)

A la calle H, poco después Vía Púnica, llegaron para vivir familias ibicencas que residían hasta entonces en otros barrios de la ciudad. «Abundaban –dice José María– diversos tipos de profesionales, como médicos, militares, funcionarios...» Y la calle se convirtió muy pronto en una representación de la clase media urbana ibicenca, en consonancia con el auge de ésta en los años sesenta.

Vía Púnica empieza en Joan Xicó, a un paso de Vara de Rey, y termina en Archiduque Luis Salvador, topándose con el moderno edificio del Consell Insular. Pero es difícil encontrar una calle tan desigual en sus tramos. El primero de ellos, hasta la calle Joan Planells, ha sido siempre el más bullicioso. A partir de ahí, la calle parece empezar a dormirse un poco. Pero no porque no exista aquí también vida de barrio, con tres bares –dos de ellos con oferta de Internet–, una cristalería, la delegación de educación del Govern, una veterana guardería, una tienda de mobiliario de cocina, otra de instalaciones sanitarias, un centro de educación para adultos, una carnicería y hasta una iglesia: la Adventista del 7º día.

Para Rafa, que trabaja en un estudio fotográfico desde hace quince años, Vía Púnica es «lo que se llama un barrio de toda la vida. No es muy importante económicamente, no tanto al menos como debió de serlo alguna vez, pero sí muy dinámico. Se abren y se cierran negocios con la misma rapidez, y permanecen fijos solo unos cuantos».

Comercios de ayer y de hoy

Hubo comercios en esta calle, hoy ya desaparecidos, a los que los ibicencos de cualquier otro barrio, seguramente acudieron al menos una vez en su vida, como Cecris, un clásico en el mundo de las listas de boda, la tintorería Quilis, la tienda de ropa Galy, la imprenta Isla y el estudio de fotografía Megafoto, fundado en 1969 por Subirà, Libow y Wilowby. En el lugar del primero, hoy se encuentra una galería de arte, Via 2, sin duda uno de los centros de arte más dinámicos actualmente de la ciudad.

Entre los comercios que se mantienen desde casi los primeros días de esta calle se encuentran dos supermercados, Cosmi y Noguera, que ahora comparten clientela con un Eroski. Y luego están los bares con nombres internacionales, el Miami y ´la´ Milán, también con largo trayecto, a los que acuden vecinos y, sobre todo, trabajadores de los distintos negocios de la zona. El bar Cartago, donde uno podía encontrar cada día al poeta Villangómez a la hora de comer, cerró sus puertas hace años, aunque sus propietarios no se alejaron mucho –ni de barrio ni de civilización antigua–, y abrieron otro en la misma calle con el nombre de cafetería Púnica.

En nuestros días la variedad de los negocios es también llamativa: desde un video club hasta una tienda erótica para mujeres, pasando por un estudio de fotografía y una floristería. Hay también una tienda para amantes del tatuaje, otra de videojuegos y otra de modelismo y Warhammer. Continúa habiendo también, como ha habido siempre, algunas tiendas de ropa. Y uno de los negocios seguramente más rentables de la calle: un parking. En otros tiempos, también Diario de Ibiza estuvo en Vía Púnica y la calle parecía compartir entonces el mismo ambiente de urgencia periodística. Hoy, y desde hace sólo algunos meses, otro diario local ha escogido esta calle para instalar su redacción. Y también, durante casi dos décadas, Vía Púnica albergó, en su número 2, la biblioteca de La Caixa, la única biblioteca pública de la ciudad durante años y una segunda casa para estudiantes y lectores habituales.

Y siempre ha sido una calle con muchos niños. No solamente por el colegio de la Consolación. Una academia de danza, otra de idiomas y, desde hace pocos meses, un centro de educación infantil convocan diariamente a niños y a no tan niños, para quienes una célebre tienda de chuches hace el resto. Se entiende así también que el barrio tenga una asociación de vecinos tan activa y popular, que lleva el nombre de la antigua finca sobre la que se construyó el primer tramo de la calle.

Como turista, todo el mundo se ha perdido alguna vez en cualquier ciudad y se ha encontrado en medio de una calle como ésta. Y ha pensado que, por supuesto sin buscarlo, acababa de encontrar el lugar donde vive y trabaja la gente, es decir, el lugar donde nadie piensa en los turistas y donde a estos no se les ha perdido nada.

«Creo que quisieron hacer la Gran Vía y, al querer aprovechar tanto el terreno, acabaron haciendo una xeringa –dice Antoni, con casa en Vía Púnica desde 1971–. Pero a la gente que vivimos aquí nos gusta mucho esta calle. Los comerciantes son los que más se quejan, porque nunca han funcionado demasiado bien los negocios, salvo dos o tres. Pero los pisos –añade– tienen demanda y se venden a un precio superior al que realmente valen, en fin, como si fueran nuevos».