S’Espartar, los espartanos y las perspectivas cambiantes

La silueta más icónica del islote se contempla desde Platges de Comte, aunque su visión más amplia, a lo ancho, se disfruta en Cala Tarida

"La perspectiva más atractiva hay que buscarla en el instante en que media isla ya se ha escondido, superponiéndose sobre ella es Pujolets"

"La perspectiva más atractiva hay que buscarla en el instante en que media isla ya se ha escondido, superponiéndose sobre ella es Pujolets" / Xescu Prats

Día tras día, pasan los barcos alegres, lentos, melancólicos, cargados, rápidos, casi zozobrantes, casi para quedarse en la isla sola (Juan Ramón Jiménez)

Cada islote de cuantos rodean la costa ibicenca posee un perfil arquetípico que lo define más que ningún otro, a pesar de las muchas perspectivas que reparte la isla madre. El de es Vedrà, por ejemplo, hay que buscarlo desde la orilla de Cala d’Hort, a ras de mar, donde se vislumbra separado de es Vedranell por un filo de mar y cielo. Mucho más que la silueta lateral que se distingue desde el Cap Llentrisca, igual de sobrecogedora, con es Vedranell superpuesto sobre su base, la torre pétrea de sa Bastorre a la vista y esa hendidura de pezuña de cabra que caracteriza su cúspide aún más pronunciada.

Con s’Espartar ocurre algo parecido. La isla cuesta abajo que se columbra desde los arenales de Comte, su versión más paradigmática, poco tiene que ver con la isla cordillera, contundente y poderosa, con elevados montes y una colonia de islotes y escollos a modo de satélites, que ilustra el horizonte de Cala Tarida. Aquella que fuera una de las playas más extraordinarias y paradisíacas de Ibiza, antes de ser colonizada, ofrece un extraordinario abanico de panoramas para contemplarla. El más abierto arranca en es Calonàs, en el extremo sur de la rada, con su orilla recortada de marès salpicada de coqueras, algunas ensalitradas y otras forradas de musgo marino. 

LA CLAVE | La recolección del Esparto

El esparto, antiguamente, era una de las materias primas imprescindibles en el día a día a día de los ibicencos. Con sus hojas se trenzaban resistentes tiras, que a su vez permitían elaborar cuerdas, cestas, canastos, alpargatas y cofines de almazara, entre muchos otros objetos. Aunque podía hallarse esparto en toda la isla, el que crecía en s’Espartar era de mejor calidad para trabajarlo, al ser sus hojas más finas y fáciles de trenzar. Se recolectaba en julio y agosto, en plena canícula. Los artesanos salían muy temprano para llegar al islote al amanecer y aprovechar el fresco de la mañana. Un pequeño grupo de románticos, amantes de las tradiciones, aún lo sigue haciendo. 

Aquí s’Espartar se observa entero, comenzando por es Frare, el escollo completamente vertical que lo cierra por poniente, a continuación del islote s’Espardell, de mayores dimensiones que el primero y bautizado como el de es Freus, aunque sea mucho más modesto. Desde aquí parece aferrarse a s’Espartar y ser la misma cosa. Luego ondulan los picos, como es Pujol des Ullastres i es Pujol des Trèbol, por encima de otros recovecos de roca pura, como es Codolar de Llebeig o es Racó de ses Fragates. Hasta se otea s’Escull de Tramontana que remata ses Bledes, entre s’Escull de s’Espartar, que cierra el islote por el este, y el cabo que abraza es Pujolets y ciega Cala Tarida por el norte. 

Según se avanza hacia la playa de las tres orillas, desde los acantilados que la rodean, el islote va escondiéndose tras ese mismo cabo hasta quedar oculto por completo a mitad de arenal. La perspectiva más atractiva hay que buscarla en el instante en que media isla ya se ha escondido, superponiéndose sobre ella es Pujolets, con sus acantilados terrosos, de almagre y arena, y sus varaderos arracimados frente a esa orilla turquesa y atigrada por las manchas de posidonia, como en la imagen.

De pequeño me llamaba la atención lo mucho que ‘Espartar’ se parecía a ‘Esparta’, la antigua provincia griega de los espartanos, los guerreros más temibles de la historia, quienes, comandados por Leónidas, hicieron frente al poderoso ejército persa de Jerjer, en la Batalla de las Termópilas, hace 2.500 años. Trescientos contra miles. Los espartanos de s’Espartar no combatían, sobrevivían. Navegaban hasta el islote en busca de las finas hojas de esparto que cubren su loma. Luego las dejaban secar y las sumergían en el mar para ablandarlas, proceso que en ibicenco se define con el verbo amarar, uno de los de sonoridad más bella del vocabulario isleño. La épica ibicenca de la resistencia; la misma que caracterizó cada rincón de la isla hasta que el turismo llegó y le dio la vuelta como a un calcetín.

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