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El kiosco Bartolo, en la orilla de es Copinar, último recodo de la playa de Migjorn.Xescu Prats

¿Algún día volveremos al kiosco Bartolo de Formentera?

La nueva adjudicación de las concesiones de los chiringuitos de Formentera puede provocar que la isla pierda los últimos kioscos donde se ofrecía un servicio familiar sin artificios y una atmósfera de fraternidad desde hacía generaciones

La simplicidad es la clave de la verdadera elegancia. (Coco Chanel)

Mientras Formentera sigue deshojando la margarita del destino de sus imprescindibles kioscos de madera, quienes los hemos gozado en algún momento de nuestras vidas asistimos atónitos al probable desmantelamiento del producto más romántico, auténtico y festivo de la isla. Siempre que veo uno de esos anuncios de cerveza, que se presentan bajo el eslogan «mediterráneamente», pienso que, en realidad, parecen concebidos para promocionar lugares como Can Jordi Blues Station, Cas Campaner, El Bigotes y, por supuesto, los chiringuitos formenteranos.

Los enrevesados vericuetos de la burocracia hacen muy difícil que un pequeño negocio de estas características, situado en la costa, se mantenga en las mismas manos eternamente, por muy bien gestionado que esté. Todos ellos están inmersos en zona pública y quien los explota lo hace a través de una concesión administrativa. Sin embargo, resulta insólito y hasta risible que en los concursos públicos se premie a aquellos que formen a sus empleados acerca de cómo actuar en caso de varamiento de un cetáceo, situación altamente improbable, y, por el contrario, no se tenga en consideración una tradición de décadas, el mantenimiento de una clientela fija de varias generaciones y, en definitiva, la generación de una comunidad de asiduos que se aleja del negocio para adentrarse en el territorio de la amistad.

Sin vips

El caso más pintoresco, el que mejor ejemplariza a los establecimientos de esta naturaleza, tal vez sea el del kiosco Bartolo, en la orilla de es Copinar, último recodo de la playa de Migjorn, a los pies de la Mola. La frase que encabeza este artículo se refiere al universo de la moda, pero es aplicable a cualquier faceta, incluidos los chiringuitos de Migjorn. La sencillez y la alegría son, precisamente, los rasgos característicos del kiosco Bartolo, donde no hay catenarias, ni pinganillos, ni zonas vip, ni protocolos, ni gaitas. Cerveza fría, bocatas de atún, ensaladas, hamburguesas, tortilla y un mar de un turquesa tan eléctrico que hiere la vista. Felicidad en estado puro.

Por la mañana, baño en es Copinar y, por la tarde, chapuzón en Caló des Mort, o viceversa; parajes ambos tan impresionantes que uno ya no querría marcharse de allí nunca más. La terraza elevada sobre tablones, a modo de palafitos; la barandilla azulada, la sombra del cañizo, los sonajeros de conchas, la sonrisa de Manoli y Bartolo, los mojitos al atardecer… Otros vendrán que buenos nos harán, dice el refrán. Pues eso es probablemente lo que ocurrirá el día en que el kiosco Bartolo reabra sus puertas, ahora provisionalmente cerradas, con otra dirección. Tal vez mantenga el nombre e incluso parte de la carta, pero lo más probable es que sucumba a esta nueva moda de ofrecer bocados minimalistas e insustanciales, repetidos hasta la saciedad, a precios disparatados… Y que corra el champagne. Mesas copadas por los concierge o directamente subastadas, sin margen a la improvisación.

Este es el funesto destino que parece aguardar para el kiosko Bartolo y los restantes. La fiebre ibicenca ha atravesado es Freus, se ha instalado en Formentera y es mortal. No siega vidas, pero sí autenticidad, libertad y convivencia.

Incierto destino

No ha existido una polémica mayor en Formentera en los últimos años que la reciente adjudicación de los ocho chiringuitos de playa a empresas que hasta ahora no los gestionaban. Ni uno solo ha permanecido en las mismas manos, yendo a parar a empresas que nadie sabe de qué manera los dirigirán, aunque, por las cantidades astronómicas que han ofertado, parece imposible que sigan dedicándose a vender bocadillos y tortillas de patata. Todos ellos se reparten por las playas de Migjorn, Cala Saona y es Pujols. Las apuestas determinan que serán reconvertidos en una imitación a pequeña escala de los beach clubs ibicencos. Adiós a la tranquilidad y a algunos de los últimos reductos de antaño. A nadie puede sorprender que tantos formenteranos se hayan manifestado en contra de esta decisión. Que la página web de turismo de Formentera los haya retirado de entre sus contenidos, constituye un síntoma terrible y significativo.

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