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La evolución desde los varaderos de Cala Gració

El entorno turístico de una de las principales orillas de la bahía de Portmany experimenta un cambio drástico en el perfil del viajero que lo frecuenta. Los ingleses de clase media de antaño dejan paso a parejas adineradas de múltiples procedencias, que se recluyen en los hoteles

La evolución desde los varaderos de Cala Gració́. Xescu Prats

Las islas son paraísos y criaderos de lo único y anómalo. Son laboratorios naturales de extravagante experimentación evolutiva. (David Quammen)

Sin duda, el escritor científico David Quammen alude en esta cita a la riqueza biológica que caracteriza a los archipiélagos y no a la extravagancia humana y los vaivenes de las tendencias de consumo, que también constituyen algo insólito y digno de estudio en nuestra querida y castigada isla. La cita, en todo caso, viene de perlas para aludir al cambio drástico que afronta Ibiza en general y Cala Gració en particular.

Este enclave, a tiro de piedra del centro de Sant Antoni y la costa de ses Variades, antaño ejercía como refugio de innumerables familias inglesas de clase media y actualmente vive un proceso de transformación acelerada. Los británicos, que ocupaban mayoritariamente los hoteles del entorno, están dando paso a una clientela mucho más heterogénea, con una característica común: su elevado poder adquisitivo.

Los viejos hoteles son sustituidos por nuevos establecimientos de lujo que, en buena parte, están orientados casi en exclusiva a un público adulto, capacitado para abonar 600 euros la noche por una habitación doble. Esta temporada, dichos alojamientos ya están operativos y ahora surge la duda acerca de cómo afectará este cambio a Cala Gració.

Tradicionalmente, esta playa ha sido lugar de jolgorio familiar y divertimento ruidoso, alternando el público turístico con familias de la zona, excursiones infantiles de final de curso y grupos de adolescentes. Cabe suponer que el bañista local, con sus diferentes tipologías, la seguirá frecuentando, pero los ingleses de clase media parecen abocados a reducir su presencia, lo que no significa necesariamente algo negativo. Aun así, cabe imaginar que los clientes de los renovados hoteles seguirán unas costumbres radicalmente distintas a las de sus predecesores –que pasaban el día cual lagartijas en la arena–, probablemente recluyéndose tras las vallas de sus castillos dorados.

Parte de la evolución de Sant Antoni

Como todo enclave sometido a un proceso de cambio aún inconcluso, Sant Antoni navega con rumbo incierto. En la localidad, incluido el entorno de Cala Gració, los viejos hoteles están siendo sustituidos por otros nuevos, de más categoría, orientados a un público con mayor poder adquisitivo. Sin embargo, conviven con la decadencia intrínseca a un destino maduro y, además, se empeñan en retener todo el día a sus clientes con productos de todo incluido, que restan actividad a la oferta complementaria. El lujo, más allá de los interrogantes habituales, constituye en Sant Antoni otra gran incógnita. ¿A quién acabará beneficiando?

De ser así, tal vez Cala Gració acabe recuperando algo de la apacibilidad de antaño, cuando en la arena aún había innumerables claros y se podían echar unas siestas de órdago a la sombra de las sabinas y los pinos en las dunas. De jovenzuelos, solíamos plantar la toalla sobre la alisada plataforma de hormigón de los varaderos, a la derecha de la rada. Allí el agua estaba siempre cristalina –Cala Gració también se ve ha visto afectada por el lamentable fenómeno de la microalga– y se podía bucear entre las rocas, nadar en soledad y bordear el cabo hasta Cala Gracioneta.

Lo más sobresaliente, sin embargo, eran las vistas hacia los Illots de Ponent: sa conillera en primera plano, s’Illa des Bosc un poco a la izquierda y después el perfil de s’Espartar, asomándose por encima de la costa de Comte. Los días claros, esta postal resultaba tan nítida que se podía distinguir al detalle la silueta de es Picatxos, esas rocas que parecen esculturas humanas y que rematan por el norte s’Illa des Bosc, dejando una estela de escollos.

Hay que preguntarse cuántos inquilinos de los renovados alojamientos disfrutarán esta misma experiencia de tumbarse en un varadero, admirar el paisaje a ras de mar y dejar pasar las horas mientras los peces triscan entre las rocas. Si lo cataran una sola vez en lugar de recluirse en la piscina, tal vez su concepto de lo que es el lujo acabara alterándose.

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