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El Torrent de s’Alga, la Formentera inesperada

En la costa rocosa más allá de Migjorn y es Mal Pas, en la vénda des Cap, aguarda este núcleo de varaderos, donde cazones y rayas se tienden al sol como cometas de carne para elaborar el sabroso pescado seco de la isla

‘Parreres’, esqueletos pelados de sabina de los que cuelgan cazones, musolas y raya troceados a tiras y trenzados con varas. x.p.

El agua es una flor oscura y un pescador es una abeja en el corazón de ella. (Annie Proulx)

No importa la ruta que se escoja para llegar al Torrent de s’Alga porque la sensación siempre es la adentrarse en una Formentera inalterada. Hasta allí, además de los pescadores, sus habituales moradores, solo arriba el viajero de inquietud exploradora, aquel que apuesta por avanzar unos pasos más allá del resto y aventurarse por caminos que a menudo parecen conducir a ninguna parte.

La primera vía para alcanzar esta desembocadura es seguir la traza del litoral, desde el extremo oeste de la playa de Migjorn. A la altura del chiringuito Pelayo, la costa pasa a denominarse es Mal Pas y la arena, casi siempre cubierta de posidonia seca, comienza a evolucionar a pura roca. Allí no se apostan ni los nudistas, siempre en busca de rincones solitarios, por la incomodidad del terreno y porque disfrutan de suficiente aislamiento en el arenal donde muere Migjorn.

La ruta alternativa es incluso más interesante, pues implica perderse por el laberinto de sendas y travesías de la vénda des Cap; venas y arterias de asfalto y tierra desnuda, siempre flanqueadas por muros de piedra seca. Al otro lado, fincas que alternan roquedales cubiertos de pinos y sabinas, con campos de vides allá donde la piedra deja sitio a la arena y, en algunos tramos más fecundos, algún sembrado de cereal. Hoy, con Internet y los mapas digitales, hallar este enclave es sencillo, pero antaño exigía perderse unas cuentas veces.

El torrente parte la orilla en dos mitades y a su alrededor se apostan dos docenas de rústicos y endebles varaderos de tablas, a la manera de Formentera. Los aparejos más valiosos se ponen a resguardo en unos sencillos refugios de piedra situados en la retaguardia. Sin embargo, frente a diluvios y tempestades, llaüts, botes y chalanas permanecen al amparo de estas frágiles tablas, pues dichos habitáculos carecen de puertas y fachada posterior, y en algunos casos hasta de muros laterales. Un sombrajo destartalado sostenido por media docena de rodrigones a modo de columnas.

Cuando el tiempo no permite hacerse a la mar, algunos trabajan remendando redes, que amontonan sobre el lecho de posidonia, cerca de la orilla. La pared de algún varadero exhibe un muestrario de cuerdas, boyas, corchos y defensas cuarteadas, mientras el torrente, a solo unos pasos, hace honor a su topónimo. Suele hallarse tan saturado de posidonia en la desembocadura y tierra adentro, que, en lugar de proceder del mar, ésta parece haber sido arrastrada desde los campos por una riada.

Dispersas, aquí y allá, las denominadas parreres, esqueletos pelados de sabina, encallados entre las rocas, de los que, de vez en cuando, cuelgan cazones, musolas y rayas troceados a tiras y trenzados con varas. Cometas de carne mecidas por la brisa mientras permanecen colgadas de las fantasmagóricas esculturas. Alrededor del tronco de estos arbustos sin hojas, un envoltorio de redes viejas, blanqueadas por el sol, destinado a evitar el festín de las alimañas. Qué paradoja que tan severo paisaje proporcione uno de los más suculentos bocados de la cocina formenterana.

Y de frente, hacia el levante, el soberbio paisaje de la playa de Migjorn, casi infinita, que se extiende hasta allá donde la Mola comienza a elevarse sobre el páramo.

UN PRECIADO Y LABORIOSO BOCADO

Nadie debería abandonar Formentera sin catar una ensalada payesa de crostes, pan recocido que se reblandece con agua o tomate picado, y que se acompaña de vegetales y pescado seco, elaborado en recodos asoleados y abiertos como el Torrent de s'Alga.

Tras destriparse y trincharse, el pescado se embadurna con sal gruesa y luego se cuelga en la perchas de sabina, hasta que el sol y la brisa lo deshidratan.

Una vez seco, se tuesta en las brasas y se desmiga, conservándose en aceite de oliva. El caviar de la isla.

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