Eivissa | Fernando de Lama

Los enamorados del arte y los aficionados al deporte están acostumbrados a la presencia fibrosa de Adolf Aymat (Barcelona, 1930). Son pocas las aperturas de exposiciones a las que falta, no se pierde un partido del PDV y pasa las mañanas de los fines de semana viendo partidos de chavales en Santa Eulària. Vive entre la Villa del Río y Sant Carles desde 1976 y es donde ha dejado su huella: en el mural en piedra del porche del Ayuntamiento, las figuras de hierro del pabellón deportivo y la escoleta, un relieve de piedra en el puente nuevo o uno de piedra y hierro en el Club Náutico.

Aymat es hijo del artista catalán Tomàs Aymat, heredero del Noucentisme, que creó la fábrica de alfombras y tapices de Cataluña. La empresa sirvió al Ayuntamiento de Barcelona y a la burguesía catalana desde su creación en 1926 en Sant Cugat y hoy es el museo de la ciudad del Vallès. El joven Aymat, perito mercantil, estudió dibujo y pintura y trabajó junto a sus hermanos en la empresa familiar hasta que cerró. Después puso en marcha una fábrica de género de punto en Mataró. En los primeros 70 daba trabajo a 120 empleados en una nave de mil metros.

Pero unas vacaciones en Eivissa en 1975 cambiaron su vida. Llegó en agosto y recorrió diferentes lugares pintando paisajes al óleo. En noviembre ya había decidido instalarse en la isla. Volvió para buscar casa y se enteró de la muerte de Franco en la televisión de un bar de Santa Eulària.

«Fue un drama familiar»

En abril cargó su caballete, telas, pinturas, pinceles y la bici en una furgoneta y, cansado de fabricar calcetines, pijamas y ropa interior, dejó atrás su industria para dedicarse al arte. No era un jovenzuelo más de los que desembarcaban en la isla en aquella época. Tenía 46 años y seis hijos ya mayores, pero, al igual que los otros, huía hacia la libertad. «Fue todo un drama familiar. No se lo podían creer», dice mientras enseña uno de los primeros cuadros que pintó en la isla: un hombre tras unos barrotes que se titula `Empresonat´. «Así es como me sentía».

Vivir del arte era tan difícil entonces como ahora. Aymat había visto en su primera visita una exposición de Luis Amor y se había enamorado de sus dibujos, así que propuso al artista crear figuras de cerámica. Amor hacía los diseños y Aymat encargaba los moldes, las hacía, pintaba y distribuía. Hicieron unas 35.000 de 36 modelos diferentes en 28 años, hasta que se jubiló y traspasó el negocio. «El trabajo de la artesanía es muy difícil -asegura-, éste requería un gran esfuerzo, muchas horas de faena y daba para mantenerse bien, pero poco más».

A finales de los 80 pensó que había llegado el momento de buscar su camino en el arte y empezó a viajar cada verano a Francia para asistir a los cursos de escultura del artista Joseph Castell. Allí aprendió la técnica para trabajar la piedra, la madera y el hierro y comenzó a dedicarse a lo que hoy ocupa la mayor parte de su tiempo: encontrar figuras en bloques. Algo que, con 78 años, sigue practicando cada día en su luminoso estudio del barrio de Can Vidal, en las afueras de Santa Eulària.

Allí descansan en buen orden cabezas, lápidas, animales, la colección completa de las estatuillas de Luis Amor y toda clase de piezas. Algunas muestran la otra pasión de Aymat: el deporte. Como un motociclista de piedra inclinándose en una curva o piernas y brazos junto a balones de fútbol o baloncesto. Sobre su mesa de trabajo hay una caricatura suya en marès sobre ruedas de bicicleta y con una cadena montañosa a su espalda en la que aparecen dos cifras. Sus dos récords: 2.115 metros, la altura del mayor monte que ha subido, el temido Tourmalet; y 253, los kilómetros que separan Mataró de Peñíscola, su `excursión´ ciclista más larga, en la que invirtió once horas. Lo cuenta y se quita importancia con una sonrisa humilde

Aymat, que es casi el tópico viviente del catalán amable, ordenado e industrioso, no pierde oportunidad para vender su producto: «Pon que los arquitectos y decoradores deberían pensar en los escultores, que en Eivissa hay muchos y buenos. Que en las calles, los parques y las plazas, y en las casas particulares, podría haber esculturas, porque es tener el arte al alcance de la mano y Eivissa tiene muchos lugares que necesitan ser decorados. Que una escultura es para siempre».