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Los escollos de Cap des Bou y los islotes flotantes

Los grandes chalets situados al sur de Comte ejercen como una suerte de limbo entre sus playas y sa Figuera Borda. Una vez superado, irrumpe un singular paisaje de rocas laminadas y punzantes, con los islotes de poniente a lo lejos

Al fondo, s’Espartar, que aquí ya se vislumbra enraizado en el mar.

El mar es el vehículo de una existencia prodigiosa y sobrenatural. Es movimiento y amor, es el infinito hecho vida. (Julio Verne)

Quien haya disfrutado de un paseo al sur de Platges de Comte, hacia el cabo horadado de sa Figuera Borda, con sus casetas varadero inmersas en el acantilado, tal vez haya rumiado lo mismo. ¿Por qué los propietarios de los casoplones aledaños, entre los que incluso hay un oligarca ruso, mantienen el camino en tan mal estado?

Han invertido cantidades astronómicas en remodelar sus villas y dotarlas de todos los lujos y vanguardias; incluso han construido un polémico pantalán, pero el último tramo para alcanzar su palacio suele estar sembrado de baches. Tal vez consideren que una calzada deficiente ahuyente a los curiosos, cada vez más abundantes. Pero su táctica, en realidad, no funciona. La sed de selfie es aún más poderosa y los que andan por la zona y descubren en Instagram o cualquier otra red la existencia de un enclave tan singular como sa Figuera Borda, acuden sin miramientos.

El paraje desde la zona de estacionamiento de Platges de Comte es peculiar. Primero las dunas, plagadas de pinos y arbustos de tronco enroscado, que se elevan cerrando la vista al mar hacia el norte, y luego las sobredimensionadas vallas de los chalets, que definitivamente cercenan todo atisbo de perspectiva. Un buen amigo se declara enemigo acérrimo de estas tapias opacas y afirma que constituyen una de las causas más evitables de degradación del paisaje ibicenco. En las casas payesas nunca las había y la realidad es que tampoco impiden el paso a los amigos de lo ajeno, pues si quieren entrar, lo consiguen igualmente. Privan, en cambio, de visibilidad al caminante, estropeando la sensación de continuidad y apertura que siempre ha sido intrínseca a la isla.

Atravesando el limbo

Aún así, las vistas son asombrosas, pues s’Illa des Bosc se eleva por encima de estas construcciones, casi como si flotara en el aire, y lo mismo ocurre con s’Espartar, un poco más al oeste. Al otro lado del camino, en discrepancia con el erial yermo que se antoja todo este paraje, un campo de cereal bien segado, con enormes balas cilíndricas de paja dispersas aquí y allá.

Cuando por fin se supera el enclaustramiento a la diestra, que se antoja una suerte de limbo, el paisaje se abre por completo, con s’Espartar en primer plano. Hacia la izquierda se alcanza la escalera que desciende hacia los refugios de sa Figuera Borda. Es fácil, en consecuencia, seguir recto y perderse la magnífica escena que aguarda al pie del acantilado del Cap des Bou, tan subyugante como el rincón agujereado que se lleva la fama.

Allí apenas hay profundidad y el agua clara, que oscila del esmeralda al musgo, permite vislumbrar un lecho de roca llana y cuarteada, como el suelo de un desierto sin arena. En la abrupta orilla, una sucesión de escollos laminados y punzantes, donde las capas se superponen unas sobre otras. Al fondo, s’Espartar, que aquí ya se vislumbra enraizado en el mar, y un poco más lejos, si la calima no las esconde, las islas Bledes. Con su presencia, el infinito se vuelve finito. ¿A quién puede extrañarle que los oligarcas se gasten auténticas millonadas para despertar con esta vista?

La clave

EL CABO HORADADO

Antes de bajar por la escalera recortada en el marès del precipicio que conduce a sa Figuera Borda, se distingue, al sur, la silueta completa del islote de es Vedrà. En verano, este rincón abrigado, a diferencia de los escollos que lo preceden, constituye un inmejorable fondeadero sobre arena, donde gozar de un agua turquesa allá donde no hay roca ni posidonia. Los ocupantes de las embarcaciones comparten este paraíso con los bañistas que llegan a pie y que se apostan en la plataforma inclinada de los varaderos. 

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