Confianza, fondos e ideología: ¿cómo afrontó la zona euro la quiebra de Lehman Brothers?

La caída del cuarto mayor banco de Estados Unidos provocó una crisis mundial que puso contra las cuerdas a la Unión Europea durante siete largos años en los terrenos financiero, económico e ideológico.

La sede del BCE.  RTVE

La sede del BCE. RTVE / MIGUEL GONZÁLEZ HORMIGO

Miguel González Hormigo

El 15 de septiembre de 2008, los medios de todo el mundo retransmitieron las imágenes de cientos de empleados del banco de inversión Lehman Brothers saliendo de la sede central con sus pertenencias en cajas de cartón. Esa mañana, la institución se declararó en quiebra y cerró sus puertas al no poder hacer frente a sus deudas.

Rápidamente los índices bursátiles de todo el mundo se desplomaron por la desconfianza en el sistema financiero y porque las empresas de las demás actividades, la economía real, empezaron a tener dificultades para conseguir créditos. Por tanto, la crisis conocida como la Gran Recesión acabó por contagiarse a todos los sectores productivos.

Después de dos semanas de negociaciones, el 3 de octubre Estados Unidos acordó inyectar 700.000 millones de dólares de la ciudadanía en el sistema financiero nacional para evitar el colapso mundial. Este fue el primero de los tres programas de compra masiva de activos bancarios incobrables que el país puso en marcha entre 2008 y 2012. Esta iniciativa también compró deuda nacional para animar a los inversores a que hiciesen lo mismo y que Estados Unidos pudiese endeudarse para dinamizar su economía.

Después del anuncio de estas acciones, muchos se preguntaron si era correcto rescatar a las entidades que, con sus prácticas financieras extremadamente arriesgadas, habían provocado sus propias caídas. La expresión too big to fail (demasiado grande para quebrar) se hizo popular al mismo tiempo como la justificación de las ayudas y como un símbolo de la injusticia de los poderes políticos y económicos.

La eurozona, un paso por detrás de Estados Unidos (2008-2009)

La enérgica intervención de Estados Unidos, que fue el epicentro de la crisis económica, fue la responsable de que la economía del país superase en 2011 el tamaño que tenía en 2008, según el Banco Mundial. Sin embargo, la misma fuente señala que la zona euro no recuperó la producción de antes de la Gran Recesión hasta 2015.

La razón de esta diferencia entre las dos recuperaciones estuvo, en gran parte, en la política. Mientras que el mercado, la moneda y la dirección únicas de Estados Unidos facilitaron las grandes iniciativas de apoyo a la economía, la eurozona tenía un panorama más complejo. Igual que el país americano, la UE tenía un mercado único, que entró en vigor en 1993 y una moneda única, que entró en circulación en 2002 en la mayoría de miembros. La excepción eran las políticas económicas conjuntas, especialmente en caso de emergencia, que eran una asignatura pendiente al comienzo de la crisis.

La sede del Banco Central Europeo

La sede del Banco Central Europeo / D.I.

Eso significa que el Banco Central Europeo (BCE) contaba con menos poder que el Sistema de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos a la hora de afrontar una situación tan grave como la Gran Recesión. Mientras que la institución americana tenía órdenes de favorecer el crecimiento, la europea debía centrarse en objetivos más modestos como mantener el euro en un valor estable y en el control de la inflación, que había de mantenerse en un 2% anual.

Por tanto, las respuestas que proporcionó el BCE en los primeros años de la crisis fueron más tímidas y lentas. Por una parte, la Fed bajó los tipos de interés hasta el 0,25% en los últimos meses de 2008 para que los ahorradores y los bancos se animasen a invertir sus depósitos en vez de mantenerlos inmovilizados y estimular la economía. Por otro lado, el BCE tardó hasta abril de 2009 en llevar los tipos de interés al mismo nivel.

Además, las ayudas financieras de la zona euro se limitaron al sistema bancario, por lo que no afectaron al resto de las empresas ni a los sectores públicos de los miembros por la debilidad de las instituciones de crédito a la hora de conceder préstamos. Mientras tanto, la economía europea se contrajo en 2009 y algunos países debieron sobreendeudarse para afrontar la Gran Recesión.

La crisis del euro (2009-2011)

Esta situación de fragilidad empezó a agravarse en octubre de 2009, cuando el primer ministro griego recién elegido, Yorgos Papandréu, descubrió que la deuda del país era mucho mayor que la reconocida. Por ello, los inversores dejaron de comprar bonos griegos por la desconfianza en su reembolso y la Unión Europea tuvo que lanzar el primer rescate al país en mayo de 2010. Éste consistió en una inyección de 110.000 millones de euros a cambio de que Papandréu aplicase subidas de impuestos y recortes salariales y de gasto público.

Esta debilidad griega hizo que cada vez fuese más difícil que otros países de la zona euro como Irlanda, Portugal, Italia o España consiguiesen financiación por las dudas que su retorno ofrecía. Así, la prima de riesgo, que es una medida del precio extra que una nación debe pagar por riesgo que supone prestarle dinero, empezó a alcanzar niveles alarmantes en estos países.

Como consecuencia de ello y del insuficiente crecimiento de 2010, Irlanda tuvo que ser rescatada en noviembre de ese año con 85.000 millones de euros a condición de que el país aplicase medidas similares a las griegas. En mayo de 2011, Portugal recibió 78.000 millones de euros de los contribuyentes europeos después de comprometerse en términos parecidos.

A estas alturas, quedó claro que la crisis económica había de afrontarse desde una perspectiva europea porque la debilidad de un país podía afectar a los demás. Por ello, empezó el debate de hasta qué punto debía un miembro de la zona euro implicarse en la recuperación de otro.

Por un lado, países con menos dificultades como Alemania, Países Bajos o Austria señalaban que la ya conocida como crisis del euro comenzó porque algunas naciones gastaban más de lo que ingresaban y habían provocado sus propias caídas. De ahí que afirmasen que las intervenciones debiesen ser a costa de políticas de austeridad para dar muestras de que los miembros en problemas devolverían su deuda. Además, las inyecciones de fondos deberían ser reducidas para evitar que la puesta en circulación de demasiado dinero provocase inflación.

Por el contrario, los países en apuros antes mencionados reclamaban más ayudas para estimular el crecimiento económico y conseguir unos mayores ingresos fiscales que ayudasen a devolver las deudas. Por lo tanto, se declaraban en contra de los recortes exigidos a cambio de los recates porque perjudicaban a empresas y consumidores. Además, acusaban a las instituciones europeas de haber tardado demasiado en actuar y criticaban el diseño del euro, cuya introducción habría mermado el poder adquisitivo de la población.

«Whatever it takes» (2012-2015)

En febrero de 2012, Grecia recibió otro rescate de 130.000 millones de euros debido a que el primero había resultado insuficiente. Una vez más, el país tuvo que realizar duros ajustes para recibir los fondos. Sin embargo, en esta ocasión los prestamistas aceptaron una reestructuración de la deuda para que su devolución fuese más fácil.

Durante los meses siguientes, la zona euro volvió a entrar en recesión tras la recuperación de 2010 y 2011. Por ello, las primas de riesgo de Italia y España volvieron a crecer y encarecieron la financiación que recibían en los mercados internacionales. La situación era tan grave que Estados Unidos temía verse arrastrado por la crisis europea y el presidente Barack Obama reprochó a la canciller alemana Angela Merkel las políticas de austeridad que fomentaba en la eurozona.

En junio, España recibió un rescate bancario de hasta 100.000 millones de euros. Como la intervención tan solo iba a afectar a un sector económico, las condiciones exigidas a cambio fueron más ligeras. Ese mes, el presidente de España, Mariano Rajoy, y el primer ministro de Italia, Mario Monti, protestaron ante la UE porque la prima de riesgo no se reducía a pesar de las reformas y sus economías seguían decreciendo. La eurozona acordó que el BCE iba a implicarse más en la crisis del euro y que el MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad), que empezó su actividad en enero de 2012, iba a recapitalizar los bancos europeos.

El antiguo presidente del BCE Mario Draghi durante un discurso

El antiguo presidente del BCE Mario Draghi durante un discurso / D.I.

Durante el verano surgió la idea del ‘Grexit’, que suponía que Grecia debía abandonar el euro para evitar los contagios a otros países ocurridos dos años antes. Sin embargo, el 26 de julio de 2012, el presidente del BCE, Mario Draghi afirmó en Londres ante un grupo de líderes internacionales: «El BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar el euro y creedme: será suficiente».

La declaración, conocida por su nombre en inglés como «Whatever it takes», hizo subir el valor del euro, las acciones bancarias y bonos de los miembros de la zona euro. Los economistas aún debaten el motivo del gran efecto de estas declaraciones, ya que Merkel; el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso y el mismo Draghi ya habían expresado antes la misma idea.

En marzo de 2013, Chipre recibió el sexto rescate de la UE, que consistió en 10.000 millones de euros para paliar los efectos de su gran exposición a la economía griega. En este caso, el plan tan solo iba a garantizar los depósitos de hasta 100.000 euros en los bancos del país, por lo que muchos ahorradores perdieron sus fondos.

A pesar de ello, la principal preocupación de la economía de la zona euro en 2013, 2014 y 2015 fue la caída de la inflación por debajo del objetivo del 2%. De hecho, en estos dos últimos años, se había acercado al 0% y, España entró en valores negativos. El menor precio del petróleo y las duras medidas de austeridad aplicadas durante años, que habían contraído el gasto privado, tuvieron que ver en este descenso. Por tanto, la economía corría riesgo de seguir en apuros debido a la expectativa de que los precios bajasen más, por lo que el consumo y la inversión seguirían en retroceso.

Como respuesta a esta situación, el BCE tomó dos decisiones nunca antes vistas. En junio de 2014, situó los tipos de interés en un nivel negativo para penalizar los depósitos bancarios y promocionar el gasto.

En enero de 2015, la institución comunitaria lanzó el primer programa de su historia de compra masiva de deuda pública y privada al estilo del que Estados Unidos había puesto en marcha a finales de 2008. El Banco Central Europeo empezó en marzo las adquisiciones de activos de países y entidades financieras sin importar su situación con una suma de 60.000 millones de euros al mes, aunque fue variando. Antes de ello, en noviembre de 2014, el BCE había puesto en marcha el Mecanismo Único de Supervisión para controlar la actividad de los bancos de la zona euro.

A pesar de estos grandes resultados, el acontecimiento financiero más mediático de 2015 fue el tercer rescate a Grecia. El primer ministro del país, Alexis Tsipras, ganó las elecciones después de una campaña electoral en la que prometió el fin de los recortes de gasto público pactados en los recortes. El recién elegido ministro de economía griego, Yanis Varoufakis, presentó en Bruselas un programa para reducir la deuda que la nación debía pagar y ejercer políticas más sociales.

El conflicto volvió a poner en dificultades a los bancos griegos, ya que los daños de un posible Grexit estarían amortiguados por las compras masivas de deuda que acababan de ponerse en marcha. Además, el miedo al impago de Grecia impidió que encontrase compradores de deuda pública. La situación financiera del país llegó a ser tan comprometida que el BCE presentó otro plan de inyección de fondos en junio a cambio de más austeridad.

Tsipras organizó un referéndum en julio en el que la ciudadanía debía decidir si aceptaba las condiciones del tercer rescate. Aunque ganó el ‘no a los acreedores’ con un 61%, el primer ministro debió aceptarlo unos días después y Grecia recibió 86.000 millones de euros más.

Conclusiones

Como consecuencia de estos estímulos, 2015 fue el año en el que la economía de la eurozona retomó los niveles de antes de la Gran Recesión y su inflación dejó de caer para estabilizarse en el 0%. A partir de entonces, los países del euro iniciaron un periodo de crecimiento que terminó con la emergencia sanitaria de 2020.

La principal conclusión de este período de dificultades fue que las naciones europeas debieron estrechar la cooperación para afrontar la crisis. Esta idea allanó el camino para las medidas más rápidas, dinámicas y sociales que se aprobaron para paliar los efectos económicos de la pandemia. Sin embargo, los gigantes niveles de deuda pública de algunos países miembros muestran, incluso a día de hoy, la debilidad de la eurozona.

Otro resultado de esta época fue la concepción de una Europa a dos velocidades: una que se recuperó rápidamente del primer golpe de 2008 y otra que no lo hizo hasta mucho más tarde, si es que lo logró. Alemania y Francia retomaron el tamaño de sus economías en 2011, España lo consiguió en 2017 e Italia y Grecia aún no han vuelto a los niveles de antes de la quiebra de Lehman Brothers. Eso significa una profunda diferencia en las experiencias de la crisis, que para unos fue menos traumática que para otros.

En esta línea, durante la segunda década de los 2010 empezaron a tomar fuerza partidos políticos críticos con el papel de las instituciones comunes. Así, algunas opciones señalaron la debilidad y la tardanza de las respuestas europeas, por lo que empezaron a reclamar una mayor solidaridad. Otras conectaron con el resentimiento de la ciudadanía de aquellos países que debieron pagar los rescates y defendieron que la economía debía renacionalizarse y renunciar a la integración europea.

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