Minutos después, las butacas están completamente vacías. Todo el mundo habla, ríe y toma cava en la sala de exposiciones, vestida para el estreno con algunos de los carteles que Bechtold ha diseñado a lo largo de su carrera. Una muestra, ´Papeles emblemáticos´, y que puede visitarse hasta el 22 de enero. Todos saben ahora un poco más de la trayectoria de este artista que tardó una visita a la desaparecida fonda Comercio y cinco minutos de paseo por sa Penya en descubrir a finales de los 50 que Ibiza era el lugar en el que quería vivir.

Mientras miran los carteles, los cerca de 200 asistentes (entre los que se encuentran representantes del mundo del arte y de la política) comentan algunos fragmentos del documental dirigido por Enrique Villalonga. Las frases más curiosas. Las imágenes más bellas. Las reflexiones más profundas. Las anécdotas más divertidas. Las opiniones más sencillas. Pocos se resisten a desgranar los detalles de los 60 minutos y 21 segundos sobre Bechtold que acaban de pasar frente a sus ojos. La fuerte voz del artista, que está «pleno de satisfacción» con la cinta, se escucha entre el murmullo mucho más distendida que hace algo más de una hora, cuando en el escenario, flanqueado por el director de la cinta y el también artista Pedro Asensio, presentador del estreno, ha explicado la sorpresa que sintió al saber que querían rodar un documental sobre su trayectoria: «Es fácil hacer una película divertida sobre alguien divertido, pero yo soy una persona bastante normal».

Villalonga y Asensio conversan mirando los carteles. Hablan con la misma calma con la que el artista ha presentado el documental. Con la misma tranquilidad con la que Asensio ha recordado a las instituciones los eventos olvidados para celebrar el 50 aniversario del Grupo Ibiza 59: «Ha pasado sin mucha pena y sin mucha gloria. Pero no está todo perdido si hay jóvenes que ponen sus ojos en Erwin Bechtold». Villalonga sonríe. Entre la multitud de gente de la sala se encuentra buena parte de su familia y las dos personas sin las que ´Erwin Bechtold, retrat d´un artista´ no hubiera sido posible: Julio Arche y Laura Ferrer, de los que se ha acordado con cariño en el breve discurso que ha pronunciado antes de bajar las escaleras y sentarse en la primera fila de la abarrotada sala. Justo a tiempo de que se apaguen las luces y se encienda el proyector.

Bechtold llena la pantalla de la misma manera que llena sus lienzos. Incluso cuando no aparece y son otros los que explican su obra, recuerdan sus diseños para tiendas de moda y librerías emblemáticas, detallan su respeto por la arquitectura tradicional ibicenca, insisten en su pasión por la tipografía, admiran su indiferencia ante las modas, rememoran discusiones y destacan su seriedad cuando empuña brochas y pinceles.

Bechtold habla a la cámara vestido con el mismo mono oscuro con el que pinta en negro, gris y azul un cuadro para el documental. Golpea bien la madera sobre la que reposa la tela, en la que dibuja un enredo negro que después acompaña con una de sus reconocibles eles de brochazos negros, una mancha gris y unos últimos toques azules. Entre sus pinceladas se cuelan las palabras de pintores, poetas, coleccionistas de arte, compañeros, arquitectos, periodistas, directoras de museos y también Christina, su mujer, de la que Bechtold se enamoró con la misma rapidez con la que decidió que Ibiza era su lugar definitivo y a la que le firmó un cuadro que no le gustaba pero con el que sabía que ganaría el Premio Miró. Y lo ganó. «Después participé con un cuadro mío y me lo dieron», confiesa Bechtold en sus últimas palabras a la cámara, que despiertan la carcajada de todos.