Eivissa | F. de L.

En 1969 Cis Lenaerts acababa de terminar sus estudios de Arquitectura. Tenía 23 años y se apuntó a un curso de verano sobre arquitectura romana que se impartía en la Escuela del Louvre de París. Allí conoció a una chica ibicenca. «Algunos llegan a Eivissa por negocios, otros por necesidad, otros por vacaciones... Yo llegué por amor. Fue muy romántico -sonríe- me enamoré en París, la ciudad ideal para eso, y me vine a Eivissa. Aquel amor terminó, pero me quedé aquí para siempre». «Es una tontería, pero de niño había leído `Robinson Crusoe´ y siempre había querido vivir una historia así. Cuando llegué a Eivissa supe que había encontrado mi paraíso. Era un lugar increíble. Me encanta la idea de vivir en una isla, supongo que no hay término medio, o lo adoras o lo odias, pero yo no podría vivir lejos del mar», dice el pintor, un hombre de conversación ágil, inteligente y divertida, que esconde sus 62 años tras una mirada clarísima.

Lenaerts, flamenco, llegaba de una tierra de gran tradición pictórica, pero se sorprendió de la gran cantidad de artistas de nivel mundial que vivían en Eivissa y recuerda el ambiente cosmopolita de las vernissages en galerías como la de Carl Van der Voort o Ivan Spence.

La isla estaba viviendo el boom del turismo y cambió mucho en muy poco tiempo. Hoy Lenaerts se muestra muy crítico con muchas de las cosas que han pasado: «Hoy se habla de urbanismo, pero entonces no se tuvo en cuenta. No había formación. No había políticos y técnicos con visión de futuro. El urbanismo se tiene que pensar con 20 ó 30 años de antelación. Algunos críticos de fuera, como Sert o Broner, ya lo advirtieron, pero aquí todo era nuevo, se construyó rapidísimo, de forma exhaustiva y con un descontrol total».

Compromiso ético

A pesar de ello cree que el paraíso de Eivissa aún se conserva en algunos rincones: «Yo tengo un terreno cerca de Can Fornet, en Jesús, con vistas a Vila, y allí me refugio. En verano apenas salgo. Sólo rompo mi aislamiento los sábados, cuando voy al mercado y paso dos horas entre la gente, el jaleo... Es mi terapia».

Su compromiso ético con la defensa de la isla y su paisaje -«las autovías han sido lo último, el disparate final», sentencia- se amplía también a la lucha por los derechos de los discapacitados y, desde su silla de ruedas, ha denunciado en varias ocasiones las dificultades que sufren las personas con problemas de movilidad por culpa de las barreras arquitectónicas, ha presidido la asociación de esclerosis múltiple de la isla y ha sido técnico de la plataforma sociosanitaria.

Desde aquel 1969, Cis Lenaerts sólo ha vivido un año fuera de la isla, y fue para enseñar arquitectura ibicenca en Bélgica. Después de cuatro décadas asegura que no se considera belga: «Soy flamenco por grupo étnico, pero tuve la suerte de que me educaron en los dos idiomas, francés y neerlandés, y me siento casi más identificado con mi parte valona, latina. Y mi DNI dice que soy español desde hace 30 años».