Imaginario de Ibiza

Es Niu Blau, una orilla con desembocadura en Ibiza

En la actualidad, el río de Santa Eulària, por su carácter de manantial intermitente, se asemeja más a un torrente.

La ribera de s’Argentera se halla completamente emboscada.

La ribera de s’Argentera se halla completamente emboscada. / X.P.

Xescu Prats

Xescu Prats

El agua es la mirada de la tierra, su aparato para contemplar el tiempo. (Paul Claudel)

Para imaginar cómo era antaño la desembocadura del río de Santa Eulària, cuando aún no existía un paseo que lo flanqueara ni un puente contemporáneo con tensores que lo cruzara, y únicamente serpenteaba entre cultivos y bancales al pie del Puig de Missa hasta perderse en el mar, basta con acercarse a es Niu Blau. Nada más pisar la arena de su orilla y avistar el banco de grava que sobresale entre la espuma de las olas en la esquina de levante, frente a un solitario varadero aferrado a un farallón que lo protege de las tempestades del sur, se percibe una intensa presencia de agua dulce.

El cúmulo de material arrastrado por un caudal intermitente esboza un paisaje atípico para una playa ibicenca y rompe por completo con la orilla de arena que predomina en la mayor parte de su trazado. En este extremo de la rada aguarda la desembocadura del Torrent de s’Argentera, uno de los más caudalosos de la isla en tiempo de lluvias, que en este último tramo toma el nombre de Torrent d’Arabí al atravesar de varios latigazos la vénda con tal denominación.

30 años de estancia ibicenca

El pintor Rigoberto Soler (Alcoi, 1896) permaneció en el municipio de Santa Eulària desde 1924 hasta 1956, año en que se trasladó a Barcelona para trabajar como profesor de Bellas Artes. Durante estas tres décadas, dejó un importante legado artístico de estilo impresionista, con paisajes y rostros de aquella Ibiza que aún se mantenía aferrada a un pasado de fincas y payeses, y donde casi nadie intuía el ‘boom’ turístico a punto de estallar. 

S’Argentera, sin embargo, nace en las interioridades de Sant Carles, en los montes de Morna, sortea las viejas minas y atraviesa Atzaró de norte a sur, hasta alcanzar s’Estanyol. Este era el nombre que recibía la media luna de agua clara que alberga su desembocadura, hasta que, en los años veinte del siglo pasado, se estableció allí el pintor alicantino Rigoberto Soler, junto a una amante despampanante y vocinglera, con la que, al parecer, tenía una trifulca diaria. La pareja se construyó una cabaña en la misma orilla, que servía de estudio y vivienda (a la manera hippy, pero con medio siglo de adelanto), y rebautizó su nuevo paraíso como es Niu Blau.

Un verdor febril

La ribera de s’Argentera se halla completamente emboscada, con un verdor febril, y, al igual que la del río de Santa Eulària, posee un salto de rocas lisas unas decenas de metros antes de alcanzar la playa. En este último trayecto, tal y como sucedía antaño en el río, se apostan algunas barcas de poco calado que sortean el cúmulo de grava y tierra que arrastra el torrente mediante un rústico canal que esquiva en zigzag la pequeña escollera que cierra la playa por el este.

En época de luvias, el caudal de s’Argentera llega a ser tan notable como el del propio río, que prácticamente ha perdido tal condición por los innumerables pozos perforados por particulares junto a su recorrido, para aprovisionarse de agua de la capa freática en hogares y fincas.

Mientras que el lado de poniente de es Niu Blau constituye una orilla turística, con diversos restaurantes, agua clara y un mar esmeralda allá donde se acumulan bancos de arena entre rocas y posidonia, la desembocadura constituye un territorio vedado al baño. No hay profundidad ni color playero. Un manto de cantos rodados bajo una fina capa de agua salada, que penetra hacia el interior del torrente hasta que éste decide darle réplica.

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