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Junya Ishigami, en su instalación en la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2010.Información

"Romper" los límites: la condición experimental de la arquitectura

La radicalidad de los planteamientos se topa con la realidad y su carácter utópico, lo que unido a la incapacidad tecnológica de desarrollarlos hace que queden en meras propuestas

Frente a una arquitectura sometida a constantes constricciones normativas, económicas y sociales, la condición experimental de determinadas exhibiciones y exposiciones como las bienales de arquitectura nos brinda la posibilidad de reformular y explorar nuevas investigaciones y materializaciones con renovada autonomía y libertad.

Tal y como ejemplificaron en su día el Palacio de Cristal en la Gran Exposición de Londres de 1851 o el Pabellón de Mies van der Rohe en la Exposición Internacional de 1929 de Barcelona, las exposiciones internacionales son lugares donde la arquitectura experimental es presentada públicamente, abriendo el camino a nuevas posibilidades. En dichas exposiciones se han dado a conocer muchas de las mejores arquitectas y arquitectos jóvenes de todo el planeta, destacando ciertas propuestas experimentales tan relevantes que ciertos autores las han catalogado como una arquitectura en sí misma.

El arquitecto Junya Ishigami podría ser uno de los ejemplos más destacados. El japonés ha encontrado en estos eventos un lugar en los que «explorar la posibilidad de transformar en arquitectura aquello que nunca antes ha sido arquitectura», refiriéndose a la necesidad de repensar los métodos con los que construir arquitectura. Al hacer esto, seguramente, descubriremos un extenso mundo a otra escala, nunca antes percibido.

En el desarrollo de la XII Bienal de Arquitectura de Venecia de 2010, el joven arquitecto presentaría Architecture as air: Study for Château La Coste (un prototipo ensayado a escala real para el futuro pabellón del complejo Château La Coste) en el espacio de la Arsenale, un trabajo que nos introducía en una suerte de arquitectura asimilable a un fenómeno meteorológico. Su instalación se disolvía -como el aire- en su entorno, en un intento por contemplar el objeto desde los aspectos invisibles que definen el espacio.

Letrero que indica la rotura de la estructura.

Architecture as Air resultó ser tan evanescente que una cámara era prácticamente incapaz de capturar los hilos microscópicos, en una clara señal del éxito de Ishigami por disolver los límites del espacio y la arquitectura, lo cual da idea de tan complicado esfuerzo en el montaje. Los espectadores, desorientados, no lograban acertar dónde empezaba o terminaba la obra, debiendo enfocar su mirada para descubrir qué era lo que se extendía ante sí, hasta el punto que ello desembocaba en la propia imperceptibilidad de la obra.

Tal imperceptibilidad hizo que un gato que deambulaba por la nave del Arsenale quebrara la estructura al poco de ser construida. Una sencilla nota de disculpa rezaba: Scusate, si è rotto, lo cual no fue impedimento para que la instalación obtuviera el León de Oro al mejor proyecto expositivo de dicha Bienal por «superar los límites de la materialidad, la visibilidad, la tectónica, la ligereza y la propia arquitectura».

Así pues, podría pensarse que lo que los visitantes encontraban ante sí no era propiamente arquitectura (o al menos no lo parecía), sino la reproducción de unas finísimas gotas de lluvia que compartimentaban el espacio como si de una barrera ingrávida e inmaterial se tratara.

Sin embargo, la radicalidad de estos planteamientos (exhibidos regularmente en las grandes capitales culturales del mundo: Venecia, Oslo, Milán o Estambul) se ha topado con la realidad, fallando, en ocasiones, en su consolidación arquitectónica. Algunas veces su carácter utópico, unido a la incapacidad tecnológica para ser desarrollados, les ha llevado a quedarse en meras propuestas a la espera de poder ser implementados. Ello no es óbice para que entendamos y valoremos el éxito de estas instalaciones temporales, las cuales suponen una experimentación que busca el avance de la arquitectura a través de la transversalidad de distintas disciplinas, pero que resulta infructuosa en el intento de asegurar la condición de permanencia que la sociedad impone a la arquitectura.

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