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Es Picatxos, el apéndice de s’Illa des Bosc

Los estratos laminados del escollo que cierra el islote más próximo a Comte por su lado septentrional esbozan una curiosa silueta que los pescadores interpretan de distintas formas. No todos, sin embargo, se atreven a cruzar el estrecho paso y únicamente lo hacen con la mar en calma.

El escollo que cierra s’Illa des Bosc por el norte. X.P.

Vio el mar por primera vez en su vida. Era oscuro como los sueños y profundo como un letargo. En el viento fresco flotaba un agradable aroma a algas. (Orhan Pamuk)

Todo aquel que haya navegado por Platges de Comte habrá observado las llamativas formas que adquieren es Picatxos, el escollo que cierra s’Illa des Bosc por el norte. Inicia, a modo de prolongación pétrea, un cordón submarino de 150 metros que une este islote con el sur de sa Conillera, a través del Cap des Blancar. Desde el aire, s’Illa des Bosc se antoja un pez raya con las alas replegadas y la fina línea de rocas de es Picatxos compone su puntiagudo rabo.

La silueta del escollo está sujeto a todo tipo de interpretaciones. Hay quien las denomina ses senyores porque parecen dos mujeres que atienden a sus hijos. Otros afirman que el pico más alto de los cuatro se asemeja a una virgen, que bendice a la figura más baja que tiene al lado. La roca, en todo caso, es el resultado de siglos de erosión; las olas, la lluvia y el viento ejerciendo de cincel para el gran escultor. Dejando interpretaciones al margen, el conjunto, con sus estratos planos que se superponen en diagonal al nivel del mar, conforman un paisaje deslumbrante.

Desde el lado de Platges de Comte, la silueta de es Picatxos está más definida y se superpone al perfil de ses Bledes, el archipiélago más alejado de la costa ibicenca dentro de la Reserva Natural dels Illots de Ponent. Juntos esbozan un doble telón de roca que enmarca uno de los más insólitos crepúsculos ebusitanos.

Aunque la tentación es grande, no todos los marineros se atreven a cruzar el paso que cierra es Picatxos. La cúspide de la cordillera que se eleva bajo el mar queda, en algunos tramos de este desfiladero marítimo, a tan solo tres metros de la superficie, aunque existe una zona que desciende hasta los cinco, situada más o menos en el centro, aunque ligeramente inclinada hacia s’Illa des Bosc. Quienes eligen cruzarlo, en lugar de bordear toda la isla de sa Conillera, aconsejan hacerlo únicamente con la mar en calma y reconocen la congoja de la primera vez, cuando el agua transparente exhibía bajo la quilla la inquietante inmediatez del fondo rocoso.

Con un calado inferior a los dos metros y navegando despacio por el tramo adecuado, sin problema. No ocurre igual con el paso que hay en el extremo opuesto de s’Illa des Bosc, más cerca de Platges de Comte, entre los escollos de ses Rates y ses Punxes, que únicamente pueden atravesar embarcaciones pequeñas capitaneadas por patrones experimentados.

Al otro lado de la garganta, el paisaje se abre por completo al islote de s’Espartar y, a poniente de éste, a la sucesión de Bledes: na Gorra, es Vaixell, na Bosc, na Plana, con su faro, s’Escull des Cap des Vermell y s’Escull de Tramuntana. No se vislumbra una mar más sembrada de islas que en el punto equidistante entre todas ellas. La naturaleza, recordándonos que nadie es capaz de ofrecer un espectáculo tan grandioso y conmovedor como ella.

Una isla sin bosque

S’Illa des Bosc nos miente con su nombre, pero no lo hacía antaño, cuando un bosque de sabinas cubría su superficie inclinada. En algún tiempo pasado fueron convertidas en vigas y leña, dejando su ladera medio desnuda, abrigada esporádicamente por arbustos de escasa altura. El islote, por su cercanía a la orilla de Comte, constituye, junto con la insólita transparencia del agua y los vivos colores que ésta adquiere, el mayor atractivo de esta costa paradisíaca. Sus 1.800 metros de perímetro, en comparación con sa Conillera, son poca cosa, pero suficiente como para esconder a esta última desde los principales arenales de la playa. Para contemplar es Picatxos desde tierra, solo cabe caminar hacia la torre d’en Rovira con unos prismáticos. El paseo, ya de por sí, lo merece.

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